CAPÍTULO 8

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Por mi mente pasaban un montón de cosas. El miedo, sobre todo, dominaba mis pensamientos. Tenía miedo de ellos, miedo de la situación, miedo de lo desconocido. Para intentar calmarme y escapar de la realidad en la que estaba atrapada, de vez en cuando escribía algunas notas. A veces eran solo fragmentos de ideas, pensamientos sueltos que me ayudaban a liberar un poco la tensión. Otras veces, escribía cartas a mi amado, contándole cómo me sentía. Sin embargo, nunca las enviaba. Eran más un desahogo personal que una comunicación real.

A veces lo entendía, y me daba cuenta de que era algo tonta al pensar así. Prefería que él fuera feliz, mucho más feliz que yo. No quería atormentarlo con lo que a mí me molestaba. Él tenía su carácter, y digamos que yo no tenía el mío. En realidad, soy una persona bastante frágil, pero siempre he preferido hacerme la dura, mostrar una fachada de fortaleza para protegerme. Esta fachada me permitía llorar en el baño, encerrada, donde nadie podía ver mi fragilidad.

La vida no ha sido fácil para alguien como yo, que aparenta ser fuerte cuando en realidad se siente débil. He aprendido a esconder mis sentimientos para evitar preocupar a los demás. Sin embargo, llega un punto en que la tristeza o la rabia se acumulan tanto que ya no puedo contenerlas. Es entonces cuando lloro en frente de alguien, revelando mi vulnerabilidad. En esos momentos, me siento expuesta y vulnerable, pero también liberada, como si finalmente pudiera dejar salir todo lo que he estado guardando dentro.

Mi relación con Bauer es complicada por esta razón. Quiero protegerlo de mis propios demonios, quiero que su vida sea lo más feliz posible, libre de mis preocupaciones y miedos. Sé que él tiene su carácter, que puede ser fuerte y decidido, mientras que yo me siento como una hoja al viento, llevada de un lado a otro por mis emociones. Pero a pesar de todo, lo amo profundamente y quiero lo mejor para él, aunque eso signifique ocultar mis propios sentimientos y soportar el peso de mis miedos en silencio.

Los días desde que Wallis me había comentado aquello me perseguían, pero no dejaría que esos pensamientos tormentosos arruinaran lo que tenía con Bauer. Sin embargo, parecía que mis pensamientos no serían los que causarían aquellos problemas. Meses después, tuve una tremenda discusión con Wallis, precisamente por el mismo motivo en el que Bauer estaba comprometido.

Con Wallis teníamos clases para obtener una nueva especialidad: ser profesores de educación física. En ese ambiente, que se suponía sería un espacio de crecimiento y aprendizaje, comenzó mi odio y mi incapacidad de creer en quienes me rodeaban. La confianza, que hasta entonces había sido una base firme en mis relaciones, empezó a resquebrajarse.

La noticia que Wallis me dio ese día se convirtió en una sombra constante en mi vida. Aunque intenté mantenerme fuerte y no permitir que aquellos pensamientos oscuros interfirieran con mi relación con Bauer, no pude evitar sentirme cada vez más inquieta. Wallis, con su manera de ser directa y a veces insensible, no dejaba de recordarme el compromiso de Bauer, algo que yo intentaba desesperadamente ignorar.

Mi odio hacia Wallis provenía del hecho de que lo que hizo había terminado con mi relación con Bauer.

—¿Qué mierda hiciste, imbécil? ¿Crees que es gracioso lo que hiciste? ¿Crees que eso va a solucionar algo? —exclamé exaltada, pero cuidando de no hacer escándalo y evitar un espectáculo para los demás que estaban en la sala de clases.

—Mira, Bianchi, yo creo que es lo mejor, ¿no? ¡No es vida la vida de mierda que llevas ahora! Tú sigues confiando en ese estúpido cuando por detrás tienes unos cachos inmensos —respondió Wallis, sin un atisbo de remordimiento en su voz.

Sus palabras, llenas de desprecio y desdén, resonaban en mi cabeza. Era como si no comprendiera el daño que había causado, o peor aún, como si no le importara. Mi corazón latía con fuerza, mezcla de rabia y dolor, mientras intentaba procesar la frialdad con la que Wallis justificaba su traición.

La rabia que sentía hacia Wallis no solo era por lo que había hecho, sino por la manera en que lo había hecho. La frialdad y la indiferencia con la que había revelado la verdad sobre Bauer eran casi tan hirientes como la traición misma. Cada palabra suya era una puñalada, una confirmación de que la amistad que creía tener con Wallis no era más que una ilusión.

—No entiendes nada —le respondí con voz temblorosa, tratando de contener las lágrimas—. Tú no sabes lo que significaba Bauer para mí. Lo que hiciste no solo destruyó mi relación, sino también mi confianza en las personas.

Wallis me miró con una mezcla de compasión y frustración.

—Bianchi, abre los ojos. Ese tipo no te merecía. Tal vez me odies ahora, pero algún día entenderás que te hice un favor.

Esas últimas palabras resonaron en mi mente mientras me alejaba de la sala, dejando atrás a Wallis y todos los recuerdos amargos que ahora estaban asociados con él.

Mi supuesto amigo Wallis tenía la contraseña de una red social mía, y no se le ocurrió nada mejor que intentar hacer creer a un compañero de clase, Advial, que él me interesaba. En clase siempre había risas amigables y un intercambio de respuestas en los exámenes entre todos nosotros. Sin embargo, Advial estaba al tanto de lo que realmente ocurría; él sabía que Wallis había sido el autor de los mensajes.

Advial respondió a lo que supuestamente yo había escrito, pero con la certeza de que no era yo quien estaba detrás de esas palabras. Tomé una captura de pantalla del chat en el que supuestamente yo había expresado interés en él y se la envié a Wallis, acompañado de un mensaje contundente:

—No te perdono ni una mierda de esto. Tus intenciones, por más buenas que creas que eran, son una puñalada para quien considerabas tu amiga.

Después de enviar el mensaje, eliminé el chat con Wallis y lo bloqueé. Hice lo mismo con el chat de Advial. Bauer no debía enterarse de aquello; conocía bien su carácter y sabía que, por más que le repitiera y suplicara que no había sido yo, él pensaría que fui yo la responsable. Este debía ser un secreto que guardaría hasta mi tumba. No quería causarle problemas a Bauer; quería ser perfecta a sus ojos.

La traición de Wallis me había dejado profundamente herida. Confiar en alguien hasta el punto de compartir una contraseña y luego descubrir que esa confianza había sido traicionada de la peor manera imaginable era devastador. La situación con Advial, aunque él no se lo tomó en serio, añadía una capa más de complicación a mi ya tumultuosa vida.

Me sentía atrapada en una red de mentiras y secretos, tratando de mantener la apariencia de normalidad y perfección ante Bauer. Cada día era un esfuerzo constante para ocultar la verdad y proteger nuestra relación de cualquier posible conflicto. Me dolía tener que cargar con este peso sola, pero no veía otra opción. La imagen que Bauer tenía de mí, y la estabilidad de nuestra relación, dependían de mi capacidad para mantener este secreto oculto.

Así, mientras enfrentaba la traición de Wallis y el caos que había desatado, intentaba seguir adelante, enfocándome en mis estudios y en mi relación con Bauer. Sabía que algún día tendría que confrontar todos estos sentimientos y encontrar una manera de sanar, pero por ahora, solo quería mantener la fachada y evitar que todo se desmoronara.

ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora