Capítulo 2: La Rebelión Subterránea

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El sonido de las máquinas retumbaba sobre sus cabezas mientras Lía y su grupo descendían por el túnel oscuro. La humedad en las paredes y el olor a moho les recordaban que este era un mundo olvidado, un resquicio del pasado antes de que las máquinas tomaran el control. La luz de las linternas titilaba, proyectando sombras danzantes en el estrecho corredor.
—¿Estás segura de que esto nos llevará a la Torre? —preguntó Marcos, un hombre robusto con cicatrices que contaban historias de viejas batallas.
Lía asintió, apretando los labios en una línea delgada. Había pasado meses investigando estos túneles, cruzando datos y mapas antiguos con las historias que su madre le había contado de niña. Eran su legado, su guía en esta misión suicida.
—Sí. Este túnel nos llevará directamente al subsótano de la Torre. Desde allí, podremos acceder a los sistemas principales de la ciudad. —Lía miró a su alrededor, a las caras tensas pero decididas de sus compañeros. Sabía que no todos sobrevivirían, pero no había vuelta atrás.
Después de lo que pareció una eternidad, el túnel se abrió en una sala más amplia. En el centro, un viejo generador zumbaba con vida, iluminando la habitación con un tenue resplandor azul. Marcos y otros dos se acercaron al generador, comprobando los controles.
—Está intacto —dijo Marcos con una sonrisa. —Podemos usarlo para cortar la energía de las cámaras de seguridad en el subsótano. Eso nos dará unos minutos antes de que los sistemas de emergencia se activen.
Lía asintió, sintiendo una chispa de esperanza. Cada detalle había sido planeado meticulosamente, pero sabía que la improvisación sería inevitable. Se acercó a un panel en la pared y conectó un dispositivo que había creado con piezas de tecnología obsoleta. El dispositivo emitió un pitido y las luces del generador parpadearon.
—Estamos dentro —dijo Lía, más para sí misma que para los demás.
De repente, el sonido de pasos resonó en el túnel. Lía levantó la mano, señalando a todos que guardaran silencio. Las linternas se apagaron, sumiendo la sala en una oscuridad casi total. Los pasos se acercaban, y Lía podía sentir su corazón latir en su garganta.
—¡Aquí! —La voz de un guardia rompió el silencio. Lía contuvo el aliento mientras los pasos se detuvieron justo fuera de la sala.
Marcos se movió con la agilidad de un depredador, acercándose a la entrada. Con un movimiento rápido, se abalanzó sobre el guardia, silenciándolo antes de que pudiera dar la alarma. Hubo un sonido sordo y luego, silencio.
—Vamos, rápido —susurró Marcos, limpiándose la sangre de las manos.
El grupo se movió de nuevo, esta vez con más prisa. Atravesaron la sala y encontraron la escalera que llevaba al subsótano de la Torre. Cada peldaño crujía bajo sus pies, amplificando el peso de sus expectativas y temores.
Al llegar al final de la escalera, se encontraron ante una pesada puerta de acero. Lía conectó otro dispositivo al panel de control y, tras unos segundos que parecieron horas, la puerta se abrió con un chirrido metálico.
—Estamos dentro —murmuró Lía, sintiendo una mezcla de alivio y terror.
Más allá de la puerta, un pasillo iluminado por luces fluorescentes se extendía ante ellos. Lía sabía que cada paso a partir de aquí sería crucial. No había margen para errores. Con un último vistazo a sus compañeros, avanzó hacia lo desconocido, sabiendo que el destino de NeoLumen dependía de ellos.

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