Capítulo 1

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22 de octubre, 1921

Un cúmulo de escarpados peñascos se cernía sobre el río, creando una montañosa barrera que se extendía hasta más allá del horizonte. El lugar estaba cubierto de bosques y de pequeñas parcelas, separadas entre sí por muros de piedra lo suficientemente bajos como para que no resultara complicado saltarlos. Aquella era zona de viñedos, por lo que tampoco resultaba sorprendente que de la carretera principal divergiesen docenas de angostos senderos de tierra, continuando su recorrido por esos campos hasta perderse entre la vegetación.

Esa mañana nos requirieron temprano en aquellos montes, no mucho después del amanecer. Pese a que para cuando alcanzamos nuestro destino ya hacía más de una hora que el sol debería haberse alzado, unas nubes grises parecían negarse a permitir que la luz iluminase los caminos.

No sólo amenazaba con ponerse a llover en cualquier momento, sino que una espesa niebla cubría los valles, reduciendo nuestro campo de visión a tan solo unos cuantos pies de distancia.

He de detener mi narración aquí para constatar que, pese a no haberme dedicado jamás a la agricultura o siquiera vivido en lugar tan apartado de las grandes urbes, sí llegué a pasar varias festividades en esta parte de la sierra. Por lo que no, el sitio no me era desconocido... O no debería, pues también he de admitir que las jornadas que aquí pasé antaño transcurrieron en verano, época en la que las tormentas resultaban más esporádicas y no existía un manto helado cubriendo las profundidades del valle, incluso en las horas más tardías de la mañana.

Cabría destacar, entonces, que la sensación que pudiese haber tenido en mi pasado no se correspondía a la que estaba teniendo ahora.

Los días de jolgorio y buen tiempo se habían transformado en una masa de frío e inquietud sin que yo tuviese ocasión para procesarlo. Y es que eso fue lo que sentí al volver a pisar de nuevo esos campos, el temor a lo desconocido, a no saber ya en qué terreno me encontraba pese a que mi cabeza apuntaba hacia un sitio y unas memorias concretas.

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando desmonté, no solo el motivo por el que nos habían llamado era escabroso de por sí, es que a través de la neblina podía sentir docenas de miradas posarse en mí mientras hacía lo posible por no aterrizar en algún pequeño boquete al lado del sendero principal: Ya había sido toda una hazaña el llegar hasta ese punto, tan estrecha era la carretera que los coches no daban pasado y la única manera de alcanzar el punto exacto donde nos reclamaban era valiéndonos de caballos que tomasen la tarea de sortear los baches, bajando innumerables cuestas, en nuestro lugar.

—¿Dónde está?

Justo antes de que mis pies tocasen el suelo, escuché al teniente Taboada hacer esta pregunta por delante de mí. El susodicho había encabezado la marcha desde que llegamos a la Ribera y, junto a un par de locales que se ofrecieron como guías, también fue quien tomó la delantera al momento de bajarse de su caballo.

—Un poco más abajo, por ese camino —repuso Freire, uno de los granjeros, señalando un punto específico a través de la neblina; no se veía tres en un burro, pero el sujeto parecía muy seguro de hacia dónde apuntaba—. La parcela es propiedad de los Navia, tienen una bodega a unos veinte metros sobre el nivel del río, desde aquí no se alcanza a ver. Sea como sea, lo encontramos en sus viñedos, al fondo de un pequeño precipicio.

—¿Lo encontraron?, ¿quiénes exactamente?

—Para ser preciso, quienes primero lo notaron fueron unos comerciantes que cruzaban en barca hacia la provincia vecina. En cierto modo, parece que hubo suerte y el cuerpo cayó en una zona poco boscosa, no muy lejos de la orilla. Así que para esas gentes que atravesaban el río no fue difícil avistarlo. Ellos fueron quienes nos llamaron.

El portador de la cruzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora