El instituto entero estaba eufórico. ¿Por qué? Nada más y nada menos que por la llegada de un estudiante de intercambio japonés. Las muchachas cuchicheaban acerca de cómo podría lucir el misterioso hombre que se iba a unir mañana al cuerpo estudiantil a mitad del año.
Yo rezongué para mis adentros. La universidad nos respiraba en la nuca, y a esta gente lo único que parecía importarle era el nuevo alumno. Bajé la mirada hacia mi libro de Derecho Penal, y me sumergí en la lectura hasta que sonó el timbre.
—¡Ay, pero miren a la rata de biblioteca! —se carcajeó Aida, mi enemiga jurada. Ya sé que suena ridículo, pero lastimosamente es así. Aida es una niña de papi que me detesta por el simple hecho de superarla en absolutamente todo. Ella, a pesar de provenir de una familia adinerada y pudiente, no tiene lo que se necesita para poder competir contra alguien como yo: inteligencia y belleza.
—No es mi culpa que tú solamente te la pases holgazaneando por allí —dije, guardando el libro en mi bolso—. Buena falta que te hace leer un poco.
Esbozó una sonrisa exagerada, mientras se apartaba el cabello rubio del rostro.
—Es que algunos no nos tenemos que matar como mulas para obtener lo mínimo —dijo, elevando la voz. Los alumnos a nuestro alrededor comenzaron a lanzarnos miradas cargadas de curiosidad—. A diferencia de otras; como tú comprenderás.
Un murmullos de risas se desató a mis espaldas. Apreté los dientes.
—Tú, Aida, por supuesto que no —dije, haciendo énfasis en la primera palabra—. Los que realmente se esforzaron en el pasado para que tú ahora goces de tanta comodidad, fueron tus sagaces y sacrificados ancestros que en este momento se están revolcando en sus respectivas tumbas por haber engendrado tan pobre y mediocre descendencia.
La chica arrugó la nariz con aplomo, tal y como solía hacerlo cada vez que alguien la humillaba. Las risas se acallaron.
—Eres una estúpida —gruñó. Pero luego volvió a sonreír—. Pero me encanta que sepas con quién hablas —se acercó hasta que pude sentir su aliento—: con alguien que tiene mucho dinero, algo con lo que tú solamente puedes soñar.
Se dió la vuelta dando por zanjada la discusión. Una sonrisa de suficiencia gobernaba su cara.
Domínate, Teresa.
Mi colgué el bolso al hombro, y me dirigí a mi última clase. Cuando llegué al aula, el profesor Mendoza, que nos impartía Matemáticas, ya había iniciado con los preliminares de lo que veríamos hoy.
—Llega tarde, señorita Chávez.
—Lo siento, profesor. Tuve un pequeño percance.
Él asintió y me invitó a pasar con un gesto de mano. Cuando llegué a mi asiento, saqué mis cuadernos, y presté absoluta atención a todo lo que el maestro decía. Ésta vez el tema era la campana de Gauss. La pelea con Aida había pasado al olvido casi de inmediato. Me regocijé en sobremanera haciendo los ejercicios que el profesor nos había impuesto justo después de su explicación.
En cambio, mis compañeros se quejaban por lo bajo al no entender absolutamente nada que llevase números. Sonreí al verme desocupada y lista para irme.
Diez minutos después, el timbre que anunciaba la finalización de las clases, sonó de forma estridente. Me apresuré a salir del salón. Mientras caminaba por el pasillo, mi mente viajó a la conversación que mantuve con mi hermana, Rosita, hoy por la mañana. Al parecer, dentro de poco tendría un torneo de gimnasia con cinta que le hacía mucha ilusión. A mí no tanto. Me hubiese encantado que ella ocupase esas energías y ese garbo en hacer algo más productivo; como por ejemplo ir a la universidad y prepararse para su futuro. Pero no podía arruinarle el día, me tendría que tragar mis pensamientos y opiniones hasta...
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TROTAMUNDOS | Light Yagami y Teresa
Fanfiction¿Qué pasaría si se unieran dos emblemáticos personajes de la ficción? Averígualo leyendo esta historia.