Capítulo 25. Me bajaron el estatus.

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Nicolás.

Siempre pensé que Mireya sería mi esposa. La amé desde que éramos niños. Adoraba el sueño en el que ella pasaba y siempre me había sentido afortunado por estar en su vida.

Hubiera hecho lo que fuera para quitarle el dolor que cargaba. Hubiera matado al imbécil que sé que la lastimó.

Yo la amé. Muchísimo.

Era mi todo. Mis días empezaban con ella en mi mente y terminaban con ella en mis labios, mientras le pedía al cielo que ella se diera cuenta que era el hombre que la amaba como a nada, como a nadie.

Dios sabe que yo siempre la voy a amar. Que ella siempre será una parte de mi.

El día que murió, mi corazón se fue con ella.

Ahora soy este cascarón de hombre, vagando por la vida. Estoy vacío, me siento vacío. Y me aferro a una relación con sus padres, a ser como un hermano para Betty, por qué es lo único que me queda de ella, por qué es lo que hace que la recuerde siempre.

La extraño. Y si pudiera traerla de vuelta, lo haría sin dudarlo. Aún así y ella no me eligiera, por qué la amé tanto, la amo tanto, que solo puedo desear que ella hubiera vivido la mejor y feliz vida posible. Cómo dice la canción, aún que no sea conmigo.

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-

¿Y bien? ¿Dónde está Doña Julia? - pregunto a la mujer que está delante de mi, quien pareciera que es muda y algo idiota, ya que no puede dejar de verme.

- Ella está ocupada, ¿quien es usted?- pregunta cuando por fin se puede concentrar. La altivez en su voz y su tono condescendiente hace que de inmediato, sea una persona a la que no quiero conocer.

- Soy Nicolás Mora, y usted es...- pregunto mientras me cuelo por la abertura que ha dejado a un lado de ella, haciendo que nos toquemos un poco. Su piel es caliente al tacto, tanto que quema, arde, no... Electrifica todo. Sé que me he quedado viendo el punto donde nos tocamos y nuestras miradas están fijas en ese punto.

Pero ella se recompone antes que yo, usando la mejor máscara que le he visto usar a alguien en la vida. La máscara de la indiferencia.

- Yo soy Patricia Fernández. Una amiga de Betty. Me estoy quedando un tiempo en su casa.

Su voz chillona me molesta de inmediato. ¿Quien se cree como para hablarme así? ¿La reina de Inglaterra? Está en Bogotá, por dios.

- Betty no tiene amigas que yo no conozca. - respondo.- Además, ciertamente no tiene amigas tan... Así.

Veo como su cara cambia de indiferencia a indignación y luego la ira.

- Mire pedazo de... - empieza a decir con la cara transformada en un energúmeno de mujer que hace que una genuina sonrisa salga de mi.

Creo que he encontrado una pequeña afición, hacer enojar a Patricia Fernández.

Está por continuar, cuando la voz de Don Hermes, nos hace voltear a verlo.

- ¡No te esperaba Nicolás! - dice bajando las escaleras. - Que gusto que vengas, hijo.

El abrazo de don Hermes siempre es bienvenido para mí. Es como abrazar a mi papá, el que nunca tuve. Don Hermes siempre fue una figura paterna para mí, le debo muchas cosas.

- Veo que ya se presentaron - dice viendo a Patricia.

- Desgraciadamente, Don Hermes. - contesta ella. - Mejor voy a ver en qué puedo ayudar a Doña Julia, que estaba en la cocina.

Veo a Patricia partir y es ahí donde por fin puedo verla completamente. Esas piernas kilometricas, ese trasero apretado y... ¿Esa barriga abultada?

- ¿Esa mujer está embarazada?- pregunto siguiendo su figura hasta que desaparece de mi vista.

- Si, Betty la trajo hace casi dos semanas. Al parecer el novio la maltrataba y está pasando por problemas financieros muy fuertes, además, está embarazada. - la cabeza de don Hermes niega un poco. - todavía no sé que hay detrás, pero sé que desde que llegó, Julia ha estado mejor, ha dejado de ser un cuerpo andante en ésta casa. Así que la he dejado quedarse el tiempo que sea necesario.

La pequeña explicación de don Hermes es suficiente para que mi mente empiece a vagar. ¿Esa mujer fue maltratada? ¿Problemas de dinero?

Me quedo para la comida con don Hermes y doña Julia. Patricia también está ahí, pero tratamos de ignorar nos la mayor parte del tiempo. Lo que sí puedo ver, es que el vínculo que han establecido Doña Julia y Patricia, es algo estrecho.

Ambas se han tomado un cariño especial. Y eso me basta para que ella me caiga bien.

Pero no por eso, voy a pasar por alto su estancia aquí. Don Hermes tiene razón, esto tiene otro trasfondo. Beatriz no es de las que tienen amigas que deja quedar en su casa, menos, es de las que ayuda a alguien.

Ella está escondiendo algo.

Cuando terminamos la comida, Don Hermes y yo hablamos un poco de Terramoda y como estamos haciendo ganancias considerables en materia de bitcoin y monedas digitales diversas. A este ritmo, nuestra empresa estará por valorarse en los trescientos mil dólares al final del año.

La contabilidad la tenemos al día y se está llevando todo tan bien que me da gusto no haber hecho la inversión de los ahorros de mi vida en vano. Claro que Daniel Valencia ayudó mucho aportando el capital de ochenta mil dólares, pero ha sido mi trabajo y el de don Hermes, el que ha hecho próspero el negocio en poco tiempo.


Don Hermes sé excusa un poco antes de ir a tomar su medicación. Últimamente ha estado muy decaído, una gripa constante no lo quiere soltar, por lo que en cuanto se va, aprovecho para buscar quien demonios es Patricia Fernández.

Y es ahí cuando sé que Betty me debe una explicación de lo que está pasando. Por qué si ésta mujer es amiga de Marcela Valencia, hermana de su novio, ¿Que hace aquí? ¿Por que no está con los de su clase?

La veo salir de la cocina, acompañando a doña Julia mientras ríen un poco. ¿Qué carajo te pasó, Patricia Fernández?




La venganza de Beatriz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora