Capítulo 19

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Quizás ya iba siendo hora de que me preocupase más por mi salud que por resolver el crimen: Con esa segunda víctima, la urgencia por apresar al culpable se hacía más palpable pero, asimismo, con cada hora que transcurría más claro estaba que yo no me hallaba en las condiciones adecuadas como para seguir investigando por mi cuenta, como si fuese cualquier otro día normal de rutina.

No necesitaba, pues, ser convencido para aminorar la marcha. Aunque demostrado estaba que el asesino no se detendría en su propósito, ahora que ya se había cobrado la vida de Cipriano resultaría improbable que volviese a atacar en un mismo día. No existía ninguna prueba que avalara este pensamiento, pero mi cuerpo no era la única cosa que necesitaba hacer que descansara, así que estaba dispuesto a auto-engañarme en ese sentido, pensando en que un criminal pudiera tener una agenda que de algún modo casara con mis mejores intereses.

Dejé que Leandro me acompañara a casa, tal como había hecho durante la tarde anterior. Y no puse reparos tampoco cuando, tras depositar un vaso de agua en una mesilla a mi alcance, insistió en que me metiese en la cama de inmediato, tapado hasta la barbilla con las que en circunstancias comunes serían más mantas de las necesarias.

—Quizá deberías pasarte por la consulta de Ballejo antes de ir al cuartel —sugerí quedamente, mientras Leandro terminaba de arreglar las mantas—. Si él no está, tal vez su ayudante podría echarnos una mano y pasarse por aquí.

—No es mala idea —ponderó él, como si ninguno de los dos supiera perfectamente que eso mismo hubiera hecho de igual modo, con o sin que yo dijese nada—. No tienes ninguna medicina para reducir la fiebre, y también yo me quedaré más tranquilo si alguien se queda aquí para vigilar que no desfallezcas en mi ausencia.

—En realidad, lo decía porque no creo que Taboada se tome a bien el que falte un día al trabajo. Pero, si tengo la coartada de un médico que certifique mi baja, es probable que el teniente se ahorre el molestarse conmigo... o contigo, ya que harás de mensajero en este caso.

—No se enfadaría por eso, yo me encargaré de ello. Además, creo que hoy el teniente debería tener cosas más urgentes de las que preocuparse; déjame a mí el preocuparme exclusivamente de que tú estés bien.

Aquella constatación salió de manera tan íntima como natural, y me alegré de que mi cara estaba tan roja por la fiebre que probablemente no se notaría si me había afectado el comentario.

—Me quedaré preso en este cuarto entonces —dije, acomodándome ya sobre las almohadas pero todavía alerta—. De todos modos, no es como si tuviera muchos lugares a donde ir.

Mentira. Pero hoy la prioridad era sobrevivir así que, ¿qué importaba? Fuera lo que fuese, podía esperar.

—Es probable que tarde un buen rato en regresar: Iré primero a casa del doctor y luego al cuartel, pero antes de volver necesitaré pasarme por la parroquia.

—Ah, el agua bendita para la meiga. Casi lo había olvidado.

—Por suerte para ti, yo lo tengo muy presente. Veré si puedo tomar un par de cubos con el permiso de Don Aurelio, a ver si puedo ahorrarme el bochorno de tener que colarme en una iglesia para robar en sus piletas.

—Dile al párroco que necesitas el agua para bendecir los marcos de aquellas fincas donde tu familia tenga vacas, para que las cuide de los lobos. Seguramente te mirará raro, pero siempre es mejor que confesar que es para un exorcismo.

—Si se lo hubieses pedido tú, estoy seguro de que creería que irías en serio —comentó Leandro con una sonrisa—. Al no vivir aquí desde niño, imagino que la mayoría asumen que no tienes idea de cómo tratar con el ganado.

El portador de la cruzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora