Capítulo 15

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Todavía me quedé en el ayuntamiento para hablar con Narciso unos minutos más, en este caso sobre el último día de Joaquín en su puesto de trabajo. 

El alcalde fue amable, respondiendo a todas mis cuestiones sin porfiar demasiado en el por qué me empeñaba en preguntarlas. Pero, descontando el haber obtenido de él un nombre y un permiso para acercarme a cierta parte de la Ribera donde las obras estaba previsto que comenzasen antes de Navidades, no saqué nada relevante de él.

Al parecer, Narciso apenas se había presentado en el ayuntamiento pasadas las once de la mañana, el día previo a que se encontrase muerto a Joaquín. Lo había saludado de pasada, y esa fue casi toda la interacción que tuvo con él en todo el día, pues no paró en su despacho más de un par de horas y, una vez entrada la tarde, se retiró a otros asuntos oficiales que le llevaron lejos del edificio municipal.

¿Qué asuntos oficiales, exactamente? Bueno, Narciso había mencionado unas tareas de supervisión en cuanto a trabajos agrarios, algo de verificar que todo estuviese correcto en los campos y la gente no necesitase ayuda oficial para continuar haciendo su trabajo con los materiales de los que disponían.

Lo cual, traducido a su idioma venía a significar que su ilustrísimo alcalde salió del ayuntamiento para dar un paseo y detenerse a charlar distendidamente con la primera persona que le diese coba y le invitase a tomar algo. Que, a propósito de esto, yo estaba seguro de que si volvía a la taberna en la que estuve previamente y le preguntaba al dueño, sería capaz de decirme si había divisado al alcalde en ese día.

Como fuera, no importaba. El que Narciso pasara poco tiempo en el ayuntamiento en día que no había ninguna reunión prevista o asunto importante a tratar no era nada nuevo: todo el pueblo lo sabía.

—¿No te da la impresión de que ha sido muy distante pese a que todos afirman, y él mismo ha confirmado, que era gran amigo de Joaquín? —había preguntado Leandro, una vez nos reunimos esa tarde, en un rincón apartado de esa misma aldea—. Porque vale, de acuerdo, ha respondido a todas tus preguntas sin rechistar. Pero tampoco es que haya mostrado mayor emoción por la pérdida más allá de que lamenta haber perdido a uno de sus empleados.

—También lo noté, aunque no quise detenerme con eso cuando Narciso parecía tener tantas ganas de hablar de otros asuntos que asimismo me interesaban para el caso. Además —tercié—, tampoco es fiable constatar que alguien se sienta de cierta manera en base a cómo actúa ante una pérdida. Todos somos distintos.

Leandro asintió, estando de acuerdo con esa última afirmación. Quizás el alcalde también tuviera algo que ver con lo que le pasó a Joaquín, independientemente de si fue participante activo o no de su asesinato, pero lo que estaba claro era que no merecía la pena ponerse a malas con él en este instante, cuando todavía podía ser útil para recabar más información.

Si en un futuro próximo las pistas volvían a llevarme a él, no planeaba abrir tanto la mano.

Y lo mismo podía aplicar para otras personas de las que sospechaba que, si bien no debían ser necesariamente unas asesinas, sí poseían secretos que por el bien de mi investigación debería tratar de desentrañar.

—Otro tema que me resulta curioso es el de Fermín Irago —sentenció Leandro, optando por apartar el tema de Narciso a un lado de momento—. Él es uno de mis jefes en este proyecto, ¿sabes? La obra todavía no ha comenzado como tal, todavía se están limpiando los terrenos y ultimando los detalles de la construcción sobre papel. Por supuesto, he ido a ver la zona en cuestión, donde el alcalde dijo que debería levantarse el puente, y he conocido a Cipriano: Estoy al tanto de ese problema, vaya. Pero no tenía ni idea de que se había resuelto.

—¿Tu jefe no mencionó nada?

—Sé que tuvo alguna reunión esporádica con Joaquín al respecto, pero no tengo los detalles específicos de los que conversaron. Como te decía, sé que todas las discusiones procedían de tener que mover el puente unos metros más allá o expropiar los terrenos de un vecino, pero al no tener poder de decisión sobre nada, tampoco me compartían demasiados datos al respecto. Lo que sí es que Irago no semejó preocupado en ningún momento, ni cuando se le presentó este conflicto ni después; en la oficina siempre nos dijo que podría haber algún retraso en el proyecto, pero que se acabaría solucionando sin mayor inconveniente.

El portador de la cruzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora