Capítulo 16

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Lo que Leandro proponía era una locura. No sólo era una cuestión de que semejase complicado protegerme frente a la Santa hasta que Lúa terminase de preparar el conjuro prometido, es que, ¿quién iba a cuidar de que a Leandro no le pasase nada malo mientras durase cualquiera que fuera el plan que ahora tenía en mente?

—Entiendo que estés preocupado por mí —dije, apresurando mis pasos para volver a caminar junto a él. Nos estábamos dirigiendo hacia mi casa, y no había discusión posible que cambiara este hecho—, ¿pero no te parece que sería imprudente de tu parte? Yo no moriré hoy. Todavía tengo día y medio para averiguar cómo salir de esto. Tú, por otra parte, tienes todo que perder. Si la Santa te encuentra y decide que seas el siguiente portador de la cruz...

Yo no lo soportaría. Ya era suficientemente malo que estuviese en este problema por mi cuenta, no quería que Leando arriesgase su vida por mí. Sin embargo, él parecía tener las cosas tan claras como yo cuando me interrumpió para preguntar:

—¿Y cómo crees que me sentiría yo si algo terrible te pasara, antes de que Lúa pudiese terminar de preparar su magia, sólo porque yo estuviese demasiado asustad como para prevenirlo?

—Pero...

Me detuve. ¿Qué iba a decir? "¿No es tu problema?" Tomando en cuenta lo mucho que se había involucrado ya con mi seguridad estos últimos días, resultaría hipócrita de mi parte el rechazar su ayuda. No, eso sólo lo enojaría porque, por embarazoso que pudiese sonar, nuestro punto de vista era bastante similar; ambos empecinados en protegernos el uno al otro.

Estaría mintiendo si dijera que no encontraba esta perpetua compañía reconfortante, aunque su idea de seguirme mientras me encontraba bajo el hechizo de la procesión todavía me sonaba a una temeridad.

—Está bien, la Santa no me atrapará —trató de tranquilizarme Leandro, intuyendo lo que se me estaba pasando por la cabeza.

—No puedes garantizar eso —protesté, aunque mi humor para una confrontación sonaba casi agotado.

—¿Y si te dijera que puedo? —Antes de que pudiese interponer una palabra más de duda, continuó, mostrándome un colgante que llevaba puesto y el cual hasta entonces yo no había visto porque se ocultaba bien bajo el cuello de su camisa—. Ya habrás oído que existen ciertos amuletos para protegerse de la Santa. Amuletos que, en este caso, sólo sirven si todavía uno está bajo el efecto de ningún maleficio.

Observé el colgante por un momento, antes de alzar la vista y volver a mirar a Leandro: Éste era una simple baratija hecha de madera, con un símbolo celta tallado. Si mal no recordaba, basándome en el libro que el párroco me prestó, se trataba de un nudo de escudo conformado por varias líneas que formaban un patrón cerrado.

—Es un talismán de protección: Mi abuela me lo dio cuando era niño aunque, desde que salí del pueblo, en rara ocasión lo he utilizado.

—¿Las presencias sobrenaturales no llegan a las grandes ciudades?

Leandro sonrió, ante mi evidente sarcasmo.

—Tal vez sí lo hagan. Pero, estando en ellas, digamos que no tenía yo tantas oportunidades de vagar por el campo pasadas las diez de la noche. Así que menos ocasión de que me sucediese nada. No, este amuleto se me dio para esas ocasiones en las que se hacía tarde y aún tocaba recoger al ganado.

—¿Y sirvió, en su momento?

—Nunca me enfrenté a nada maligno en esa época, estando en la aldea.

Eso no significaba que el colgante funcionase. También podría ser que, sencillamente, él hubiese tenido buena suerte durante todos esos años y ningún elemento sobrenatural se hubiera acercado a su persona.

El portador de la cruzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora