El taller estaba abarrotado de autos y personas. Me dió una punzada de felicidad cuando logré divisar a mi padre al otro lado del patio arenoso. Estaba charlando animadamente con quien supuse era un cliente. Busqué a mi objetivo con un barrido de mirada, hasta que lo encontré.
Light yacía tirado boca arriba debajo de un Sedan blanco.
—¡Teresa! —me gritó mi papá. Yo le sonreí lo más convincente que pude. Los nervios me estaban matando.
—Hola, papá —dije cuando llegué a su lado. Éste sonrió incrédulo.
—Casi nunca vienes por acá. ¿Pasó algo?
El rostro anciano y enjuto de mi padre lucía completamente contrariado. Cuando abrí la boca para decir algo, una figura alta y esbelta se posó a nuestro lado. Parecía que cada día crecía un centímetro extra.
—Hola, Light —le saludé. Él me dedicó una sonrisa torcida. Su ropa blanca estaba salpicada de aceite para autos y emanaba un fuerte olor a Diesel. Una fina capa de sudor perlaba su frente.
—Así que ya se conocen —dijo mi papá.
—Más o menos —susurré. Luego, miré directamente a los ojos a Light. En su mirada no había más que una juguetona y reprimida diversión. ¿Qué le hacía tanta gracia? Escudriñé rápidamente su cuerpo en busca de algún moretón o indicio de pelea.
No había nada.
—Creo que ella desea hablar conmigo —dijo de pronto, suprimiendo una risilla. Fruncí el ceño.
—¿Ah, sí? —preguntó mi padre, con un pequeño tono de asombro.
—Sí —respondí, sin apartar la vista de la cara burlona de Light.
—Bueno, está bien —dijo, después de una pequeña pausa—. No te vayas sin despedirte, Teresa. Me gustó mucho que vinieras.
—Claro, papá —dije, sonriéndole de forma afable.
Cuando por fin nos dejó a solas, logré desarmar la máscara de jovialidad que tanto me había costado mantener a flote. No obstante, el rostro de Light se conservaba sin cambio alguno.
—Mi novio me acaba de terminar bajo condiciones altamente extrañas —solté sin pensar. Las palabras me salieron atropelladas y a toda velocidad.
Por jodidamente raro que parezca, a Light se le iluminaron los ojos y ensanchó su sonrisa hasta lo imposible.
—Es un golpe muy bajo —dijo, como quien no quiere la cosa. Su boca dibujó un puchero muy atractivo—. Pero nada que el tiempo no cure.
Lo miré ceñuda.
—¿En dónde estuviste anoche, Yagami? —esta vez hablé más lento. Los dientes me dolieron a causa de la fuerte presión que estaba ejerciendo en ellos.
Él abrió los ojos y la boca de forma absurda y exagerada. Yo me removí en el suelo, provocando que la grava crujiera bajo mis pies.
—Qué bonito se escucha mi apellido en tu boca.
Eso me tomó con la guardia baja. Por un breve segundo, olvidé por completo lo que venía a hacer acá. Su voz grave me sacó de mi diminuto trance:
—¿Por qué me preguntas eso? —ladeó la cabeza—. Ayer te conté todo lo que habíamos hecho. Que, por cierto, muchas gracias, quedé como un completo idiota.
—¿Por qué lo dices? —una punzada de curiosidad aguijoneó a mi coraje inicial.
—Porque les había dicho a todos que por fin les iba a presentar a mi única amiga mexicana —hizo un gesto de fingida indignación.
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TROTAMUNDOS | Light Yagami y Teresa
Fiksi Penggemar¿Qué pasaría si se unieran dos emblemáticos personajes de la ficción? Averígualo leyendo esta historia.