Una mestiza que aborrece la prepotencia mágica, parte de la Tierra para ingresar a la Escuela de Magia. Evangeline Violet Evergarden, viene a derrumbar el cliché de que alguien inteligente solo es quién saca sobresalientes, la inteligencia puede ver...
''y es que, en su oscuro fondo persisten cicatrices. Las almas rotas son las que más saben lo que quieren, Incluso aquellas que se sienten perdidas''
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— ¿Qué quieres? ya me has dicho todo... - Hardin estaba de lo más extraño
— Por favor, no cometas la atrocidad de relacionarte con ningún Raynerson. Aléjate, sobre todo de Xaren
— Ah ¿eso? Tranquilo, no creo que me cruce con esos sucios asesinos...
— Pero es en serio Vi. Si por algún motivo, lo ves ¡NO.TE.ACERQUES A XAREN. RAYNERSON!
— Vale, vale. Tranqui, captao
— Ni respirarle en la nuca Violet, grábatelo a fuego.
— Que vale te estoy diciendo... jolín
— Hermana, no te mueras ni dejes que te maten, te quiero demasiado como para que eso pase - Hardin me abrazó tan fuerte que no podía casi sentir el aliento, hasta soltarme y confiarme- Buena suerte
....*En la escuela mágica*
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Literalmente me había soltado a los lobos, ¡genial!
— ¿Evergarden?
Me dispuse a levantar la mano. No podía evitar mirar a todos lados, parecía que estaba en un palacio. Desde luego que los mágicos no escatiman en despilfarros. Por otro lado, no podía evitar notar un cosquilleo extraño y particular, de algo o alguien que estaba entre las sombras, observando, e intuía que no de buena manera... Apenas conozco a nadie y ya creando enemigos sin ni siquiera presentarme ¡es que soy la leche! No sé yo hermano, si esto de jugar a no morir va a ser fácil...
— Vamos, le enseñaré su habitación, ya verá como en nada hace amigos. Desde luego, una pena lo que ocurrió con sus padres, ya sabe que en este mundo... las muertes están al orden del día con más facilidad que en la Tierra, ¿seguro que lleva todo?
Podía escuchar las risas de mis futuros compañeros, dado que me rehusaba a usar la magia y declinaba a que alguien me ayudara. Mi situación era un cuadro: estaba cargando con una gran maleta, encima dos jaulas con un conejo y una ninfa. La guinda del pastel y lo que más ocasionaba las risitas: mi perra que tiraba más de mí, que yo de ella. Algo que teníamos en común: la impulsividad.
