CAPÍTULO 2

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Siempre me ha atraído la vida militar. Desde pequeña, mi familia ha estado profundamente involucrada en este ámbito, con varios de sus miembros formando parte de distintas ramas, ya sea en la aviación, el ejército o la policía. Mis abuelos me contaban historias sobre sus experiencias y los desafíos que enfrentaron, y estas historias me fascinaban e inspiraban. Mis padres también seguían esta tradición, y siempre supe que quería seguir sus pasos. La disciplina, el honor y el sentido de pertenencia a algo más grande que uno mismo eran valores que admiraba profundamente.

Así que, ¿cómo no iba a ser yo también parte de esta tradición? Desde muy joven, comencé a prepararme para este camino. Participé en actividades extracurriculares que me ayudaran a desarrollar habilidades físicas y mentales que serían valiosas en la vida militar. Cuando llegó el momento, ingresé a una escuela matriz con gran determinación. Me aseguré de prepararme con antelación, estudiando y entrenando rigurosamente para estar entre los mejores aspirantes. Lograr ser aceptada fue un sueño hecho realidad y un testimonio de mi esfuerzo y dedicación.

Una vez dentro de la escuela, después de dos meses de estudio intensivo y entrenamiento físico, sentía una profunda paz interior. Finalmente, estaba dedicándome a lo que más me apasionaba, rodeada de personas que compartían mi mismo entusiasmo y compromiso. La rutina diaria, aunque exigente, me llenaba de satisfacción. Cada día presentaba nuevos desafíos y oportunidades para crecer y aprender. Me sentía más fuerte y más segura de mí misma con cada paso que daba.

Con el paso de las estaciones, el tiempo avanzó rápidamente. Pronto nos encontramos en el mes de agosto, y nos informaron que debíamos prepararnos para un desfile que se llevaría a cabo en septiembre. La noticia trajo consigo una mezcla de emociones: estaba nerviosa por la responsabilidad y el deseo de hacerlo bien, pero también me sentía increíblemente orgullosa de mí misma. Este desfile no era solo un evento; era una oportunidad para demostrar todo lo que había aprendido y cómo había crecido desde que ingresé a la escuela.

Los días previos al desfile fueron intensos. Nos levantábamos temprano para ensayar una y otra vez, perfeccionando cada movimiento y cada paso. La coordinación y el trabajo en equipo eran esenciales, y me sentía honrada de ser parte de un grupo tan comprometido. Aunque el nerviosismo estaba presente, el apoyo mutuo entre mis compañeros y el aliento de nuestros instructores nos ayudaban a mantenernos enfocados y motivados. La disciplina que se nos inculcaba no solo mejoraba nuestras habilidades, sino que también fortalecía nuestro espíritu de camaradería y nuestro sentido de pertenencia a una causa mayor.

Me vi desenfocada de mis prácticas cuando, al otro extremo del campo, observé a un hombre de unos 23 años, un poco más alto que yo, con tez morena/blanquecina, y una sonrisa que había captado mi atención. Decidí no prestarle atención, pues me desconcentraba de lo que estaba haciendo. Estaba limpiando mi fusil con los implementos adecuados y, ya estando este limpio, fui a entregarlo. Ahora solo quedaba limpiar mi chaleco balístico.

Sin embargo, tenía otro problema sin resolver. Necesitaba ir a vestuario y equipo para cambiar una tenida vieja por una nueva de mi talla, al igual que las botas. Pregunté a mi superior, quien se encontraba bebiendo café mientras nos observaba con una mirada atenta. Su respuesta fue que uno de los cabos, que era un año más antiguo que yo, me llevara y esperara hasta que terminara de cambiar mis cosas. Para mi mala suerte, era él. ¿Habría sido destino? Pero, dentro del ejército, no se podía contar con el amor. Un pueblo pequeño es un infierno grande, como dicen.

Me bloqueé, dejé mis sentimientos fuera y me acerqué a él para pedirle ese favor. Sentía el calor de su mirada mientras me aproximaba, mi corazón latiendo un poco más rápido de lo usual. Tragué saliva y, con la mayor profesionalidad que pude reunir, le pedí el favor.

ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora