Capítulo 4

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Hoy es sábado.

Un día muy agradable y provechoso. Al estar en casa, puedo invertir mi tiempo de una mejor manera. Siempre ocupo el fin de semana para avanzar en mis tareas y quehaceres. En ocasiones, es realmente frustrante y agotador no contar las herramientas y equipos necesarios que exigen algunos maestros para elaborar ciertos deberes en casa, como por ejemplo: los de Informática. Esta asignatura ha representado un auténtico dolor de cabeza desde el primer día en que decidí inscribirme en ella. Pues, al no poseer una computadora portátil, me veo en la terrible necesidad de visitar Cyberes de manera constante.

Es horrible, pero no hay de otra. Lo único bueno de dichas salidas, es que mi padre me da una mesada superior a la ordinaria para solventar mis gastos. Es propio decir que eso, a mi madre, no le hacía ni pizca de gracia. Ella siempre está detrás de mí en ese aspecto. Ya que, por más que le explique que yo gasto en necesidades y no en "lujos" —como ella alega—, se niega rotundamente a ser flexible con el temita.

—¿Ya desayunaste, Teresa? —me pregunta Rosita, entrando en la pequeña sala de estar. Mis ojos viajan al artefacto rosa que tiene en las manos.

Su cinta.

—¿Vas a ir a entrenar? —la interrogo, ignorando su cuestionamiento. Ella sonríe de manera radiante. Su rostro en forma de corazón está salpicado de pegatinas en forma de estrellas.

—Algo así... —vacila, sentándose en el lado extremo de la mesa donde me encuentro—. Iré a dar un show a la placita de enfrente.

La miro con cara de pocos amigos.

—Me prometiste que dejarías de hacer eso.

—Ya sé lo que dije, Teresa. —Puso su mejor cara de sufrimiento, luego continuó—: Lo que pasa es que Nachita necesita de nuestra ayuda para recolectar fondos. Ya sabes, por lo de Pablito.

Suspiré lentamente.

—No podemos andarle solucionando todos los problemas a nuestros vecinos —dictaminé. Ella cruzó los brazos con exasperación—. Tú estás para que estudies, no para que andes haciendo maromas a cambio de unos cuantos pesos.

—Tú siempre te pones difícil cuando se trata de mí.

—¿Qué? Por supuesto que no...

—¡Claro que sí! —exclamó, levantándose de golpe. Las aletas de su nariz se dilataron—. No te gusta que entrene, odias que vaya a la academia a prepararme en la disciplina que me gusta, y me presionas constantemente a estudiar para perseguir un sueño que no deseo alcanzar.

La miré anonadada. Rosita jamás me había levantado la voz. Es más, era la primera vez que la veía tan enojada.

—Lo hago por tu bien —zanjé. Ella chistó sonoramente.

—¿Y si no quiero mi bien? —me retó.

—Entonces morirás de hambre —respondí—. ¿Qué piensas? ¿Que vas a mantenerte el resto de tu vida meneando esa cosa que tienes en las manos? —le cuestioné, mirándola a los ojos.—Como hobby estuvo más que bien. Pero ya es hora de que empieces a pensar en tu futuro.

Para mi sorpresa, eso la aplacó de inmediato.

—Si logro ganar el campeonato, las ligas mayores se comenzarán a fijar en mí...

—Ajá, ¿y si lo pierdes?

Probablemente mis palabras estaban sonando demasiado duras. Pero, de vez en cuando, algunas situaciones requerían cierto tipo de rudeza... y de realidad.

—¿No confías en mi talento?

—En lo que no confío es en las probabilidades volátiles. Dime, ¿cuántos gimnastas irán a por eso trofeo que tanto ansías, y que sólo una persona se podrá llevar?

TROTAMUNDOS | Light Yagami y TeresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora