Capítulo 3: La Voz del Pasado

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El pasillo parecía interminable, una serpiente de luces frías que conducía a la base del poder que habían jurado destruir. El aire era más limpio aquí, libre del polvo y la humedad de los túneles, pero el ambiente estaba cargado con una tensión palpable. Lía sentía el peso de cada paso, consciente de que cada segundo contaba.

—Marcos, encárgate de las cámaras —ordenó Lía, entregándole un pequeño dispositivo electrónico.

Marcos asintió y se separó del grupo, acercándose a una caja de conexiones en la pared. Con habilidad y rapidez, conectó el dispositivo, que emitió un suave zumbido. En las pantallas de vigilancia de la Torre, las imágenes se congelaron momentáneamente antes de volver a la normalidad, ahora reproduciendo en bucle los últimos segundos de inactividad. Tenían unos minutos preciosos.

Avanzaron en formación cerrada, sus respiraciones eran casi inaudibles. Se detuvieron frente a otra puerta, esta vez una mucho más elaborada con mecanismos de seguridad avanzados. Lía sacó un tercer dispositivo de su mochila y lo conectó a un puerto en la pared. Las luces parpadearon, y un suave pitido indicó que el sistema había sido comprometido.

—Listo —dijo Lía en voz baja, empujando la puerta que se deslizó silenciosamente.

Entraron en una amplia sala llena de servidores. Las luces LED parpadeaban como estrellas en un cielo artificial. En el centro, una terminal de control se destacaba, irradiando una luz azul intensa. Era aquí donde Lía debía introducir el código que había recuperado del diario de su madre, un código que prometía devolver la libertad a NeoLumen.

Lía se acercó a la terminal y comenzó a teclear frenéticamente. Cada comando que ingresaba era una afirmación de su propósito, un paso más hacia la caída del Consejo Supremo. El código final estaba listo para ser ejecutado, pero en ese momento, la puerta se abrió de golpe.

Un grupo de soldados del Consejo irrumpió en la sala, sus armas apuntando directamente al grupo de Lía. La tensión era tan densa que casi podía cortarse con un cuchillo. Lía alzó las manos, mostrando que no tenía intención de pelear, pero no podía dejar que todo su esfuerzo fuera en vano.

—¡Alto! —gritó un hombre en uniforme negro, su voz resonante y autoritaria. Era el Capitán Rogen, conocido por su lealtad inquebrantable al Consejo y su crueldad sin igual.

—Detente ahora mismo —ordenó Rogen, su mirada fija en Lía.

—No puedo hacer eso —respondió Lía, sus dedos suspendidos sobre el teclado.

Antes de que Rogen pudiera reaccionar, Marcos se lanzó hacia uno de los soldados, desatando el caos. Los disparos resonaron en la sala, pero Lía no se detuvo. Con una determinación feroz, presionó la tecla final. El sistema se sacudió, las luces parpadearon y una alarma ensordecedora llenó el aire.

—¡Lo hiciste! —gritó Ana, una de las más jóvenes del grupo, mientras derribaba a otro soldado.

En las pantallas de la ciudad, la propaganda del Consejo se desvaneció, reemplazada por un mensaje de libertad. La voz de la madre de Lía, grabada en un antiguo dispositivo, resonó por toda NeoLumen.

—Ciudadanos de NeoLumen, la tiranía ha llegado a su fin. Levántense y reclamen su libertad. —Era una voz fuerte y llena de esperanza, un eco del pasado que ahora guiaba el futuro.

El enfrentamiento continuaba, pero Lía sabía que habían ganado. Habían encendido la chispa de la rebelión. Mientras el caos reinaba a su alrededor, Lía se permitió un momento de respiro, viendo cómo las máquinas que habían dominado sus vidas comenzaban a fallar, y los ciudadanos, inspirados por el mensaje, se levantaban contra sus opresores.

El Consejo Supremo había caído, pero la verdadera batalla apenas comenzaba. La reconstrucción de NeoLumen y la lucha por mantener la libertad serían desafíos monumentales. Sin embargo, Lía y su grupo habían demostrado que el poder de la gente, cuando se une por una causa justa, puede derribar incluso los muros más imponentes.

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