Parte III - Champaña&Caviar.

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Alfred Solomons.

Trabajaba con Thomas desde hace un par de años, al principio la relación había sido un tanto hostil, y bastante decepcionante la verdad, esperaba un hombre vestido de variados colores con un puto aro en la nariz, acompañado de su cabra mascota, o alguna mierda parecida, una caravana, que armara su puta tienda en el patio de mi alambique.

En su lugar me había encontrado con un perro raquítico y apaleado por Sabini, con la nariz sangrando, y los ojos inyectados en sangre, la verdad me había dado lástima, y mi primer instinto habían sido ofrecerle una taza de té y un poco de pie de manzana, pero esa mierda me habría hecho ver débil, así que en su lugar, le ofrecí un poco de ron.

Con el tiempo entramos en confianza, sabía que nos unía la guerra y todas las experiencias horribles que habíamos vivido entre las trincheras, los dolores del alma que quedan ahí bien escondidos al quitarle la vida a algún hombre.

Visitaba su casa a menudo, y él el alambique de la misma forma, las cenas y los tragos nos habían acercado aún más y nuestros intereses en común nos habían llevado a cazar venados, tratar de jugar golf, y visitar una que otra casa de señoritas con el pretexto de cerrar algún trato, era lo más parecido a un amigo después de Ollie.

Y como amigos y caballeros sería que intentaría ganarme a toda costa el favor de la señora Douglas, y si se podía, y esperaba que si, algo más.

No había visto en toda mi puta vida una criatura tan hermosa como la subteniente Douglas, tan hermosa como fiera, con un cuchillo y un puñado de municiones se había abierto paso en las trincheras cuando los alemanes tomaron Bélgica salvado a su pelotón luego de ser subida de sargento a sargento primero.

La habían dado de baja con honores, luego de que la encontraran en el campo de batalla demasiado mal herida, el expediente que estaba leyendo decía que había estado bajo el control de los alemanes por unas cuantas horas antes de que los mismos hombres que ella había salvado regresaran por ella.

Necesitó casi un mes en las salas de recuperación, varios vendajes y suturas, y muchas drogas para olvidar la mierda que le habían hecho, que personalmente sabía conociendo a los soldados, que no habían sido solo golpes y cortes en su cuerpecito pequeño y pecoso.

Los archivos confidenciales decían que había sufrido torturas, pero que aún así se negó a dar la ubicación del próximo ataque de los aliados propiciando así que se recuperara territorio ocupado.

Dejé caer mi pluma sobre los expedientes que había hecho me trajeran rápidamente luego de cruzarme con aquella maravilla de la creación de Yavhè, cuando tocaron a la puerta, Ollie no estaba en la ciudad así que sabía que no era él, nadie más tenía mi permiso para entrar a la oficina.

Se me detuvo el corazón por un par de segundos cuando abrí la puerta encontrándome con aquel rostro pecoso, y los labios pintados de un rojo muy rojo que opacaba un poco aquella maravillosa mancha sobre su ojo derecho que hacía que toda esa mujer fuera uno de los unicornios de la creación.

Envuelta en un abrigo de piel probablemente de oso, me quité las gafas de lectura incrédulo ante lo que veía.

– Señora Douglas – La saludé terminando de abrir la puerta, cuanto había agradecido haber tenido la maldita idea de que vinieran a limpiar mi mugrosa oficina la tarde anterior – Que sorpresa tenerla por aquí.

Estiró su mano a mí, haciendo que las alhajas, pulseras y anillos en su mano sonaran con el suave movimiento de saludo, su piel estaba suave y tibia contra la mía, sonrió.

– Señor Alfred...

– Por favor, solo llámeme Alfie – Le pedí sin soltar su mano para guiarla con suavidad al interior de la oficina cálida por la pequeña chimenea en la esquina.

Us&TheDevilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora