CAPÍTULO 3

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Para mi buena suerte, venían las elecciones presidenciales a finales del mes de septiembre. Todos estábamos esperando ver con quién nos tocaría ir, normalmente éramos siete por cada sector donde se realizarían los votos. El día llegó y solo pensaba en que esos días debía estar pendiente del recinto. A las 5:15 de la mañana, debíamos formar con las cosas que íbamos a llevar a los recintos. Llevé mi colchón, sábanas, almohadas y útiles de aseo personal. Luego, fui a material de guerra a buscar mi fusil y cargadores. Dejé mis cosas en el punto donde me tocaba esperar a los demás que irían conmigo.

Hacía demasiado frío y, con mi fusil terciado, lo sentía aún más debido a que este tendía a helarse y traspasar mi ropa de abrigo. Pasaron varios minutos y yo permanecía sentada sobre mi colchón, que estaba en el piso, viendo mi teléfono como forma de distraerme. De repente, escuché una risa familiar acompañada de otras. A lo lejos, venía él junto con otros cuatro. ¿Sería mucha la coincidencia y mi suerte?

Mi corazón latió con fuerza al verlo acercarse. Él también llevaba su equipo y, al notar mi presencia, me dedicó una sonrisa que me hizo sentir una cálida sensación en medio del frío de la mañana. Mientras se acercaban, me levanté y saludé a los otros compañeros, intentando mantener la compostura y la profesionalidad. Nos asignaron las tareas y comenzamos a organizarnos para el día.

Durante el traslado al recinto, nuestros caminos se cruzaron varias veces, y cada encuentro, aunque breve, era una chispa de emoción en mi rutina. Las horas pasaron rápidamente mientras nos ocupábamos de las labores asignadas, pero siempre había un momento para intercambiar unas palabras o una sonrisa. Sentía que poco a poco, estábamos rompiendo la barrera de la formalidad, aunque aún respetábamos las normas del entorno militar.

Las noches eran frías y largas, y mientras todos se preparaban para descansar, él y yo nos encontramos en el pasillo del recinto. Había un silencio cómodo entre nosotros, roto solo por el sonido del viento afuera. Decidimos sentarnos juntos un rato, hablando en voz baja para no despertar a los demás. Compartimos historias y risas, y en ese momento, sentí que estábamos creando un pequeño refugio en medio de nuestras obligaciones.

El tiempo que pasamos en el recinto se convirtió en una especie de burbuja donde, por un breve periodo, las estrictas reglas parecían más flexibles. Me di cuenta de que mi atracción hacia él no era una simple distracción, sino algo más profundo, una conexión genuina que valía la pena explorar. Las risas eran inmensas, las idas a compartir un cigarrillo mientras hablábamos de la vida eran espectaculares. Cada vez sentía que lo que estaba haciendo era bueno y malo a la vez. Durante toda la noche que conversamos, nos dimos nuestros números de teléfono, sellando una complicidad que prometía extenderse más allá de aquellos días.

Finalmente, los días de las elecciones terminaron y regresamos a la base. La rutina volvió a su curso, pero algo había cambiado. Sentía una nueva energía, una esperanza renovada. Sabía que debíamos ser cautelosos, pero también entendía que valía la pena seguir conociéndolo y ver a dónde nos llevaría esta conexión.

Me encontraba en un punto de equilibrio entre mis responsabilidades y mis sentimientos, y eso me hacía sentir más fuerte y segura. Aunque el camino no sería fácil, estaba dispuesta a recorrerlo, confiando en que, a veces, las coincidencias son solo el inicio de algo más grande.


Quizás todo estaba en mi cabeza, tal vez me estaba haciendo una idea de algo que no iba a suceder. Pero debía arriesgarme. Al intercambiarnos los números de teléfono, sabía que podía hablarle, preguntarle cosas, tal vez del ámbito laboral para no levantar sospechas. Dejé mi miedo de lado y le envié un mensaje, el cual decía: "¿Podemos hablar un momento si está libre de sus actividades? Tal vez podríamos tomar un café en la cafetería dentro de la base."

Esperé su respuesta con el corazón acelerado, sabiendo que, en ese simple mensaje, había depositado una parte de mis esperanzas y temores. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad, pero al mismo tiempo, me sentía valiente por haber dado ese paso. Independientemente de lo que sucediera, sabía que había hecho lo correcto al seguir mi instinto y permitirme explorar esta conexión, sin dejar de lado mis responsabilidades y compromisos en el ejército.

Finalmente, mi teléfono vibró con su respuesta. "Claro, nos vemos en la cafetería a las 16:00," decía su mensaje. Una ola de alivio y emoción me recorrió, mezclándose con la inevitable ansiedad. Pasé el resto del día intentando mantenerme enfocada en mis tareas, pero mis pensamientos seguían regresando a nuestra inminente reunión.

A las 16:00 en punto, llegué a la cafetería. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, y el murmullo de las conversaciones formaba un telón de fondo acogedor. Lo vi sentado en una mesa cerca de la ventana, y me dirigí hacia él con una sonrisa nerviosa. Al sentarme, me di cuenta de que nuestros encuentros informales habían creado una familiaridad reconfortante.

La conversación comenzó de manera ligera, hablando sobre nuestras respectivas tareas y experiencias recientes. Sin embargo, a medida que avanzaba, nos fuimos adentrando en temas más personales. Cada vez sentía más que lo que estaba haciendo era bueno y malo a la vez. Era bueno porque me permitía conocer a alguien que había captado mi interés de manera genuina, y malo porque sabía que esta conexión podía complicar nuestra vida profesional.

Durante toda la noche que conversamos en el recinto, nos habíamos dado nuestros números de teléfono, sellando una complicidad que prometía extenderse más allá de aquellos días. Ahora, en la cafetería, esa complicidad se fortalecía. Me sentía entendida y valorada, algo que no había esperado encontrar en el entorno rígido del ejército.

A medida que pasaba el tiempo, comencé a darme cuenta de que arriesgarme había valido la pena. Tal vez este camino sería complicado y lleno de desafíos, pero la conexión que sentía con él era real y significativa. Mientras nos despedíamos, él me dijo con una sonrisa: "Me alegra que hayamos tenido esta oportunidad de hablar."

Esa noche, mientras reflexionaba sobre nuestra conversación, me sentí agradecida por haber tomado la iniciativa. Sabía que debíamos ser cautelosos y mantener el equilibrio entre nuestras responsabilidades y esta incipiente relación. Pero también entendí que a veces, seguir el corazón y arriesgarse era la única manera de descubrir las oportunidades que la vida tenía para ofrecer.

ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora