CAPÍTULO ONCE

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El roce de su aliento caliente sobre mi piel envió un escalofrío por mi columna vertebral. Intenté apartarme, pero su agarre se endureció, atrayéndome hacia él con más fuerza. Su lengua se deslizó sobre mi labio inferior, un movimiento insistente y dominante que me robó el aliento.

La desesperación me invadió. No quería esto. No quería su contacto, su deseo, su intensidad... ¿O tal ves si? Le correspodí en primera instancia. Pero por James, no por Jeff.

Le empujo con todas mis fuerzas, pero él se mantuvo firme, inamovible. La ira y el miedo se entrelazaron en mi interior, naciendo una furia salvaje. Con un impulso visceral, hundí mis dientes en su labio inferior, mordiendo con fuerza.

Sentí un leve crujido y un sabor metálico invadió mi boca. Su sangre, caliente y salada, se mezcló con mi saliva..

Esperaba un grito, un gesto de dolor, una reacción violenta. Sin embargo, él se apartó con una lentitud casi surreal, pasando su lengua por el labio roto con una calma inquietante. Su sonrisa se amplió, una mueca cruel que revelaba un brillo de satisfacción en sus ojos.

Su lengua recorrió el corte, saboreando la sangre que había brotado, un acto que me paralizó. El terror se apoderó de mí, el miedo se congeló en mi cuerpo, paralizando mi voluntad. Nunca había presenciado tal indiferencia ante el dolor, tal frialdad ante la sangre. El miedo se apoderó de mi alma, mientras mi mente trataba de comprender la oscuridad que se ocultaba detrás de esos ojos.

-Enfermo... -mi palabra se ve interrumpida por un quejido de dolor a mis espaldas. El hombre antes tendido en el suelo se levanta, con dificultad.

Un escalofrío me recorrió la espalda. La silueta tambaleante emergió de entre las sombras de los edificios, cada paso que daba dejaba un rastro oscuro sobre el asfalto polvoriento. Era un hombre, o al menos eso creía, consumido por la oscuridad y la violencia que parecían emanar de su cuerpo magullado. Sus jeans, con la tela toda desgarrada, se teñía de un rojo intenso, que se extendía como una macabra sombra hasta su camisa, hecha pedazos tambien, dejando su torso al descubierto. Una herida profunda, abierta como una boca sedienta, marcaba su abdomen, con una marca familiar... expulsando el líquido viscoso que manchaba la tela y el suelo a su paso.

Intenté hablar, gritar, pero las palabras se congelaron en mi garganta. Mis piernas temblaban, incapaces de obedecer la orden de correr que mi mente, aterrorizada, les enviaba. Solo pude observar, con los ojos inundados de lágrimas, cómo se acercaba, cada vez más.

-¿Adivina quien es? -un susurro, roza mi oído como el filo de un cuchillo, rompiendo el silencio sepulcral, el miedo, puro y visceral, me atravesó como una descarga eléctrica. -¿Quieres una pista? -indaga juguetón.

El chico eleva el rostro, mirada es muy extraña, como si quisiera ver mi rostro... pero no se atreve.

-Que poco sensible... -comenta utilizando el mismo tono malicioso. -¿No reconoces a tu compañero de cama?

Un nudo me atenazaba el estómago, retorciéndolo con tal fuerza que creí que se rompería. Las lágrimas brotaban sin control, un torrente imparable que quemaba como ácido al recorrer mis mejillas. Sollozos ahogados se agolpaban en mi garganta, arañándola con desesperación, pero ningún sonido lograba escapar de la prisión de mi angustia. El dolor, agudo e implacable, me taladraba la mente, cada latido amplificándolo, recordándome la razón de mi sufrimiento.

Su rostro, antes lleno de vida y alegría, era ahora un mapa grotesco del dolor. La sangre, oscura y espesa, lo cubría como una máscara macabra, ocultando los rasgos que con tanto cariño guardaba en mi memoria. Un ojo morado e hinchado, apenas visible entre la carne amoratada, miraba a la nada con una fijeza vacía que helaba la sangre. Su labio, partido y tumefacto, dejaba escapar un hilo carmesí que contrastaba con la palidez espectral de su piel. Cada hematoma, cada corte, cada gota de sangre que manchaba su rostro era una puñalada en mi propio corazón. El miedo, frío y paralizante, me aprisionaba, pero era la pena, infinita e insoportable, la que amenazaba con destruirme. Verlo así, roto e inerte, era un tormento que ni siquiera las lágrimas podían aliviar.

"Danzando Entre Las Sombras; El Baile Entre La Luz Y La Oscuridad". Donde viven las historias. Descúbrelo ahora