Capítulo 5

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30 de octubre, 1921

Pasaba de las doce cuando me dispuse a volver a casa. Se me había echado la noche encima, quizás porque hacía tanto que no permanecía en compañía de esta familia. Así que, para cuando me quise dar cuenta, el cielo ya se había ennegrecido por completo y el sereno hacía horas que dio por concluido su último recorrido por las calles.

Por supuesto, los Malvedo insistieron en que me quedase a dormir en su propiedad. Era lo natural, después de todo. ¿Qué clase de demente elegiría adentrarse en los caminos a tales horas? Incluso aunque mi aldea no se hallase a tanta distancia, seguía siendo un buen tramo de campo en plena oscuridad a lo que me enfrentaría.

Pero yo había tenido una idea. Una que resultaba pésima y de la que más tarde me arrepentiría, debería añadir.

Y es que pensé que, dado que esa noche no llovía ni estaba el terreno embarrado, podría aprovechar para hacer un recorrido similar al que Herrero había realizado por esos montes, tal vez para convencerme a mí mismo —y a los demás, si el experimento salía como debía—, de que sí existía un elemento que no habíamos considerado en todo aquel incidente.

Ahora, cuando decía que quería recorrer los mismos parajes que nuestro finado, no me refería tampoco a que deseaba hacerlo en las mismas condiciones o poniéndome en peligro de la más mínima manera.

No, no pensaba patrullar por medio de los viñedos a oscuras. Eso sería un suicidio.

Mi idea partía más bien de la premisa de que, aparte de que llevaría conmigo un farolillo para iluminar el camino, no me saldría bajo ninguna circunstancia de la carretera que atravesaba esas montañas. De este modo, no habría posibilidad alguna de que corriese la misma suerte que Herrero, resbalando por un terraplén perteneciente a una propiedad privada a la que en principio no debería haberse metido.

¿Sería cierto eso de que había lobos por la zona? Yo los pude escuchar, incluso desde mi pueblo, algunas noches. Pero, aparte de historias sobre ataques al ganado de manera esporádica, cuando el pastor de turno dejaba descuidado a su rebaño, nunca había escuchado de un atentado contra ningún vecino. Y, a propósito de esto, era un hecho demostrado que esos animales nunca se acercaban a los núcleos de población.

En todo caso, yo llevaba un revólver encima, por si acaso sucediera un imprevisto. Y ya sólo con esto me sentía lo bastante seguro como para proceder con mi pequeña travesía.

A los Malvedo no les hizo mucha gracia mi idea de marchar solo, pasada la medianoche, incluso cuando a ellos no les comenté mi plan de pasar por la Ribera en lugar de tomar el otro recorrido, más largo pero menos peligroso, rodeando las montañas. Pero al ver que no lograrían convencerme, sin importar las palabras que utilizasen, al fin accedieron a dejarme marchar. Eso sí, no sin antes proporcionarme un farolillo y un burro que me agilizaría la marcha y que al día siguiente tendría que pasarme a devolver.

Como fuera, agradecí el ya esperado gesto y procedí a tomar el sendero contrario al que empleé para llegar a casa Malvedo.

Tengo que decir aquí que durante buena parte del recorrido no noté nada fuera de lo común. Sí, considerando que los terrenos eran algo empinados y la carretera estrecha, tuve que hacer un esfuerzo por encaminar mejor al burro y no acabásemos en ninguna finca aledaña pero, aparte de eso, casi se podría decir que el animal estaba más asustado que yo.

No había ni un alma por esos parajes plagados de viñedos y lo único que se podía escuchar era el sonido de los grillos y del viento cuando impactaba en la vegetación haciendo su característico sonido.

Si es que había animales salvajes por la zona, debían de estar dormidos o en otro lugar. Pues ver, no vi nada de interés. Y ni siquiera la poderosa corriente del río que discurría al fondo del valle podía interrumpir la calma de aquella noche otoñal. En cierto momento escuché un aullido, pero sonó al otro lado de la montaña, quizás hasta en la provincia vecina; demasiado lejos como para preocuparme. Mucho menos para obligarme a apurar la marcha.

El portador de la cruzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora