Los días junto a él me permitían descubrir aún más su compleja y fascinante personalidad. Cada conversación y cada momento compartido me revelaban detalles sobre su pasado, especialmente su historia familiar. Había tenido una vida difícil, marcada por desafíos y responsabilidades que no conocía en mi propia experiencia. Entrar al ejército fue un punto de inflexión para él, un escape de las cargas que llevaba desde su juventud y una oportunidad para crecer como persona.
No era alguien malo, simplemente había llevado una vida diferente a la mía. Su estilo de vida y su crianza no podían ser más opuestos a los míos. Mientras él había enfrentado dificultades y luchas desde joven, yo crecí en una burbuja de amor y protección. Mi infancia estuvo rodeada de cariño y cuidados hasta cierta edad. Sin embargo, todo cambió cuando cumplí 18 años y finalmente salí de casa. Fue entonces cuando empecé a cumplir mis propios sueños y a explorar mi identidad de manera independiente.
Salir de casa fue una experiencia liberadora para mí. Por primera vez, pude ser verdaderamente yo misma, sin depender de nadie más. El ejército me ofreció la estructura y el espacio que necesitaba para construir mi vida desde cero, para tomar decisiones propias y forjar mi propio camino. En este nuevo entorno, me di cuenta de lo mucho que había vivido protegida y de lo importante que era enfrentar la realidad con valentía.
A través de nuestras diferencias, encontré una profunda conexión con él. Su resiliencia y su capacidad para superar adversidades me inspiraron. Sus historias de lucha y crecimiento personal me mostraron que, a pesar de nuestros distintos orígenes, compartíamos una determinación similar para enfrentar la vida con coraje y optimismo. Aprendí a valorar nuestras diferencias, entendiendo que estas nos enriquecían y nos permitían aprender el uno del otro.
Pero no fue así por mucho tiempo. Poco a poco, comenzaron las discusiones, y casi siempre parecían ser por mi culpa. Supongo que es comprensible; cuando estás comenzando una relación, especialmente si es tu primera relación seria, te sientes emocionada y deseas estar con esa persona todo el tiempo, ¿no? Quería verlo constantemente, sentir su presencia y compartir cada momento posible.
Sin embargo, no todos los fines de semana podíamos estar juntos. Había veces en que no me permitían salir de la base debido a mis responsabilidades y los entrenamientos que debíamos cumplir. Esto generaba una frustración creciente en mí. Sentía que no podía estar presente en su vida tanto como deseaba, y esta situación comenzaba a pasar factura.
La emoción inicial que nos había unido empezaba a mezclarse con la tensión de nuestras circunstancias. Quería compensar el tiempo que no podíamos pasar juntos, pero mis intentos a menudo resultaban contraproducentes. Empezaba a parecer que mis esfuerzos por mantenernos conectados solo añadían presión a nuestra relación.
Recuerdo una tarde en particular cuando, después de una semana estresante, finalmente tuvimos la oportunidad de vernos. Estaba tan emocionada y tenía tantas expectativas que, cuando surgió un pequeño malentendido, se convirtió rápidamente en una discusión. Me di cuenta de que mi deseo de estar con él constantemente, aunque bien intencionado, estaba causando más problemas de los que solucionaba.
—No puedo venir a cada rato, Ángela. Tengo cosas que hacer —me repetía mientras miraba hacia los lados, manteniendo una distancia de un metro entre nosotros.
Lo veía sentado en la banca, visiblemente incómodo y preocupado por agrandar más las cosas. Yo, por otro lado, estaba sentada a su lado, intentando encontrar una forma de expresar mis sentimientos sin crear un conflicto.
—Lo sé —le respondí con un tono que intentaba ser conciliador—. Pero si tengo tiempo de estar cinco minutos contigo y tú puedes y tienes tiempo, como ahora, ¿por qué no?
Sentí que mi propia mente me traicionaba, o quizás era que él no me entendía. Sabía que ambos teníamos nuestras responsabilidades, pero en esos momentos de breves encuentros, deseaba que pudiéramos aprovechar al máximo el tiempo juntos. Al ver la tensión en su rostro, quise desviar un poco la conversación.
—Fumemos un cigarrillo juntos y me voy —dijo, cediendo un poco.
Accedí, contenta de tener un momento más con él, aunque fuera breve. Mientras encendíamos nuestros cigarrillos, una parte de mí disfrutaba de esa pequeña intimidad, pero otra parte estaba llena de inquietud. Mis compañeros en la base sabían de nuestra relación. Algunos, en su mayoría hombres, no perdían oportunidad de molestarme con comentarios mordaces. Constantemente insinuaban que nuestra relación no duraría, que él probablemente iba a fiestas y me engañaba cada vez que salía de la base. Estos comentarios me volvían loca.
Sentía que él no entendía completamente mi preocupación. No dudaba de él, pero las palabras repetidas y las insinuaciones constantes de los demás empezaban a afectar mi tranquilidad. Me daba cuenta de que era parte de la cultura en el ejército, una forma de pasar el tiempo a expensas de la vulnerabilidad de los demás. Si había una oportunidad de molestarme con algo, no dudaban en hacerlo.
Mientras fumábamos, trataba de disipar las nubes de duda y mantener la calma. Pero era difícil ignorar las voces en mi cabeza, alimentadas por los comentarios de mis compañeros. Sabía que necesitaba hablar de esto con él, pero temía que se interpretara como desconfianza.
—Escucha, sé que estás ocupado y que no siempre podemos vernos —dije finalmente, exhalando una nube de humo—. Pero los comentarios de los demás me afectan más de lo que debería. Necesito saber que entiendes mi preocupación.
Él me miró con una expresión seria y asintió. —Entiendo, Ángela. Sé que no es fácil para ti con todo lo que dicen. Pero quiero que sepas que estoy contigo y que esos comentarios no son verdad.
Su sinceridad me reconfortó un poco, aunque sabía que la batalla interna no se resolvería de inmediato. Terminamos nuestros cigarrillos en silencio, ambos perdidos en nuestros pensamientos. A pesar de las dudas y las preocupaciones, esos momentos compartidos seguían siendo preciosos para mí.
Finalmente, nos levantamos para despedirnos. Mientras caminaba de regreso a la base, me prometí a mí misma que encontraría la manera de lidiar con los comentarios y confiar más en nuestra relación. Sabía que sería un camino difícil, pero también sabía que él valía la pena.
¿Sería capaz de hacerlo? Los días se volvían cada vez más difíciles, y mi única forma de lidiar con esos comentarios mordaces era enfrentándome a ellos de manera directa. Peleaba y devolvía las molestias a mis compañeros, llegando casi a los golpes en algunas ocasiones. El ambiente en la base era tenso, y la presión de mantener la compostura se sentía abrumadora. La camaradería que una vez aprecié se convertía en un campo de batalla emocional, donde cada broma y comentario sarcástico se sentían como un ataque personal.
En medio de todo esto, había una luz en la oscuridad: mi amigo incondicional. Él era mi refugio, la persona a la que podía recurrir cuando el peso de los rumores y las insinuaciones se volvía insoportable. A pesar de su apoyo, había una complicación adicional: por alguna razón, a él no le caía en gracia mi enamorado. No entendía del todo el porqué, y cada vez que surgía el tema, intentaba desviar la conversación para evitar conflictos. Sin embargo, a pesar de sus sentimientos hacia mi pareja, nunca me hizo sentir peor de lo que ya me sentía.
Nuestro vínculo de amistad era fuerte, construido sobre años de experiencias compartidas y confianza mutua. Sabía que, aunque no aprobaba del todo mi relación, siempre estaría ahí para mí. En muchos sentidos, su desaprobación me preocupaba. Me hacía cuestionar si estaba tomando las decisiones correctas, si estaba cegada por mis emociones y no veía las cosas con claridad. Sin embargo, su apoyo constante me daba la fuerza para seguir adelante.
Había días en los que me sentía atrapada en un ciclo interminable de confrontaciones y dudas. Las palabras hirientes de mis compañeros resonaban en mi mente, haciéndome cuestionar la fidelidad de mi pareja y la solidez de nuestra relación. Cada vez que me encontraba al borde del colapso, recordaba las palabras de mi amigo. Su consejo de mantener la cabeza en alto y no dejar que los comentarios de los demás definieran mi realidad era un ancla en medio del caos.
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ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?
RomanceEn el corazón de la vida militar, una joven soldado se encuentra atrapada entre sus responsabilidades y sus sentimientos cuando un compañero capta su atención durante una misión electoral. Mientras navega por las estrictas normas del ejército, descu...