┋CAPÍTULO XIX┋

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Ara

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Ara.

—Entonces, cariño, ¿le das el visto bueno a este vestido?

Estoy a punto de llorar. Siento un nudo en la garganta debido a la emoción de haber encontrado mi vestido ideal después de haber probado solo ocho. Pero aún tengo dudas, ya que este se parece mucho al que usé en mi primera boda, y no quiero ningún recuerdo de ese pasado en la nueva vida que estoy formando con Maxwell.

—No —respondo después de varios minutos de suspenso, y todas mis acompañantes suspiran al unísono, aliviadas—. ¿Tan mal me veo? —pregunto al darme la vuelta para mirarlas.

—No —Ariatna es la primera en responder—. Pero no te ves muy feliz que digamos, y nosotras queremos que lo seas en todos los sentidos ahora que estás por ser nuestra hermana.

Las seis levantan sus copas de champán hacia mí y brindan en mi honor. En respuesta, solo puedo romper en llanto. Estoy tan emocionada desde que Maxwell confesó sus sentimientos por mí y ya tiene un anillo listo para entregármelo que me siento abrumada. Todas las demás se disponen a subir conmigo en la tarima para abrazarme, todas menos Lesly, quien minutos antes me confesó que las hermanas de Maxwell no le agradaban en absoluto.

—Son algo pretenciosas, ¿no crees? —fue lo que me dijo mientras me entregaba uno de los vestidos que eligió para mí.

Sin embargo, yo no las veo así y me siento bastante bien acogida por toda la familia Nox, demostrándome con sus acciones que piensan que yo soy la indicada e ideal para Max.

—Necesitas probarte otro —me anima la ayudante que tengo a mi lado.

Mirna ha sido bastante paciente en las tres horas que llevo en la boutique, ayudándome a vestirme, soportando mis llantos y quejas sobre mi cuerpo, y las constantes interrupciones de mis amigas, que, desesperadas por mi tardanza, buscan y rebuscan vestidos en los estantes para que yo me los ponga, llevándose más de un regaño por parte de ella al abrumarme tanto.

—Necesitas estar tranquila —me dice mientras me quita el vestido—. Si no lo estás, ningún vestido terminará convenciéndote del todo y...

Una interrupción más vuelve a incomodar nuestra charla para tranquilizarme. Sin embargo, esta vez no se trata de ninguna amiga mía. Un hombre está de pie, abriendo la cortina de tela que separa cada uno de los vestidores. Luce una espesa barba blanca y viste un traje entero de cuero negro como un motociclista típico de las películas americanas.

Por instinto, cubro mi cuerpo semidesnudo solo con mi ropa interior de encaje blanco y me quedo esperando a que Mirna le pida a su compañero que se marche. Pero ella no lo hace, solo se queda estática frente a él y dándome completamente la espalda. Me bajo como puedo de la tarima, tratando de no dañar el vestido para poder alcanzar la bata azul que Mirna me dio para situaciones en las que el vestido no esté listo para usarse o ella deba hacer algo antes.

—¿Necesitas algo? —pregunto acercándome hacia donde Mirna está parada sin decir ni pío.

Pero es solo cuando llego a su lado que noto el verdadero motivo de su mudez absoluta: el hombre de barba blanca sostiene un arma apuntando hacia el área de sus costillas. Viene bien preparado, con un silenciador y todo.

»Si lo que quieres es dinero, solo toma el bolso y vete —digo de nuevo poniéndome frente a Mirna.

—No, Fran, yo no vengo por tu dinero.

Al escuchar su voz, siento una descarga de energía y nerviosismo que de inmediato aceleran los latidos de mi corazón y forman un nudo en mi garganta.

—Ga... Gab... Gabriel —tartamudeo.

—Por lo menos no te olvidaste de mi nombre. —Sonríe y comienza a ingresar al vestidor mientras con movimientos del arma nos indica que nos movamos de la salida.

—¿Qué es lo que estás buscando? —por fin Mirna se digna a hablar y me toma la mano para sentirse de alguna forma protegida o solo acompañada por mí en la situación.

«Sí, amiga, estamos metidas juntas en esto con un psicópata», dice mi mente.

—A ti no, tranquila —le dice Gabriel a Mirna mientras se acerca a ella

con pasos lentos—. Pero a tu linda clienta sí, así que no te necesito.

En un instante, en un simple parpadeo por mi parte, Gabriel dispara en el estómago de Mirna a quemarropa, y yo solo puedo verla caer al suelo en cámara lenta mientras aún mantiene apretada mi mano y me jala con ella hacia abajo.

—¿Pero qué demonios has hecho, Gabriel? —grito, cubriendo la herida de la mujer con mis manos y aplicando presión, pero solo puedo hacerlo por poco tiempo porque él me toma del cabello, obligándome a ponerme de pie.

—No fuiste fácil de encontrar, pero siempre supe cómo buscar perras como tú —escupe frente a mí como si verme le provocara asco en verdad.

—Vete —suelto de pronto—, vete y diré que solo fue un asalto. Vete y no haré que mi futuro esposo tome acciones contra ti, él es muy poderoso y...

—Sí, sí, sé muy bien quién es. —Me empuja hasta el enorme espejo pegado a la pared y me voltea para que podamos vernos juntos—. Como una buena zorra, buscaste a alguien que pudiera mantenerte, ¿verdad? Pero apuesto lo que quieras a que ese ricachón no es mejor que yo en la cama —con el arma, comienza a acariciarme los muslos y sube lentamente por el abdomen hasta mis senos, para bajar uno de los tirantes de mi sujetador y así liberar uno de mis senos, que agarra con fuerza con su mano libre—, ¿o sí?

Niego con la cabeza, siguiéndole la corriente, me volteo para poder verlo a los ojos y comienzo a coquetear como sé y recuerdo que a él le gusta, pero esta vez me sale mal y cuando intento besarlo, me abofetea fuertemente, haciéndome tambalear hacia atrás hasta quedar de espaldas en la cortina de la entrada. Pero Gabriel no permite que me vaya y vuelve a jalar mi cabello para pegarme de frente a su cuerpo y, esta vez, besarme con brusquedad, para luego decir:

—Que eso te recuerde todos los días de tu estúpida existencia que eres mía, Fran, me perteneces por completo —golpea con dureza su dedo en mi frente, haciendo que sus palabras queden impresas en mi mente, y después me apunta. Mi cuerpo comienza a temblar aún más de lo que ya lo hacía desde que comprendí quién era, pero no podía dejar de preguntarme cómo fue que él me encontró después de tantos años, cómo es que sabía dónde estaba y, sobre todo, por qué ahora.

«Es aquí donde todo termina», dice mi mente como palabras finales.

Pero justo cuando creo que toda mi vida está por acabar, al igual que la de Mirna, Ágata abre de golpe la cortina y de inmediato Gabriel le apunta a ella, asustado y con los ojos tan abiertos que lo hacen lucir como un búho.

—¿Qué pasa aquí? —pregunta Ágata, levantando las manos una vez se percata del arma que le apunta—, ¿Gabe?

—¿Qué pasa aquí? —pregunta Ágata, levantando las manos una vez se percata del arma que le apunta—, ¿Gabe?

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Al límite de mi. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora