Capítulo 17

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No sabía qué esperar cuando Leandro proclamó aquello.

En los últimos minutos ya había hecho revelaciones suficientes como para toda la década que restaba y, era bastante probable, que yo todavía tardase un rato en asimilar todo lo dicho. ¡Leandro yendo por su propia cuenta a un bar donde frecuentaban homosexuales! Quizás lo aceptado por la sociedad hubiera sido considerarlo reprobable y, aunque no fuera a ser yo quien le recriminase por ello, sí pensar para mí que aquello no debería repetirse. En cambio, me encontré a mí mismo considerando que me hubiera gustado estar allí, acompañándole al local.

Tal vez el bar no fuese nada del otro mundo y su único elemento mínimamente distintivo fuesen las compañías con las que uno podría toparse, pero yo tenía curiosidad: Tampoco sabía que esos sitios existían, fuera de la capital.

—¿De qué se trata? —pregunté finalmente, ansioso por que Leandro terminase de informarme de lo que fuera que parecía se hallaba tan inquieto por explicar.

—Bueno... Tal vez no sirva de mucho, pero, ¿podrías prometer que no te alterarás cuando te lo cuente?

—¿Cuándo me he alterado yo? Creo, inclusive, que me he mostrado hasta más calmado de lo que debería con todo esto, dadas las circunstancias.

En parte, aquello era porque ya tenía sobrada experiencia en no exaltarme en mi día a día, sin importar lo que pasase a mi alrededor. Y, aunque a veces hasta yo mismo pudiese ver como preocupante esa inherente apatía, lo cierto es que en estos días me estaba prestando un buen servicio.

Si no pensaba demasiado en la caída, ésta tampoco me dolería.

—De todos modos, me gustaría que lo prometieras —prosiguió Leandro, que no iba a dar su brazo a torcer.

—Está bien, lo prometo.

E iba a preguntar a qué venía tanta insistencia cuando él continuó:

—Cuando retorné al pueblo, una semana antes de encontrarme contigo, quise quedar con Corvelle una tarde para hablar sobre el dichoso arrendamiento. Fue amable, aunque no llegáramos a un acuerdo... —Tras una breve pausa, comenzó su relato—. Pero ese no es el punto. Lo que iba a contar es que, para cuando me retiré, ya estaba comenzando a anochecer. Yo estaba transitando por una zona de campo, tomando el camino corto para regresar a mi casa, cuando noté que alguien se aproximaba en mi dirección. Al principio creí que se trataría de algún ganadero al que se le había hecho tarde y también volvía a su casa, pues se escuchaban bastantes pasos entre la maleza. Pero al cabo de unos instantes me di cuenta de que era otra cosa: Lo mismo con lo que tú te cruzaste hace un par de días, al salir de mi casa familiar.

—¿Tú también te encontraste con la procesión? Pero, ¿estás bien?

Leandro asintió.

—Asustado, como te puedes imaginar, pasé por un proceso bastante similar al tuyo. Con la diferencia de que en, mi caso, nadie se detuvo por la mañana siguiente a explicarme qué es lo que acababa de presenciar. Yo conocía las leyendas, así que me hallaba en la encrucijada de decidir si lo que había vivido era producto de mi imaginación, por todos los problemas que tuve últimamente, o sí había sucedido en realidad.

—La persona que te dio la cruz, si es que hubo alguien...

—Un hombre de mediana edad al que no conozco: Sé que no es de esta aldea porque no lo he visto en las calles, y no puedo preguntar por su nombre porque también lo desconozco. Pero estoy convencido de que, si es que le volviese a ver, lo reconocería al instante.

El portador de la cruzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora