Nos dirigíamos la palabra solo para cosas puntuales: para tomar algo, pedir algo que estaba lejos o para comer algo. Nada más. No se hablaba del tema, y si llegábamos a tocarlo, volveríamos a lo mismo. Tampoco quería hablarlo. Durante todo ese día y el siguiente, sentía una presión en el pecho, especialmente en mi costilla del lado izquierdo. Mi cuerpo estaba demostrando a gritos que estaba mal emocionalmente. Mi garganta tenía un nudo apretado, con ganas de llorar por horas y horas.
Llegó el día de volver a la base. Durante todo el día, desayunamos, almorzamos y dormimos un rato, de la misma manera en que dormimos cuando sucedió la pelea: yo en un rincón y él atrás, dándome la espalda. Cada momento compartido estaba lleno de una tensión palpable, una barrera invisible que parecía insalvable. Mi mente estaba en un constante estado de alerta, esperando cualquier señal de que podríamos superar esta crisis, pero también temiendo que cada pequeño gesto o palabra nos hundiera más en el abismo de la incomprensión.
Al llegar a la base, nos despedimos con un beso frío y mecánico, un acto reflejo más que un gesto de cariño. Me dirigí a mi puesto de trabajo, intentando concentrarme en las tareas del día. Sin embargo, mi mente volvía una y otra vez a los días pasados, a las palabras no dichas, a los gestos que se habían convertido en barreras entre nosotros.
La presión en el pecho seguía allí, una constante recordatorio de mi angustia. Intentaba mantenerme ocupada, enfocarme en mis responsabilidades, pero la tristeza y la frustración me acompañaban a cada paso. La base, que antes era un lugar de camaradería y propósito, se había convertido en un escenario de lucha interna.
Mi llegada a la base había sido triste. Al llegar a mi pabellón, comencé a ordenar mi ropa mientras la escena del departamento revivía en mi cabeza una y otra vez. No dejaba de pensar en qué iba a hacer, pero al final, decidí seguir con mi vida normal. Ni siquiera comí después de llegar; la tristeza y el desánimo me habían quitado el apetito.
Los siguientes días me esforcé por mantener la calma, intentando centrarme en mis responsabilidades y tareas cotidianas. La comunicación con Bauer era escasa; apenas nos dirigíamos la palabra y cuando lo hacíamos, era solo para lo esencial. Seguíamos compartiendo espacio, pero la distancia emocional entre nosotros era inmensa. Las conversaciones triviales se habían vuelto raras, y cualquier intento de profundizar en nuestros sentimientos parecía una misión imposible.
Intentaba concentrarme en mis clases, tratando de mantener mi mente ocupada con los estudios y las tareas. Durante esos días, seguía hablando con Advial, quien siempre había sido un buen amigo y confidente. Sin embargo, para evitar malentendidos y problemas adicionales, le mencioné que si quería hablar conmigo, debía hacerlo en la sala de clases y en ningún otro momento. No quería darle a Bauer ninguna razón para dudar más de mí, ni tampoco quería alimentar las habladurías de los demás.
A medida que los días pasaban, la rutina en la base me ofrecía una cierta estabilidad, aunque la tristeza seguía presente. Por las noches, me costaba conciliar el sueño. Me encontraba recordando una y otra vez las cartas que había escrito para Bauer, los momentos felices que habíamos compartido, y me preguntaba si alguna vez volveríamos a tener esa conexión especial. Mi cuerpo reflejaba mi estado emocional: la presión en el pecho no desaparecía, y sentía un constante nudo en la garganta, como si estuviera a punto de llorar en cualquier momento.
La vida en la base seguía su curso habitual. Durante las comidas en el comedor, aunque me sentaba con los demás compañeros, me sentía aislada, como si una barrera invisible me separara del resto. Mis compañeros notaban mi estado, pero nadie se atrevía a preguntar. En el fondo, agradecía su discreción, pues no estaba lista para hablar de mis problemas con nadie más.
Sentía que todo estaba en mi contra. Cada día parecía una montaña imposible de escalar, llena de desafíos que no cesaban de aparecer. Tenía múltiples pruebas y trabajos que realizar para el curso, cada uno con sus propias exigencias y plazos inminentes. Las tareas académicas me abrumaban, y me pasaba horas enfrascado en libros y notas, tratando de absorber toda la información posible.
Además de las responsabilidades académicas, también tenía que cumplir con mis actividades en la base. Estos compromisos eran igualmente demandantes y requerían tanto de mi energía física como mental. Las exigencias de la base eran inflexibles, con horarios estrictos y tareas que no permitían margen de error. Cada día terminaba agotada, tanto física como mentalmente, sintiendo que apenas tenía tiempo para mí misma y el pensar en el problema.
Me encontraba saliendo de clases. Eran las 7 de la tarde y el día había sido especialmente agotador. Decidí dirigirme al casino para comprar algo rápido de comer antes de continuar con mis estudios. Afortunadamente, cuando llegué, el casino aún no había cerrado. Sentí un alivio momentáneo al saber que podría conseguir algo de alimento sin tener que buscar otro lugar.
Sin embargo, para mi sorpresa, allí estaba Bauer adentro tomándose un café. Así que opté por ignorarlo y centrarme en mi misión de conseguir algo para comer. Recorrí rápidamente las estanterías, buscando algo que fuera práctico y fácil de consumir. Finalmente, me decidí por un refresco y una barra de cereal. No tenía mucha hambre, pero sabía que necesitaría algo de energía para poder seguir estudiando más tarde.
Con mis compras en mano, me dirigí a la caja para pagar. La cajera me sonrió y me dio el cambio, deseándome una buena noche. Salí del casino con prisa, no solo para evitar cualquier interacción incómoda con Bauer, sino también porque tenía ganas de fumar un cigarrillo antes de encerrarme en mi pabellón a estudiar.
El aire fresco de la noche me recibió cuando salí. Me dirigí a un rincón tranquilo, encendí un cigarrillo y di una profunda calada. Sentí cómo el humo llenaba mis pulmones y me ayudaba a relajarme un poco, aunque sabía que este momento de calma sería breve. El día aún no había terminado para mí; todavía me esperaban horas de estudio y preparación para las próximas pruebas y trabajos.
Con cada calada, trataba de organizar mis pensamientos y planificar cómo abordaría el resto de la noche. Estaba agotada, pero no podía permitirme descansar todavía. Tenía que seguir adelante, cumpliendo con todas mis responsabilidades y tratando de mantenerme a flote en medio de la presión. Apagué el cigarrillo, respiré hondo y me dirigí hacia mi pabellón, lista para sumergirme nuevamente en los libros y los apuntes.
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ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?
RomanceEn el corazón de la vida militar, una joven soldado se encuentra atrapada entre sus responsabilidades y sus sentimientos cuando un compañero capta su atención durante una misión electoral. Mientras navega por las estrictas normas del ejército, descu...