CAPÍTULO 12

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Había pasado una semana y, de la nada, Bauer me habló para tomar un café en la base. Acepté su invitación, aunque con cierta incertidumbre, y me dirigí al lugar acordado. Era extraño; parecía como si nada hubiese pasado. Las peleas, los gritos, todo parecía haber sido borrado del aire.

Llegué al café y pedí permiso para entrar al superior que se encontraba dentro. Al cruzar la puerta, allí estaba Bauer. Lo saludé con una mezcla de nervios y esperanza, y él me devolvió el saludo con una sonrisa que parecía genuina. Me pasó una taza que contenía café, un capuchino para ser exactos. El aroma del café caliente llenó el ambiente, brindando un respiro de normalidad en medio del caos emocional.

Nos sentamos y comenzamos a conversar de cosas banales. Hablamos sobre lo que habíamos hecho durante el día y sobre nuestros planes para más tarde. La conversación fluía con sorprendente facilidad, como si estuviéramos retomando una rutina cómoda y familiar. Compartimos anécdotas simples y detalles cotidianos, evitando cuidadosamente cualquier tema que pudiera revivir las tensiones pasadas.

Mientras Bauer hablaba, me encontraba observándolo con atención. Me di cuenta de que, a pesar de las heridas recientes, aún había una conexión entre nosotros. Cada sonrisa y cada gesto me recordaban los momentos felices que habíamos compartido antes de que todo se complicara. Sentía una mezcla de alivio y aprehensión, sabiendo que este momento de calma podría ser efímero.

El capuchino estaba delicioso, y el calor de la taza en mis manos me reconfortaba. Mientras lo bebía, sentí que, por un breve instante, el peso de nuestras diferencias se desvanecía. Sin embargo, en el fondo, sabía que aún quedaba mucho por resolver.

A medida que la conversación avanzaba, empecé a sentir una leve esperanza de que tal vez podríamos superar nuestros problemas. La facilidad con la que hablábamos de cosas simples me hacía pensar que, con esfuerzo y paciencia, podríamos reconstruir nuestra relación.

Finalmente, después de lo que parecieron horas de conversación, nos despedimos. Me levanté con una sensación de alivio y una chispa de esperanza en el corazón. Mientras salía del café, me di cuenta de que este pequeño gesto de Bauer, esta invitación a tomar un café y hablar de cosas banales, era un primer paso hacia la reconciliación. No sabía qué nos deparaba el futuro, pero por primera vez en días, sentí que había una posibilidad de reconstruir lo que habíamos perdido. Nadie había hablado nada sobre lo sucedido; era un tema del pasado que todos parecían haber decidido olvidar. No quería ser yo quien sacara el tema, porque temía que Bauer se pondría agresivo, como lo hizo aquel día. No quería experimentar una reacción así de su parte nuevamente.

Todo parecía normal, como si no hubiéramos tenido aquellos conflictos. Parecían días y semanas maravillosas para nosotros. De vez en cuando, íbamos a visitar a mi madre en su casa y comíamos con ella. Otras veces, viajábamos a la casa de sus padres, que quedaba a una hora y media de distancia. Sus padres se habían convertido en una segunda familia para mí, y sus dos hermanos menores eran como mis propios hermanos; los quería de igual manera.

Todo al lado de Bauer se sentía tan lindo, tan perfecto. Quería estar a su lado en todo momento, disfrutar de cada segundo juntos. Me llenaba de felicidad compartir esos momentos cotidianos y especiales con él. Sin embargo, también sentía un miedo constante y latente. Sabía que estaba profundamente enamorada y, aunque eso me hacía muy feliz, también me aterraba. Temía que si algún día todo esto se acabara, el dolor sería insoportable.

A veces, cuando estábamos juntos, me encontraba pensando en lo frágil que podía ser la felicidad. Recordaba las peleas pasadas y me preguntaba si realmente habíamos superado esos obstáculos o si simplemente estábamos ignorándolos. Pero cada vez que Bauer me sonreía o me tomaba de la mano, esos miedos se desvanecían momentáneamente. Me decía a mí misma que debía disfrutar del presente y no preocuparme tanto por el futuro.

Cuando íbamos a ver a su familia, sentía una cálida bienvenida y una sensación de pertenencia que me reconfortaba profundamente. Sus padres siempre me trataban con cariño y sus hermanos me hacían reír con sus travesuras y ocurrencias. Era como si hubiera encontrado un hogar lejos de mi propio hogar, y eso me hacía sentir agradecida y feliz.

Sin embargo, en el fondo de mi mente, el temor persistía. Sabía que mi amor por Bauer era inmenso, y eso me asustaba. Temía que al estar tan enamorada, cualquier problema futuro podría romperme en pedazos. Pero cada vez que esos pensamientos me invadían, intentaba alejarme de ellos y enfocarme en el aquí y ahora.

Quería creer que nuestro amor era fuerte y que podíamos superar cualquier dificultad juntos. Quería tener fe en que, a pesar de todo lo que habíamos pasado, nuestro futuro sería brillante y lleno de momentos felices. Con cada día que pasaba, me esforzaba por mantener esa esperanza viva, porque estar al lado de Bauer era lo que más deseaba en el mundo... Pero al parecer el mundo lo pondría difícil para ambos, o para mi, pero odiaba estar donde estaba ahora.


ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora