Capítulo 19. Y se dejaba llevar.

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Betty.

No sé qué decir.

En verdad quiero que Armando Mendoza sufra, quiero que Mario Calderón pague, pero ahora no estoy tan segura de que Marcela Valencia esté entre las personas a las que quiero lastimar.

Siempre la he visto como a una bully, como a na mujer que no le importan los sentimientos y la vida d ellos demás. A mis ojos, ella es una mujer frívola y despiadada, pero debo admitir que solo sé lo que Mireya puso en su diario.

Ahora que lo pienso, las del cuartel, siempre han tenido buenas opiniones de ella. Ayudó a Sofía con su divorcio y cuando,  la amante de  su ahora  ex marido;  quiso entrar a  trabajar a Ecomoda, hizo todo lo posible por qué ella no pasará más allá de la puerta.

También ayudó a Aura María cuando la corrieron de su casa con todo y su hijo, ayudándola no solo con un lugar en dónde quedarse, si no que también la ayudó a tener un mejor salario, y no sé diga de Patricia, a quien está ayudando por todos sus problemas económicos.

Mi rencor hacia ella no me dejaba ver qué no es una mala persona, sólo es una víctima mas de Armando Mendoza, es una mujer enamorada que no ha podido salir de las garras de ese hombre.

Y esto es lo primero. Por qué luego están esos vídeos.

Saber que puede haber una prueba en video de todo lo que tuvo que pasar Mireya, que tal vez haya videos de lo que pasó ese día, hace que se me revuelva el estómago.

Pero lo que más me impacta es que no fue solo ella, hay muchas mujeres que ya pasaron por lo mismo.

Saber que hay una posibilidad de que Armando Mendoza sea encarcelado, de que ya no vuelva a hacer daño a otra mujer  y de que esté pudriéndose ahí por mucho tiempo, hace que todo valga la pena.

— Lo voy a ayudar. — contesto. — Solo por qué no quiero que haya más mujeres como mu hermana, que no solo tengan que padecer la vida a su lado, si no que también la pierdan.

Veo el rostro de Daniel Valencia llenarse de un alivio y entusiasmo. Sé que ayudarlo es arriesgado, demasiado arriesgado de hecho, pero tampoco quiero dejar a Daniel sufrir por qué Don Armando es un imbécil.

Estoy a punto de poner mis condiciones, por qué por ningún motivo quiero que Don Armando se de cuenta que tenemos un acuerdo, es más, quiero que crea que nos odiamos a muerte, pero lo próximo que pasa es que Daniel Valencia me jala hacia a él en un abrazo que manda electricidad a todos lados en mi cuerpo.

Su altura y nuestra posición en el auto,  hace que su cabeza sobresalga un poco más y que su boca quede a la altura de mi oído. — Muchas gracias, Beatriz. Está usted haciendo lo correcto.

¡Dios! Su voz viaja en forma de escalofríos por todo mi cuerpo, concentrándose en los lugares incorrectos.  No debería sentirse así. No con él.

— Sé que es arriesgado, pero quiero que el legado de mis padres no quede en manos equivocadas. — vuelve a decir, pero su tono de voz ahora es un poco más profundo, un poco más grabe.

Poco a poco nos separamos, pareciera que ninguno de los dos está preparado para que está sensación desaparezca.

Llega un momento en que nuestros ojos se encuentran y, carajo, soy solo una humana que no puede pensar correctamente, una humana que se siente afectada por un hombre como Daniel Valencia, por lo que mis ojos viajan directo a su boca.

El aprovecha eso. Lo sé, ví su sonrisa formarse. Vi esa sonrisa que pocas veces deja que otros vean y a mi me ha dedicado una sonrisa de las que te desarman.  — Betty...— susurra.

Mi nombre en sus labios queda tan bien...

Me besa.

Me besa de verdad. Cómo besan los hombres que saben lo que hacen, los que saben lo que quieren y van por ellos. Me besa como nunca nadie me había besado.

Sus labios son suaves, pero firmes. Marcando un ritmo apasionado y lento que hace que la cabeza me de vueltas. Es la necesidad de un jadeo lo que hace que le de el espacio para que nuestras lenguas se encuentren.

Es ahí cuando en verdad sé que esto no es solo un beso. Cuando sé que esto está lleno de adoración.

¿Este es el momento en el que caigo rendida ante Daniel Valencia? No.

Pero sé que mi corazón se ha despertado de nuevo. Sé que nunca había sentido algo como esto con alguien más.

Y me dejó llevar por su beso, profundizando y adorando cada parte de mi boca. Por un momento nos apartamos para tomar aire, pero nuestro beso no hace más que ponerse frenético.

Hay manos por todos lados, nuestras lenguas danzan, hasta que ya no lo hacen más, por qué él está devorando mi cuello.

La sensación de su lengua en mi cuello es exquisita, enervante. Y es eso mismo lo que me hace gemir, lo que hace que no pueda más, por qué mi cuerpo es traicionero y en este momento está húmedo y preparado para lo que pueda pasar. No estoy pensando con claridad.

— Que sonido tan más glorioso.— murmura besando mi oreja, mientras que mis gemidos ya son descarados.

Mis uñas están clavadas en su traje, tomándolo de los hombros, mientras que él se da un festín conmigo. Una de sus manos pasa por debajo de mi blusa, tocando mi espalda, tomando todo lo que puede. Pero termina posándola debajo de mi pecho,casi rozando el montículo de mi seno.

¡TOC, TOC , TOC!

Esos tres golpes en la ventana hacen que los dos saltemos a nuestros respectivos lugares. Volteo a ver quién es la persona que me ha interrumpido y veo a Nicolás. A un muy enojado Nicolás, haciéndome señas para que me baje.

Es entonces cuando me doy cuenta de lo que ha pasado: No sólo acepté a ayudarle, también lo he besado, prácticamente me lo estaba follando. A fuera de mi casa.

Y doy gracias al cielo que haya sido Nicolás y no mi papá.

La venganza de Beatriz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora