4. El veinteañero del hacha

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Esta vez estaba más acostumbrada, ya que ni siquiera me levanté demasiado de la cama, solo se abrieron mucho mis ojos, aun notando la presión en el pecho de aquella puñalada.

Me incorporé mirando a la ventana y efectivamente había dos marcas grabadas en ella, busqué con la mirada mi daga y vislumbré una parte de la alfombra pintada de un rojo más intenso, no era grande, pero supe que era mi sangre o al menos lo pensé cuando vi una gota del mismo líquido desapareciendo de la hoja de esa daga que ahora volvía a estar sobre el escritorio.

Me puse en pie para coger el arma con firmeza y hacer una tercera marca en el cristal. Volví al espejo, y una compañera que no se separaría nunca de mí ya estaba allí, más clara, una cicatriz.

— Pienso salir de aquí... — me aseguré en un murmullo — y cuando lo haga estas marcas no serán más de cinco — dije mirando tanto al cristal de la ventana como a mí.

La mano me tembló al escuchar eso y el arma siguió ese mismo movimiento. No sabía qué hacer, tal vez debiera buscar a la tal Anette, aunque no estaba para nada segura si era una buena idea... nunca había necesitado planificar nada en mi vida, no debía parecer asustada de todos modos ¿dónde me dejaría eso?

Abrí la puerta de la cabaña y salí al exterior decidida y tal vez algo enfadada, nunca supe el porqué.

— Bien... ya estoy fuera ¿Ahora qué? — dije en alto.

Pocos segundos más tarde y siguiendo una vocecilla de dudosa procedencia emprendí un camino hacia cualquier cosa que hubiera en ese bosque a parte de árboles.

No pasó mucho tiempo hasta que vi una cabaña idéntica a la mía algo lejos y tapada por la maleza, avancé hasta ella lo más rápido que me permitían tanto los árboles como mis andares poco acostumbrados a un bosque.

Desde cerca pude ver que la estructura de madera era idéntica a la que yo llamaba "mía", subí al pequeño porche en el que había una silla un tanto extraña y torpemente unida.

Di dos toques a la puerta antes de esperar varios segundos una respuesta que no llegó, entonces decidí empujar la superficie de madera hacia dentro y esta se apartó con un chirrido estridente.

El interior que también era prácticamente igual al del sitio en el que había despertado ya tres veces, solo que el tono rojo de todo el espacio se sustituía por un azul tirando a oscuro. Además de eso, había una escalera de mano pegada a la esquina trasera izquierda de la cabaña y la alfombra que debía estar entre la cama y el escritorio se encontraba a los pies de esta.

Me encaminé a la escalera lentamente y la subí apartando la trampilla del techo. Este era liso y tenía una pequeña muralla al rededor lo suficientemente mal hecha como para poder suponer que la había hecho el dueño de la cabaña. Me acerqué a la zona delantera donde el muro prevenía de una caída y antes de poder asomarme una hoja afilada se pegó a mi garganta.

Cuando había despertado pensé que no podía volver a sentirme asustada, al fin y al cabo, no podía morir, eso se suponía que era bueno. Sin embargo, en ese momento un profundo terror me llenó el pecho.

Un brazo se apretó en mi espalda para que no pudiera dar marcha atrás y la hoja de aquella hacha gruesa no dejara de ahogarme.

— ¿Te quedarás callada hasta que te raje el cuello? — con esa voz firme a mi espalda intenté mostrar el tono más seguro posible.

— Cuarta muerte... esperaba algo más espectacular para mí número favorito.

La presión se amortiguó un poco y el brazo de mi espalda quedó algo apartado.

Causas de morir 37 vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora