2. La chica de las flechas

18 4 0
                                    

Erguí mi cuerpo rápidamente, todo lo que pude antes de dejar de sentir esos pinchazos de dolor en la garganta.

Durante varios minutos me acostumbré al nuevo ambiente, a respirar... Hiperventilaba sin motivo aparente y era incapaz de parar, coloqué mi palma sobre la piel de mi esternón notando como una y otra vez este subía o bajaba. Abrí los ojos y destapé mis oídos, los cuales había cubierto sin querer.

Ahora estaba sentada en una cama desconocida, simple, con una fina sábana de cuadros rojos y negros. El colchón era cómodo, pero no lo reconocí. Pensé en aquella voz y los escalofríos volvieron, así que decidí creer que había sido un sueño.

Sin embargo, no sabía dónde estaba. Parecía una cabaña de madera con una pequeña nevera beige, un escritorio acompañado de su respectiva silla, un armario pequeño y una alfombra en el suelo.

La cabaña entera tenía tonos marrones por la madera de la que estaba hecha, pero la mayoría de telas y otras cosas que si tenían un pigmento oscilaban entre negro y rojo.

También había una ventana en la pared, a un lado de la cama, la cual estaba pegada al muro del fondo. Quité la manta de mis piernas y me puse en pie con algo de cuidado, miré hacia abajo y vi que tenía el mismo vestido que en el sueño y que efectivamente tenía la parte de abajo arrancada de cuajo.

Miré por la ventana solo para ver un bosque denso y teniendo todo esto en cuenta, me acerqué al armario a ver si podía encontrar zapatos y mejor ropa para salir de allí. Me puse una camiseta de manga larga negra, una camisa a cuadros rojos y negros, abierta, con un pantalón ancho negro y unas playeras de un rojo brillante, porque, sorpresa, el armario también parecía ir a colores. Nunca me había visto así vestida, era raro, lo suficiente como para no desagradarme.

No tenía hambre, pero me acerqué a los cajones para inspeccionarlos junto a la nevera, de la que tomé un yogurt.

Inesperadamente sobre el escritorio vi una daga, estaba metida en una funda de cuero granate y su empuñadura la cubría una tela roja bien sujeta, con cuidado la saqué de su cobertura viendo una hoja recta y bonita de un tono plateado.

«¿Qué pensaría mi madre si me viera con camisas a cuadros, playeros y un arma en la mano?» me pregunté a mí misma, en bajo.

Intenté asegurar la funda de la daga a mi pantalón y aunque por insistencia logré que se sostuviera, no fue un enlace muy estable.

Antes de salir de la casa me miré en el espejo del interior del armario, escruté atentamente a la persona que me miraba desde el otro lado, no sabía quién era, esa chica no era yo. Allí había una chica perfecta, tranquila, que no se estresaba con nada, que siempre era presa de las circunstancias y las afrontaba como si no fueran malas, alguien que había nacido con su vida planeada hasta el final y se resignaba a ello. Yo me resignaba a un destino que habían escrito por mí y lo peor es que estaba buscando alguna forma de volver a él.

Aparté mi mirada de esa superficie incapaz de verme durante más tiempo. Salí con enfado de la cabaña agarrando fuertemente el mango de la daga, decidí ir todo recto, en algún punto tenía que acabar ese sitio. Al menos eso pensé hasta que vi los reflejos rojizos del sol poniente colándose entre las copas de los árboles. Llevaba caminando mucho tiempo y aun así no sentía demasiado cansancio, pocos minutos después encontré el límite del bosque, como si le hubiera dado pena mi situación.

Al igual que en mi sueño intenté salir, dar puñetazos, patalear...

— Inútil — me dije en voz alta, como reflejo del nerviosismo subí mi mano derecha y comencé a rascarme el cuello donde tiempo antes me había quemado aquella sensación de ahogo.

Por un momento pensé que alguien debía haberme llevado a esa cabaña, porque no recordaba haber ido allí por mi propio pie.

— ¿¡Hay alguien ahí!? — pregunté gritando con la falsa esperanza de escuchar el retumbar de alguna voz a lo lejos, no ocurrió nada.

Caminé completamente perdida sin siquiera saber dónde estaba aquella cabaña de la que no me había llevado comida, no sentía hambre ni sed en absoluto y el cansancio casi no estaba presente, pero pensé que tardaría poco en llegar. Encontré un gran lago rodeado por árboles que dejaban un espacio precioso para ver el cielo.

Ya desesperada me senté con la espalda apoyada en un tronco e interioricé el hecho de que no sería tan malo quedarme aquí si alguien me daba comida y agua todos los días, sin responsabilidades, con un sitio para vivir y explorar. Podría haber sonado bien, pero en realidad se parecía a una cárcel, una bonita y misteriosa cárcel igual que el palacio.

Agité la cabeza para dejar de pensar en tonterías y me levanté rápidamente, rodeé el lago intentando pensar una forma de salir o incluso planteándome que fuera otro sueño, pero ¿Qué probabilidades hay de soñar un sueño dentro de otro?

Escuché el crujido de una rama no muy lejos de mí y levanté la cabeza con algo de esperanza.

Había dos personas, un chico y una chica que deberían rondar mi edad.

Él tenía el pelo rubio y corto, a pesar de que su flequillo ya se alargaba. Contaba con unos ojos de un verde apagado acompañando su piel rosada, llevaba un mono vaquero amarillo y una camiseta de manga larga y cuello alto de líneas blancas y negras.

Ella tenía los ojos de un verde mucho más intenso que acompañaba en color a la camiseta ancha de debajo de la chaqueta marrón. Tenía arañazos que parecían profundos y curados a ambos lados del cuello, manchas poco más claras que el resto de su piel por toda su cara

Su cabello era de un negro muy oscuro y lo llevaba recogido en una coleta excepto por el flequillo y uno de los lados de su cabeza que tenía casi rapado al cero. A parte de eso tenía dos piercings, uno en la oreja y otro en el labio, conectados por una cadena fina.

Ella levantó un arco que tenía en las manos antes de que yo tuviera fuerzas para hablar, puso una flecha en él y soltó la cuerda.

Miré bien los rasgos de la chica, se me hacían conocidos y sin poder moverme, mi cabeza analizó bien su cara, le quitó unos años y mi cerebro mostró una fotografía en mi mente, una de los carteles de "Se busca"

— Anette Lancaster...

Al escuchar esto la chica se sorprendió notablemente, pero era tarde y la flecha me atravesó el pecho de lleno como si mi piel y ropa fueran simple gelatina. 

Causas de morir 37 vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora