CAPÍTULO 10

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Permanecí frente a la ventana, observando el lento amanecer, hasta que los primeros rayos de sol empezaron a filtrarse a través de las nubes. Eran las 7:45 de la mañana, y aún me encontraba allí, sumida en mis pensamientos, sin querer perturbar la aparente paz de Bauer. Sabía que él estaba molesto conmigo, al igual que yo estaba molesta con él por no creer en mí, pero parecía que nada de eso hacía alguna diferencia.

Durante todo el día siguiente, me mantuve en silencio, sumida en un estado de introspección y melancolía. Dormí en el sillón, con la ropa ligeramente húmeda por la lluvia de la noche anterior y el rocio matinal que se había asentado en ella. Al despertar, el peso de la situación aún colgaba sobre mí como una sombra persistente.

Al día siguiente debía regresar a la base. Sabía que, si volvía allí, no tendría que enfrentarme a Bauer durante todo el día, lo cual era un alivio momentáneo. Sin embargo, al estar en el departamento, ambos tendríamos que convivir bajo el mismo techo hasta que llegara el domingo. La idea de tener que enfrentar esta tensión durante otro día entero me resultaba agotadora y desalentadora.

Mientras contemplaba el futuro incierto, me di cuenta de que esta situación estaba lejos de resolverse. Había heridas que necesitaban tiempo para sanar, y una brecha de desconfianza que parecía insalvable. Solo el tiempo diría si podríamos superar este obstáculo en nuestra relación, o si nos enfrentábamos a un punto de no retorno.

Era ya tarde en la mañana, las 9:20, cuando me desperté del sueño intranquilo en el sofá. Bauer había salido de la habitación y, con un gesto de cansancio, me tocó el hombro para despertarme. Abrí mis ojos hinchados hacia él, con una mirada apagada y desanimada. Fue entonces cuando me pidió que volviera a la habitación para dormir, señalando que donde estaba yo, el ambiente estaba demasiado frío.

Me levanté del sofá, sintiendo el frío penetrar mis huesos, y me dirigí hacia lo que ya no estaba segura si seguía siendo nuestra habitación después de todo lo sucedido. Me acosté en la cama y me tapé hasta la cabeza con las sábanas, tratando de encontrar un poco de consuelo en la oscuridad y el silencio. Cerré mis ojos con fuerza, dejando que las lágrimas caigan sin control por mis mejillas.

No podía evitar seguir pensando en lo ocurrido el día anterior, en la actitud de Bauer al tirar las cartas que le había escrito con tanto amor y dedicación. Cada una de esas cartas había ocupado tiempo de mi vida, momentos en los que me esforzaba por expresar mis sentimientos más profundos hacia él. Verlas despreciadas de esa manera solo aumentaba mi dolor y mi sensación de pérdida.

Con el corazón hecho pedazos y la mente llena de preguntas sin respuesta, me sumergí en un sueño intranquilo, sabiendo que el camino hacia la reconciliación sería largo y difícil, pero con la esperanza de que algún día encontraríamos la manera de superar esta tormenta juntos.


De vez en cuando, entre sueños y pensamientos entrecortados, me despertaba para encontrarme con las sábanas o la blanca pared de la habitación. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, percibí una cálida y reconfortante sensación detrás de mí. Salí brevemente de mi escondite de sábanas para encontrarme con la espalda de Bauer, que se había acostado a mi lado, dándome la espalda pero presente. Suspiré aliviada y regresé a mi posición inicial, sintiendo una extraña paz que había estado ausente durante tanto tiempo.

Las horas pasaban sin que ninguno de los dos mostrara interés en levantarse. A mí no me apetecía comer en absoluto, aunque sabía que Bauer disfrutaba de sus comidas. Al final, sin darnos cuenta, terminé abrazada a él. Sus fuertes brazos me envolvieron, atrapando mi cuerpo como si temiera que escapara, cuando en realidad lo único que deseaba era quedarme a su lado de esa manera para siempre.

En medio de ese abrazo reconfortante, una sensación de tranquilidad y seguridad me invadió, borrando temporalmente todas las preocupaciones y desconfianzas que nos habían atormentado en los últimos días.

Después de horas de aquel abrazo reconfortante, el hambre comenzó a hacerse presente en mi estómago. Miré el reloj y vi que ya eran las 4 de la tarde. Sabía que tanto Bauer como yo necesitábamos algo de comida en nuestro estómago, así que decidí levantarme con cuidado para no despertarlo. Me dirigí silenciosamente a la cocina y me dispuse a preparar algo que ambos disfrutábamos: fideos con salsa blanca.

Esta receta era fácil, rápida y deliciosa. Preparé la salsa blanca con trozos de pechuga de pollo y champiñones, dejando que el aroma se expandiera por toda la cocina. Aunque no me consideraba una chef profesional, tenía mi propio toque culinario y sabía cómo complacer el paladar de Bauer, que, a pesar de tener gustos simples, siempre elogiaba cada plato que preparaba.

Mientras los fideos se cocían y la salsa espesaba lentamente, me sentí reconfortada por el simple acto de cocinar para nosotros dos. Sabía que compartir una comida caliente y casera nos ayudaría a reconectar y a encontrar un poco de normalidad en medio del caos emocional que nos rodeaba.

Después de preparar la comida y poner la mesa con esmero, me dediqué a ordenar un poco la casa mientras esperaba a que estuviera lista. Abrí las ventanas para dejar entrar un poco de aire fresco y luz natural, y me ocupé de barrer y trapear la sala de estar. También decidí poner una carga de ropa en la lavadora, anticipando la necesidad de tener algunas prendas limpias para más tarde.

A pesar del cansancio y la tristeza que me embargaban, me esforcé por mantenerme ocupada y productiva. Mi cabeza dolía, mis ojos estaban hinchados por el llanto y la falta de sueño, pero sabía que tenía que seguir adelante. Cuando la comida estuvo lista, serví los platos con cuidado y los coloqué en la mesa junto con los cubiertos, los vasos y un jarro de jugo.

Me dirigí a la habitación, pero me detuve en la puerta, sintiendo una mezcla de temor y ansiedad. Decidí enviarle un mensaje a Bauer y dejar la puerta entreabierta, prefiriendo no entrar hasta estar segura de que estaba listo para verme. Mientras esperaba, me senté en la mesa sin probar bocado, con el teléfono en las manos para distraerme del silencio incómodo que reinaba en la casa.

Finalmente, escuché sus pasos acercándose. Bauer entró al baño y salió minutos después, tomando asiento frente a su plato de comida. Puso un video en su teléfono para acompañar la comida, al menos estaba comiendo. Aunque seguía sintiéndome mal y distante, me reconfortó verlo alimentarse, sabiendo que al menos eso era un pequeño paso en la dirección correcta.

ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora