CAPÍTULO DIESICIETE

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Caminamos fuera de la delegación donde una fuerte brisa helada me recibe, desordenando aún más mi cabello. Jade agradece a su tío abogado; no tenía idea de que contara con un familiar así, pero eso no es lo importante en este momento. Justo entonces, llega el taxi que pedimos. Durante el trayecto, no nos dirigimos la palabra. Sé que tal vez ella esté creando teorías en su mente y muera por llenarme de preguntas, pero respeta mi espacio y opta por imitar mi gesto de mirar por su ventanilla.

Intento no pensar, con la vista fija en el camino, pero es en vano; su imagen está grabada en mi retina. Jeff... sal de mi mente.

El dolor punzante en mi pelvis se intensifica, como una sombra que no me abandona. La marca que llevo, un recordatorio constante de lo que ocurrió, me atormenta. Debe estar infectándose, ya que no he tenido el valor de limpiarla. Cada día que pasa, la herida se convierte en una carga más pesada, un peso que arrastro con cada paso. Aún no estoy listo para enfrentarla; desearía que el tiempo se detuviera o que la carretera se alargara infinitamente, que algo retrasara el momento de ver esa cicatriz.

En mi mente, los ecos de gritos y el sufrimiento de aquel instante resuenan con fuerza, como un eco incesante que me persigue. Recuerdo el caos, la confusión y la desesperación; cada imagen es un puñal que se clava en mi memoria. Y así, como si lo malo llegara de un instante a otro, el vehículo se detiene abruptamente frente a la casa.

El motor se apaga y el silencio se hace palpable, pesado. Mi corazón late desbocado, como si intentara escapar de mi pecho.

—Jessi, espera un segundo que debo buscar dinero para pagar —aciento en silencio y la veo como corre a su casa.

—Señorita —la voz conocida del taxista llama mi atención y volteo a verle, es el taxista de siempre. —¿Como se encuentra hoy? Esta bastante distraída.

—Es algo bastante habitual en mi..—contesto fríamente.

A los pocos minutos ya Jade esta de regreso, otorga su paga al señor del taxi.

—No dormí nada bien anoche... —confiesa.

—Se nota en tus ojeras —hablo sin mucho interés, mi mente está en otro lado.

—¿Y tu? —señalo las bolsas rojas bajo mis ojos.

—Yo tampoco, claramente dormir en el suelo no es cómodo —digo con odbiedad ella solo se ríe y me despide.

—Vamos a descanzar entonces —afirmo y antes de irnos cada una por nuestro camino vuelve hablar —Pero más, retomaremos la conversación que dejamos a media ayer. —solo vuelvo a asentir y me dirijo a la puerta principal.

La casa se alza ante mí, imponente y silenciosa, como un guardián de secretos oscuros. El aire es denso, cargado de recuerdos que no puedo evadir. Mis manos tiemblan mientras busco el valor para abrir la puerta y enfrentar lo que está por venir. La cicatriz en mi piel es solo una parte del dolor; hay heridas más profundas que aún no han sanado. Con cada segundo que pasa, siento que la angustia crece, como una tormenta a punto de estallar.

Mi nariz pica mis ojos se humedecen ante los Flashbacks recurrentes, mientras atravieso la entrada. Estos parecieran tener la capacidad de volver el dolor más recurrente e intenso que antes.

Una vez dentro, me apoyo contra la puerta y dejo que las emociones reprimidas fluyan libremente en mi rostro. Una mueca de dolor se dibuja en mis labios y un gemido ahogado escapa de mi garganta. Con dificultad, empiezo a subir las escaleras; a cada paso, mis piernas tiemblan más, mi estómago se revuelca y las lágrimas brotan sin control de mis mejillas. Al llegar a la habitación, me despojo de la ropa lentamente...

Mi respiración se agita pero el dolor se aligera, muy poco, pero se siente mejor que antes. El elástico de la falda apretada mucho la erida.

Una vez semidesnuda fuente al espejo en ropa interior me detengo a escanear mi rostro magullado en la seja, el hombre me abofeteo me hizo caer contra una de las rejas y mi ceja esta partida... duele un poco pero no tanto como la cicatriz qué descanza en mi pelvis debajo de aquella mediante benda. Mis ojos bajan un poco por mis brazos. Las marcas en ellos y mi cuello, ahora se ven un poco más pálidas y mis dedos empiezan a trazan las cicatrices, reviviendo en su mente el origen de cada una: las que yo misma me infligí y las que me fueron infligidas.

"Danzando Entre Las Sombras; El Baile Entre La Luz Y La Oscuridad". Donde viven las historias. Descúbrelo ahora