Los días viernes podíamos salir hasta el domingo, día en el que la recogida era a las 20:00 hrs. Había que llegar unos 15 o 20 minutos antes para poder cambiarnos, presentarnos a formar y contar las novedades y quejas que teníamos al llegar a la base. Luego, íbamos a dormir hasta la mañana siguiente, que comenzaba a las 6:00.Ese viernes salí y llegué a mi casa, que quedaba cerca de la base por suerte, no como la de algunos compañeros que debían viajar horas y horas. Saludé a mi madre, la apoyé con las cosas de la casa y descansé. Dormí como nunca, ya que estaba muy estresada por algunas pruebas, ejercicios, cantos, trotes, etc. Al momento de despertar, ya eran las 17:15, y solo podía pensar en una sola cosa: el hombre cuyo apellido era Bauer.
Tomé mi teléfono y le envié un mensaje: "Hola, ¿cómo está? Tengo libre hasta el domingo, ¿le parece si salimos a tomar un café?" Pasaron algunos minutos, largos minutos, hasta que un sonido de mi mensajería me hizo despegarme de lo que estaba haciendo en mi habitación.
Su respuesta llegó rápidamente: "Hola, estoy bien, gracias. Me encantaría tomar un café contigo jajaja. ¿Dónde te gustaría encontrarnos?"
Una mezcla de emoción y nerviosismo me invadió. Le respondí sugiriendo un café cercano y fijamos la hora para encontrarnos el día sábado de mañana. Durante el resto de la tarde, me preparé con cuidado, tratando de no dejar que los nervios me dominaran. Esta salida no era solo una oportunidad para pasar tiempo juntos fuera del contexto militar, sino también una posibilidad de conocerlo en un entorno más relajado.
ran las tres y media de la tarde y ya me encontraba en el lugar acordado, esperando a que él llegase para ir a la cafetería que habíamos mencionado en nuestros mensajes. Tenía ganas de algo dulce, ¿y qué mejor que un café acompañado de un waffle con crema y frutas? Cuando él llegó, le sonreí mientras le saludaba y nos dirigimos juntos a la cafetería. Como yo había sido quien lo invitó, insistí en pagar a pesar de que él intentó disuadirme.
Caminábamos disfrutando de nuestro café, conversando y riendo, cuando de repente comenzó a llover. No era una lluvia fuerte, pero sí lo suficiente como para necesitar refugio de las gotas. Encontramos un lugar con unas bancas a unas calles de donde estábamos, con un nailon como techo que nos protegía de la lluvia.
Nos sentamos y seguimos conversando mientras la lluvia caía suavemente alrededor de nosotros. El sonido de las gotas golpeando el nailon y el ambiente fresco crearon un escenario perfecto para nuestra charla. Cuando la lluvia paró, continuamos caminando por los alrededores. Él ya había terminado su waffle y solo le quedaba un poco de café. A medida que caminábamos, nos sentíamos más relajados y la confianza entre ambos crecía. En un momento, me confesó algo que nos causó risa y un poco de preocupación: era intolerante a la lactosa... y el waffle tenía todo lo que no podía comer.
No pude evitar soltar una carcajada, y él también se rió, aunque con una pizca de nerviosismo. "¡No me digas que te comiste todo eso sabiendo que no deberías!" le dije entre risas. Él se encogió de hombros y sonrió. "Estaba tan bueno que no pude resistirme. Pero pagaré el precio más tarde, estoy seguro."
Decidimos que era mejor seguir caminando para ayudarle a digerir el festín prohibido. Hablamos sobre lo irónico de la situación y cómo a veces nos permitimos pequeños placeres a pesar de las consecuencias. Esta confesión inesperada rompió cualquier barrera restante y nos hizo sentir más cercanos.
Durante nuestra caminata, nos encontramos con un pequeño parque con flores en pleno florecimiento. Nos sentamos en una banca y observamos el entorno, dejando que la conversación fluyera naturalmente. Hablamos de nuestras familias, nuestros pasatiempos y lo que nos había llevado al ejército. Cada palabra compartida nos hacía descubrir nuevas facetas el uno del otro, y sentía que estaba conociendo a alguien verdaderamente especial.
Al final de la tarde, regresamos al punto de partida. Aunque él estaba un poco preocupado por su intolerancia a la lactosa, seguía sonriendo, y eso me hizo sentir que habíamos compartido algo significativo. Nos despedimos con una promesa tácita de repetir la experiencia, sabiendo que estos momentos eran valiosos y únicos.
Caminé de regreso a casa con una sensación de calidez y satisfacción. A veces, los pequeños incidentes y confesiones inesperadas son los que realmente unen a las personas. Me di cuenta de que, aunque el camino pudiera ser complicado, la conexión genuina que estábamos forjando valía cada pequeño riesgo. Estaba emocionada por lo que el futuro podría depararnos, sabiendo que había encontrado a alguien con quien podía ser yo misma.
Tenía miedo de equivocarme; nunca había tenido una relación seria. La incertidumbre me invadía, y las dudas eran constantes. ¿Sería esto solo un capricho pasajero? ¿Podría mantener el equilibrio entre mis responsabilidades en el ejército y una relación? A pesar de estos temores, cada encuentro con él me dejaba con una sensación de felicidad y una creciente esperanza.
A medida que nuestras interacciones se volvieron más frecuentes, comencé a abrirme más y a dejar que él conociera partes de mí que rara vez compartía con los demás. Una tarde, mientras paseábamos por un parque cercano, le confesé mis inquietudes. "Nunca he tenido una relación seria," le dije, mirando al suelo. "Tengo miedo de no saber cómo manejar esto."
Él se detuvo y me miró con una expresión comprensiva. "Todos tenemos miedos y dudas," dijo suavemente. "Lo importante es que estamos dispuestos a intentarlo, a ser honestos y a apoyarnos mutuamente. No hay un manual para esto, solo debemos ser nosotros mismos."
Sus palabras me dieron una especie de consuelo. Sentí que estaba dispuesto a caminar este camino conmigo, sin presiones ni expectativas irreales. Con el tiempo, aprendí que abrirse y ser vulnerable no era una señal de debilidad, sino de fortaleza.
Y así, mientras el tiempo pasaba, nuestra relación fue creciendo. Un día de octubre, decidí que era el momento de hacer nuestra relación oficial. En estos tiempos modernos, no veía problema en ser yo quien lo pidiera. Me dirigía al centro de la ciudad y él se bajaba un poco más allá, así que aproveché ese momento. Decidí que cuando fuera a bajarme, se lo diría para evitar una situación incómoda en caso de que me dijese que no.
Con el corazón latiendo a toda velocidad, le escribí un mensaje: "¿Quieres ser mi novio?" Lo envié y, rápidamente, me bajé del autobús. Mientras el autobús partía, sentí que los segundos se alargaban interminablemente. Entonces, mi teléfono vibró. Mi corazón latía tan fuerte que parecía que iba a salir de mi pecho. Abrí el mensaje y leí: "Sí, hermosa, sí quiero."
La emoción me invadió, y una sonrisa se dibujó en mi rostro. Caminé por la ciudad sintiéndome ligera, como si un peso se hubiera levantado de mis hombros. Al reencontrarnos, nuestras miradas lo decían todo. Sabíamos que este nuevo paso era significativo, y estábamos listos para enfrentarlo juntos.
Desde ese día, nuestra relación se fortaleció aún más. Cada momento compartido, cada risa y cada confesión nos acercaban más.
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ESPERA, ¿SÓLO SOY YO?
RomanceEn el corazón de la vida militar, una joven soldado se encuentra atrapada entre sus responsabilidades y sus sentimientos cuando un compañero capta su atención durante una misión electoral. Mientras navega por las estrictas normas del ejército, descu...