Capítulo 27. Marcela.

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¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Por qué la gente siempre la abandonaba?
Primero fueron sus padres, cuando murieron en ese horrible accidente. Después se sintió tan sola, cuando María Beatriz se fue a estudiar al extranjero, para luego ver cómo el amor que algún día había nacido entre ella y Armando se extinguió. La cereza del pastel, es saber que Daniel ya no está tan presente en su vida, y ahora es ver como su mejor amiga se ha esfumado de la faz de la tierra.

Un solo mensaje de texto diciendo: " Lo siento Marcela, pero necesito salir del país por todas estas deudas. Gracias por la ayuda, pero no fue suficiente"

Ahí, en esa última palabra, estaba el meollo de todo. nunca había sido suficiente. Ni lo suficientemente buena amiga, como para merecer una disculpa o una explicación de su partida. Ni lo suficientemente buena hermana, como para que alguno de los que decían amarla, la llamaran aún que sea para saber un poco de ella. Ni lo suficientemente buena novia, como para darle a Armando lo que él necesitaba y no buscar a nadie más.

Siempre la segunda opción. Siempre la segunda amiga. Siempre la segunda hermana. Nunca la prioridad de nadie.

Y francamente, estaba harta.

Ya no había un sentido en vivir. Ya no había un sentido en seguir. La esperanza de que Armando la viera de nuevo era lo único que la ataba a éste mundo.

Había bebido mucho.

El whiskey escocés que tomaba ya no quemaba su garganta como al principio. Su visión estaba borrosa y algo tambaleante, no podía enfocar bien mientras caminaba saliendo del bar.

Toda su elegancia se había quedado en aquella barra, cuando las lágrimas brotaban y brotaban. La gran Marcela Valencia estaba reducida a una ebria cualquiera de las calles de Bogotá. El cabello hecho un desastre, el rimel corrido por sus mejillas, los labios hinchados de tanto llorar. Quien la viera pensaria que era una loca, llorando por un mal de amores.

Pero no, era mucho más que eso. Era el perpetuo estado de soledad que estaba sintiendo, el sentirse completamente insuficiente para el mundo, sentir que algo estaba mal con ella.

Llegó hasta donde tenía estacionado el auto y trató de sacar sus llaves, pero en su estado, no podía ni abir su bolsa. Estaba a punto de perder la batalla y aventar todo, dejarse caer derrotada en el suelo a llorar, cuando una mano cálida la tomo del brazo, evitando que cayera al suelo.

— ¿Estás bien?— la voz profunda de aquel hombre le caló hasta la médula con una calidez que no estaba preparada a sentir.— ¿Cómo te llamas?

— Marcela. —  dijo como pudo, tratando de enfocar aquel rostro. Entre sus mareos, pudo ver qué era un hombre muy guapo. Alto, rubio y con unos ojos verdes que parecían el bosque que ella amaba. — Tus ojos...— dijo Marcela en su borrachera, ganándose una pequeña risa que le hizo temblar. Dios, era precioso.

— Marcela, no puedes manejar así.— le dijo el hombre, quien ahora sostenía la mayoría de su peso. — ¿Hay alguien a quien podamos llamar para que te recoja?

Inmediatamente las lágrimas llegaron a su rostro de nuevo.

— Nadie, nadie viene por mi. Yo siempre estoy sola.— dijo ella, sintiéndose lastimosamente desolada.

🖥️💵👓

Juan Manuel Santamaría siempre había sido un hombre bastante tranquilo. Siempre caracterizado por ser un caballero con las mujeres. Eso también le había valido conocer a unas cuantas que habían estado en su cama, pero nunca nadie había entrado a su corazón.

Cómo abogado mercantil, siempre había sido despiadado, bastante meticuloso. Él nunca perdió ni un solo caso.

Su rutina diaria, consistía en ir al despacho, ordenar documentos, atender clientes e ir a los juzgados por diligencias. En la noche, solía ir al bar, para despejar su mente un poco y también para darse un momento a solas. Tal vez, con mucha suerte, encontrar a alguien que calentará su cama por esa noche.

Esta, no era la noche para eso. En vez de eso, había contemplado todo el tiempo a aquella mujer que parecía perdida. Totalmente sola. Ahí, pudo observar como toda la elegancia que emanaba se iba diluyendo a cada trago que daba, con cada lágrima silenciosa que derramaba.

Le llegó al corazón, ver cómo alguien que parecía tan fuerte, poco a poco se iba cayendo.

Así que decidió ser su guardián, solo por esta noche. Así fue como cuando ella salió del bar sin pagar, él se hizo cargo de la cuenta, para después salir a la calle a buscarla. Cuando la encontró, ella estaba por perder los estribos con su bolso. Refunfuñando.

Vio como se tambaleaba, casi cayendo al suelo, por lo que decidió tomarla y sostener casi todo su peso. No se le pasó como la forma de su cuerpo se amoldaba perfectamente al suyo, cómo su olor, almizclado con el whiskey lo sedujo. Era como afrutado y a canela.

Preguntó su nombre y su estado, pero ella solo respondió lo primero.

Marcela... Le quedaba bien, con carácter y elegancia que ella emanaba naturalmente. Pero después dijo algo sobre sus ojos. Fue ahí cunado Juan Manuel, cayó rendido a sus pies. Jamás en sus masy de treinta años de vida, había visto mirada más hermosa, semblante más puro. Le pareció la mujer más hermosa que había visto nunca. La sincera risa que brotó de él hizo que ella saliera de su trance y la sonrojó un poco más de lo que el alcohol ya lo había hecho.

Juan Manuel volteó un poco a su alrededor sobre aquel estacionamiento donde estaba el coche de Marcela, estaba claro que no era seguro y que no podía dejarla ahí. Así que le preguntó si había alguien quien la pudiera esperar, alguien que pudiera cuidarla. Pero su respuesta le caló hondo; la profunda tristeza de su voz ante la negativa y esa cara deformada por el dolor, le hicieron sentir lo mismo, pero por ella.

Fue ahí cuando Marcela se desmayó. No hubo más remedio que Juan Manuel la cargará y la llevara a su auto.

En el camino, pudo verla bien. No había mujer más bonita que el hubiera visto. Era tierna y tenía una nariz afilada que la había parecer una jovencita. En el camino,ella se acercó más a su pecho y aspiró profundamente.

— Armando...— dijo ella entre sueños. —  ¿Por qué no me amas?

Debía saberlo, ella no estaría sola. Quien fuera el hijo de puta que la tuviera así, merecía un buen puñetazo en el rostro.

Cuando llegó a su coche, la acomodó en el asiento trasero, acostandola de lado, por si ella vomitaba.  Y tuvo que hacer algo que no le gustaba, husmear en la bolsa de Marcela.

Sacó su celular y pasó su huella por el lector. Pronto pudo navegar por sus contactos hasta que llegó a un no que decía "Hermano Daniel Valencia"

En cuanto contestaron, la voz conocida de su viejo colega de universidad, lo recibió.

— ¿Alo, Marcela?— sobaba algo agitado.

— Hola, soy Juan Manuel Santamaría, yo... Encontré a tu hermana, está un poco ebria en mi coche y se ha quedado dormida antes de que pudiera llevarla a su casa.

— ¿Santa Maria? ¿Tú que haces con mi hermana? — un desconcertado y enojado Daniel tuvo que preguntar.

Juan Manuel le dio una breve explicación de como la encontró y lo que había pasado, y le pidió a Daniel su dirección, para así llevar a Marcela a un lugar seguro.

En cuanto le dieron la dirección, se dirigió a ésta a toda velocidad, cuidando que Marcela estuviera bien todo el tiempo. Una vez que llegaron a el complejo de apartamentos donde Daniel se encontraba, pidió ayuda al portero para poder sacar a Marcela, quiene seguía profundamente dormida.

Al llegar a la puerta del apartamento, ella abrió los ojos un poco. — ¿Eres un ángel? ¿O por qué eres tan guapo?
— preguntó ella. Juan Manuel tocó el timbre sin apartar la mirada de ella

— No soy un ángel, pero te quiero cuidar— contestó Juan Manuel, la sonrisa que Marcela le regaló, se le instaló en el corazón.

En ese mismo momento  se abrió la puerta, saliendo un Daniel en pantalones de chándal y una camiseta, que al ver a su hermana, apenas pudo apartarse.

El vómito empapó todo el traje de Juan Manuel. Quien en ningún momento dejó de cargar a Marcela... A pesar de que hubiera sido la cosa más asquerosa que le hubiera visto ahacer a una mujer.

La venganza de Beatriz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora