CAPITULO DIECISÉIS

9 2 0
                                    

—¿Como que se la llevan? ¿De que se le acusa? —Discute Jade con el oficial mientras yo permanezco inmóvil sin decir una palabra.

—Esa información no se la puedo dar señorita, deje interrumpir mi trabajo —ordena el hombre y me ordena seguirlo.

Trago grueso, tratando de contener la calma que amenaza con desbordarse en mi interior. Mi corazón late con fuerza mientras sigo al oficial, acentuando cada paso con una obediencia casi automática. Mi amiga, desesperada, corre detrás de mí, su voz se eleva en un torrente de preguntas y súplicas, preguntando por qué me llevan, exclamando palabras que se pierden en el aire como ecos lejanos.

Ninguno de los dos responde; el oficial mantiene su expresión impasible, como si estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones. Una vez frente a la patrulla el hombre habla.

—Necesito espozarla ahora, es el protocolo. —sinto que mi mundo se desmorona, me limito a asentir, sediendole mis muñecas con una mezcla de resignación y tristeza. La frialdad del metal de las esposas me recuerda la gravedad del momento, un recordatorio tangible de la realidad que me envuelve.

Mi mirada se posa en la lejanía por un momento. Una vez dentro de la patrulla, la puerta se cierra con un golpe sordo, aislándome del mundo exterior. Desde afuera, mi amiga sigue golpeando la ventanilla, su rostro reflejando una mezcla de angustia y determinación. Su voz se convierte en un murmullo distante; aunque puedo ver sus labios moverse, las palabras parecen flotar en el aire, inalcanzables. Es como si el tiempo se detuviera, como si todo a mi alrededor se desvaneciera en una bruma espesa y opresiva.

El motor del auto enciende La patrulla se convierte en mi prisión temporal, un espacio cerrado donde la ansiedad se mezcla con la confusión y el miedo. En ese instante, todo lo que había dado por sentado se desmorona, y solo queda la pregunta que me atormenta: ¿qué pasará ahora?

—¿Puedo saber de que se me acusa oficial? —indago con la mayor frialdad que puedo, manteniendo la compostura.

—Se enterará en la delegación.

La anciedad me esta matando ¿Este es mi fin? La pregunta resuena en mi mente, un eco inquietante que no puedo silenciar. La incertidumbre se cierne sobre mí como una sombra, mientras trato de encontrar alguna respuesta en medio del caos emocional.

Media hora más menos después ya llegue a la delegación. Un oficial alto me recibió. Tenía la piel bronceada y era calvo, con una complexión robusta que lo hacía parecer aún más imponente. Vestía una camisa de un tono morado oscuro, combinada con unos pantalones negros y botas. En su cuello llevaba una cadena que sostenía su placa, un detalle que no pasé por alto. Además, sus gafas oscuras ocultaban sus ojos, dándole un aire de autoridad y misterio.

—A la sala de interrogación, sígueme —aciento —Rick, quitale las esposas a la dama, no está detenida.

—Protocolo, jefe —el hombre mayor que me trajo quita mis esposas. —lamento traerla de esta manera señorita.

—No hay problema —respondo acariciando mis muñecas y nos dirigimos a la sala de interrogación.

Llegamos a un puerta metálica, abre la puerta de la sala de interrogación, un aire tenso y expectante me recibe. Las paredes, frías y desnudas, parecen absorber el sonido de mis pasos. La luz fluorescente parpadea levemente, proyectando sombras inquietantes. En el centro, una mesa metálica se erige como el único mueble, rodeada de sillas desgastadas. A un lado, un espejo unidireccional refleja la escena, ocultando a los observadores. Mi corazón late con fuerza mientras me acerco, consciente de que cada palabra que pronuncie podría cambiar el rumbo de la conversación.

Me siento en una se las sillas y seguido el —¿Sabe por que esta aquí señorita... —hecha un vistazo a un documento que traía en las manos, que al parecer es mi expediente —...Jessie? ¿Miller? ¿Lo pronuncie bien? Soy el delegado Benício Starling.

"Danzando Entre Las Sombras; El Baile Entre La Luz Y La Oscuridad". Donde viven las historias. Descúbrelo ahora