┋CAPÍTULO XLIX┋

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Max

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Max. 

Seis horas antes.

—Tengo algo que enseñarte, Araujo —digo.

—Tu trasero desnudo ya lo he visto, Nox.

Miró hacia el pasillo que da a la habitación para asegurarme que Ara no esté cerca de nosotros y tomó la caja que he guardado en el bolsillo de mis vaqueros. La deposito sobre la mesa de escritorio y giro para mirar a mi amigo quien acaba de quedarse en shock.

—¿Estás de broma, Nox?

—Por supuesto que no. —Me acomodo en mi asiento un tanto nervioso.

—¿Es acaso ese «El Grandote»?

—Así es.

—Pero ¿cómo es que...?

—Mi abuela me lo dio de forma oficial en las vacaciones junto a sus cursis palabras sobre el fuerte presentimiento de que Ara es la indicada y la importancia del anillo ideal.

—Esa cosa vale millones. —Afirma.

—Lo sé.

Y así es, en el 97, después de su última valoración en el mercado y para cuestiones del seguro, mis abuelos descubrieron que su valor oscilaba entre los sesenta millones de montivanos y los cien millones.

—Es una verdadera reliquia familiar —continúa con verdadero asombro.

—Sí.

—Tu bisabuela lo trajo en su dedo desde Europa en el barco cuando venían de contrabando y por poco se lo traga para que no se lo robaran unos maleantes.

—Lo sé. —Evito reír—. He escuchado la historia cientos si no es que miles de veces antes.

Suelta el lapicero que aún mantenía en el puño apretado y con los ojos aún abiertos de par en par camina hacia mí.

—¿Y si se lo piensas dar?

—No lo sé. Ella está insistiendo con un anillo y yo pensaba darle una de todas formas.

—Pero «El Grandote» vale millones —repite—. Tiene como seis diamantes y un rubí del tálamo de mi uretra.

—No puedo devolvérselo a mi abuela y algún día se lo tendré que dar o cuando la vuelvan a ver para la boda y no lo tenga en el dedo, seguro que me mata y me avienta en una zanja.

—Estás en verdaderos aprietos, Nox.

—Desde que la conocí.

—Yo..., ¿puedo verlo?

Asiento con la cabeza y él se apresura a agarrar el anillo de la familia Cratiga, mi familia materna. Las piedras preciosas brillan ante la luz y me quedo mudo observando la joya. Víctor no miente al decir que vale tanto e incluso más y es una gran responsabilidad dárselo a alguien.

Mi abuela se lo dio a mi padre cuando se le propuso a mamá y desde que ella falleció, ha estado en la caja fuerte del banco Montivano hasta hace un mes que mi abuelo pidió retirarlo para la herencia de mi futuro matrimonio.

«El viejo ya tenía sus planes bien fijos antes de dejarnos en este mundo sin su sabiduría».

Ver el anillo en mi departamento me revuelve el estómago porque si lo pierdo, puedo considerarme hombre muerto.

—Max, ¿dónde tienes otra pasta dentífrica?

Víctor y yo saltamos sobre el anillo y lo escondemos en el sillón en el momento justo en que Ara aparece en la sala. Su ceño se frunce al vernos en actitud sospechosa y pasea su mirada entre nosotros mientras balancea su cuerdo de lado a lado, tratando de ver aquello que escondemos o nos preocupa que descubra.

—¿Qué estaban haciendo? —pregunta después de un rato.

—Nada —contestamos al unísono.

—¿Qué tienen ahí escondido? —insiste elevando in poco más la voz.

—Nada —volvemos a decir.

Rueda sus ojos y señala hacia afuera de la oficina, hacia el pasillo contiguo a nuestra recámara.

—¿Dónde tienes pasta dentífrica? Ya no hay.

—En el último cajón del mueble de blancos, justo a fuera del baño.

—Gracias.

—¿No comerás? —pregunto al verla tan arreglada y elegante usando solo un pantalón de cuero negro, una blusa blanca y chaqueta roja, así como unas grades y pesadas botas negras.

—No, iré con Lesly y Ágata que me prepararon una supuesta pre despedida de soltera —exclama moviendo de forma rítmica las caderas de lado a lado como si aquello le emocionara o pensando que su ida podría causar celos en mí.

«Tal vez sí, un poco», reconozco solo mentalmente.

—¿A esta hora? —La voz de Víctor transmite la misma incredulidad que yo siento al ver que ya está oscuro y ella planea salir así sin más.

—Sí, tengo una vida social en la que debo realizar ciertas actividades importantes.

—¿Necesitas que te lleve? —Le pregunto, pero ella niega con la cabeza.

—Iré en autobús o caminando, el bar queda bastante cerca.

—¿Quieres que vaya por ti? —Me ofrezco sin dudarlo—. Digo, por si sales tarde, yo sé que pasada las once no suele haber gente en la calle.

—No, gracias. Sigan con sus cosas raras —responde de forma seca.

Vuelve por donde apareció y respiro con agitación al saber que no ha visto el anillo y estando casi seguro de que ni siquiera se imagina algo por el estilo.

—¿Dijo que va a ir a un bar aquí cerca?

—Sí —contesto con la voz temblorosa.

—Eso es extraño, Max. Conozco todos los bares y no hay uno tan cerca como para que vaya caminando.

—¿De verdad?

—Sí, pero está en su derecho de ser independiente. —Asiento ante su comentario. Víctor, en cambio, vuelve su atención a la televisión—. ¿Quieres jugar un rato? Me gustaría patear tu trasero en ese videojuego nuevo que te compraste hace un par de meses.

No digo que no a su propuesta y paso las siguientes dos horas frente a la pantalla haciendo sudar a Víctor e incluso cuando estoy ganando sin problemas, no puedo dejar de preocuparme por Ara y su misteriosa salida a un bar no tan cercano con sus amigas para una supuesta fiesta de despedida de la cual yo no tenía idea cuando fue ella la que pidió que fuéramos completamente honestos con el otro para que la relación funcionara en verdad.

Así que, sin más, le envió un mensaje a Welch para que siga a Ara en cuanto salga del edificio y la mantenga segura todo el tiempo que esté fuera de casa. Ya que aún no puedo quitarme de la mente lo ocurrido con sus amigos y el secuestro que sufrió, así como lo que Nicolás me dijo sobre ella en las vacaciones.

—¿Estás seguro de conocer en verdad a tu chica, hermano? 

—¿Estás seguro de conocer en verdad a tu chica, hermano? 

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Al límite de mi. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora