Capítulo 1: Mónica

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Desde pequeña supe que había algo malo en mí.

Este era un pensamiento que frecuentemente rondaba por mi cabeza. Era un pensamiento que no me dejaba concentrarme y que, a veces, no me dejaba dormir por las noches.

Me dí cuenta de ello cuando tenía probablemente tan solo seis años de edad.

Recordaba muy bien mi primer día en la escuela primaria. Recordaba que todos jugaban entre ellos, que todos sonreían y reían. Que todos hablaban entre ellos.

Todos menos yo.

Yo me sentaba en la silla del fondo del salón. No tenía amigos ni con nadie con quién hablar. Las maestras estaban muy ocupadas con los otros niños que ni siquiera me prestaban atención.

Las niñas me miraban como si yo fuera una enferma y que me aislaba para no contagiarlos, algunas otras me miraban como si yo fuera un bicho raro mientras que otras simplemente me ignoraban.

Yo solo no podía comprender por qué no podía estar con ellos.

¿Por qué no puedo ser como los demás? ¿Por qué me da miedo acercarme a ellos? Eran unas de las preguntas que más me cuestionaba a mi misma.

No podía esperar para que fuera el momento de volver a mi casa. A mi lugar seguro. Volver con mi mamá para poder jugar a las muñecas y pasar todo el día con ella, mi persona favorita.

-¿Quién eres?- preguntó un niño rubio y pequeño.

El sudor me corrió por las manos y se me hizo un nudo en la garganta.

-¿Por qué no hablas?- preguntó dando un paso hacia mi mesita para acercarse a mi - ¿No sabes hablar?

No hice más que mirarlo con temor y quedarme paralizada en mi silla.

Otros tres niños se acercaron con el niño rubio. Uno era castaño con ojos cafés, otro era pelirrojo y el último era pelinegro. Hubo algo en el último niño que llamó mi atención, sus ojos.

Eran grises. Yo nunca había visto tal color en los ojos.

El pequeño me devolvió la mirada con la misma curiosidad que yo.

-¿Quién es ella?- preguntó el pelinegro con una voz un poco más grave para ser la de un niño de su edad.

-No sé - respondió el rubio - creo que es muda.

El niño pelirrojo soltó una gran carcajada.

-Le comió la lengua el gato - dijo en tono de burla.

Esto causó la risa de los otros dos niños excepto del pelinegro, que decidió acercarse más a mi.

Su piel era tan pálida que pude ver como unas pequeñas venas rodeaban sus ojos grises.

-Hola - dijo con una sonrisa encantadora.

Por alguna razón, el nudo en mi garganta se aflojó un poco.

-Hola - devolví el saludo con timidez.

Los ojos del niño se iluminaron de una manera tan tierna y se giró hacia los otros tres.

-¿Ven?, no es muda - dijo orgulloso de su gran logro.

-Es una grosera - interrumpió el castaño - a nosotros no nos quiso hablar.

-Porque ustedes la incomodan - dijo a la defensiva.

El chico rubio se puso tan rojo que parecía que iba a explotar en cualquier momento.

-Vámonos de aquí, ella solo es una pérdida de tiempo - anunció a sus compinches.

El pensamiento de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora