—¿Es verdad lo que están hablando? —pregunté con serenidad a Bauer, tratando de ocultar cualquier indicio de emoción para evitar que quienes nos rodeaban escucharan nuestra conversación.
—No, Ángela, no es verdad. Si quieres, háblale y pregúntale tú misma —respondió él, con un dejo de frustración en su tono.
Lancé un suspiro de alivio. —Te creo. Solo necesitaba escucharlo de ti, que me lo aclararas. Pero te apuesto... te apuesto lo que quieras a que si hubiese sido yo de quien hablaban, no me habrías creído.
Dicho esto, me alejé del lugar, dirigiéndome hacia mi pabellón para esperar la hora de la cena, Bauer iba a subir nuevamente pues los soldados habían bajado para retirar otros elementos. Todo este problema había comenzado hace una semana. Se necesitaban instructores para apoyar en la campaña inicial de los nuevos soldados que cumplirían con su servicio militar durante un año, y Bauer había sido elegido como uno de ellos, encargado de formarlos. Debía estar un mes en campaña, en la base de instrucción, mientras yo me quedaba aquí, esperándolo.
Los rumores de que me había sido infiel con una soldado, que nos habían visto besándonos, habían estado circulando durante días. Mi corazón latía descontroladamente con cada pensamiento sobre ello. Y ahora, todo esto había culminado aquí, en este momento.
Estaba a punto de abrir la puerta de mi pabellón cuando escuché un "mi cabo Bianchi, disculpe". Era ella, la soldado por la que se había desatado la discusión. Me di la vuelta para mirarla, manteniendo una expresión impasible.
—Dígame —murmuré, esperando una respuesta rápida. No quería hablar con ella.
—Quería decirle que lo siento por el malentendido. Jamás pasó nada con su pareja... —empezó a explicar.
La detuve en seco. No necesitaba más aclaraciones. Le indiqué que se retirara. No tenía ganas de hablar, y mucho menos con ella. Tal vez no había pasado nada, pero mi mente seguía jugándome en contra. Nunca sabría la verdad.
Entré en mi pabellón y me recosté en mi cama, dejando mi teléfono en silencio. Mi vista se perdió en el techo, mientras esperaba no tener que revivir todo aquello. Los días siguientes transcurrieron en una mezcla de ansiedad y confusión. Cada vez que pensaba en el incidente, sentía un nudo en el estómago y una sensación de desconfianza que no podía sacudir. Sin embargo, traté de mantener la calma y centrarme en mis responsabilidades diarias.
Las horas pasaron lentamente, y cada día que Bauer estaba fuera en la campaña me sentía más sola y vulnerable. Los comentarios y miradas de mis compañeros de armas solo intensificaban mi malestar. A pesar de mis intentos por ignorarlos, no podía evitar sentirme observada y juzgada en todo momento.
Cuando por fin llegó la noche en que Bauer regresaría de su misión, mi corazón latía con fuerza. No sabía qué esperar. Temía que nuestra relación se hubiera visto afectada por los rumores y la desconfianza que se había sembrado entre nosotros. Sin embargo, también anhelaba su presencia y la oportunidad de hablar con él cara a cara.
Habíamos tomado la decisión de dar un paso más en nuestra relación y comenzar a vivir juntos. Habíamos alquilado un apartamento que quedaba a pocos pasos de la base militar unos dos meses atrás, lo que nos permitía estar cerca el uno del otro incluso durante los días de semana. Cuando salía de la base los fines de semana o en ocasiones entre semana, me dirigía hacia nuestro hogar compartido. Por supuesto, esto solo ocurría cuando ambos teníamos la disponibilidad para hacerlo. En caso contrario, regresaba a mi casa, donde aún vivía mi madre. Este nuevo paso en nuestra relación representaba un compromiso mutuo y un paso adelante en nuestra vida juntos. Nos emocionaba la idea de compartir un espacio propio y construir nuestro futuro en común. Cada vez que entraba por la puerta de nuestro apartamento, sentía una sensación de calma y alegría, sabiendo que estaba en casa junto a la persona que amaba. Nuestro hogar se convirtió en un refugio donde podíamos ser nosotros mismos, lejos del estrés y las presiones del trabajo militar.
Finalmente, lo vi entrar por la puerta, su uniforme desgastado pero su rostro iluminado por una sonrisa.
Había dejado en un rincón muy apartado el recuerdo de aquel incidente con la soldado. Aunque todavía me molestaba, procuraba restarle importancia. De vez en cuando, en tono de broma, mencionaba a la soldado frente a mi pareja, disfrutando de su reacción divertida, pero cuando la broma se volvía hacia mí, me incomodaba. Eran momentos ocasionales, pero después todo volvía a la normalidad.
En nuestro hogar compartido, disfrutábamos de momentos de intimidad y felicidad. Veíamos películas juntos, degustábamos nuestros antojos culinarios, reíamos a carcajadas, brindábamos y nos entregábamos el uno al otro en el amor cotidiano, sin dejar de lado aquel dato significativo. Mi primera vez había sido con él. Nunca antes me había entregado a nadie de esa manera, y en mi mente siempre estuvo la certeza de que quería que fuera con el hombre correcto, alguien en quien pudiera confiar plenamente y con quien deseara compartir cada aspecto de mi vida.
Sin embargo, este malentendido inicial no fue más que el preludio de una serie de confusiones y desentendidos que siguieron, cada uno más complicado que el anterior. La situación evolucionó rápidamente y, de repente, me encontraba en el centro de estos problemas. Fue entonces cuando me di cuenta de que cualquier intento de comunicación de mi parte estaba siendo malinterpretado de forma automática y constante.
Ahora, cada vez que intentaba entablar una conversación con alguien, ya fuera por razones laborales, personales o incluso casuales, era vista a través del prisma del coqueteo. Era como si todos asumieran, sin cuestionamientos, que mi única intención era seducir o insinuarme a la persona con la que estaba hablando, lo cual no podía estar más lejos de la realidad.
Este tipo de malinterpretaciones no solo resultaban ser extremadamente frustrantes, sino que también complicaban mis interacciones diarias. La situación llegó a un punto en el que comencé a dudar y a medir cada palabra que decía, temiendo que cualquier comentario, por inocente que fuera, se pudiera malentender. Esto me llevó a limitar mis interacciones sociales, aislándome gradualmente para evitar cualquier posible confusión.
El peso de estas percepciones erróneas recaía sobre mis hombros, creando una atmósfera de desconfianza y tensión que era difícil de soportar. Me encontré en una posición en la que mi propia voz parecía haber perdido su valor y cada intento de aclarar la situación solo servía para complicarla aún más.
Además, este constante escrutinio y las suposiciones infundadas de coqueteo no solo afectaron mis relaciones interpersonales, sino que también empezaron a impactar mi autoestima y mi bienestar emocional. La sensación de estar constantemente vigilada y malinterpretada se volvió abrumadora. Era como si estuviera atrapada en una red de malentendidos de la que no podía escapar, sin importar cuánto me esforzara por aclarar las cosas.
Finalmente, esta serie de malentendidos no solo reflejaba un problema de comunicación, sino también un juicio precipitado y una falta de comprensión por parte de quienes me rodeaban. A medida que estos malentendidos se acumulaban, se hacía evidente que la verdadera raíz del problema era una combinación de percepciones erróneas y la tendencia de las personas a sacar conclusiones rápidas sin tomarse el tiempo de entender realmente mis intenciones.
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ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?
RomanceEn el corazón de la vida militar, una joven soldado se encuentra atrapada entre sus responsabilidades y sus sentimientos cuando un compañero capta su atención durante una misión electoral. Mientras navega por las estrictas normas del ejército, descu...