Veneno

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Aylín estaba sentada en la cama de su habitación en aquella posada de la encrucijada. Habían salido del pueblo en el bosque temprano esa mañana y llegado a la posada poco después del atardecer. Tenía su baúl a un lado y sostenía en sus manos un espejo de plata.

Estudió su reflejo un rato, tenía dos manchas oscuras bajo sus ojos y su cabello que siempre fue largo y hermoso, ahora era un revoltijo de mechones irregulares. Su exterior reflejaba exactamente como se sentía por dentro; cansada, derrotada y dolida. No solo la habían descubierto, su mentira tuvo consecuencias que jamás se perdonaría.

No dejaba de pensar en Arturo, en cómo alguien tan pequeño había dado tanto por los demás. Recordaba su risa, sus pequeños trucos, lo que le había enseñado tan solo con simples juegos y lo frías que se sentían sus manos al final. Si tan solo pudiera pedirle disculpas.

Escuchó unos pasos fuertes que se acercaban por las escaleras y no le sorprendió ver que Demian entraba sin tocar. No habían hablado desde aquella noche y por más que ella quisiera estar sola, esto era algo que debía enfrentar.

—Tu y yo tenemos una conversación pendiente, mentirosa. —dijo Demian con desdén mientras se cruzaba de brazos. —Me debes una explicación.

—¿Por qué quieres una explicación? Si ya lo resumiste todo en una sola palabra. —Aylín habló con apatía, sin poder mirarlo a los ojos.

—No, siempre supe que mentías, pero que fueras tan tonta me sorprendió. ¿Porque aceptaste ir conmigo al bosque si no podías defenderte sola?

—Como si me hubieras dado alguna alternativa. —comenzaba a molestarse pues le era imposible no reaccionar. —Te recuerdo que solo me hiciste seguirte sin dar ninguna explicación.

—Y me seguiste de todas maneras. ¿Acaso no recuerdas? Te pedí que los protegieras y aceptaste.

—¿Y qué alternativa tenía? —ella se puso de pie, encarándolo.

—Decirme la verdad. Si lo hubiera sabido jamás te habría llevado conmigo. —su semblante pareció suavizarse un poco, pero solo fue un instante. —Pero elegiste protegerte a tí misma, proteger el teatro que has montado desde que te conocí. Debes desear muchísimo ser reina.

—Tu no me conoces y solo has demostrado ser un patán egoísta cada vez que te veo. ¿Cómo podría confiar en ti para confesarte nada? —dio unos pasos hacia él poniendo más intensidad en sus palabras. —Pero te he visto Demian, estas enfermo de celos hacia tu hermano y no te importa nadie más que tu mismo. ¿Quieres que hablemos con la verdad? Entonces confiesa que no te importaba esa gente. Sabías que algo malo podía pasar y aún así no los detuviste porque querías que pasara. Lo único en lo que pensabas era en la manera de ganarle a Dorian. ¿No es así? Usaste a esa pobre gente de carnada.

Demian apretó los dientes mientras que Aylín trataba de no llorar de nuevo.

—¿Y qué? Hice lo que era necesario y dio resultado. Si quieres que me sienta culpable por esas muertes no lo lograras. Tu y tus mentiras son las únicas responsables.

—¿Y qué hay de las tuyas? ¿Te harás responsable? Cargaste con una réplica de la lanza todo el camino cuando la verdadera siempre estuvo contigo. ¿Usaste brujería? Por eso lograste entrar al despacho de Tobías por ti mismo. ¿Que pensara tu padre cuando sepa lo que le hiciste al arma más valiosa de nuestra historia? —Aylín esperaba haber sonado tan amenazante como quería, pues era lo único que tenía para contraatacar.

Demian terminó de recorrer la poca distancia que los separaba hasta que tuvo su rostro a solo unos pocos centímetros del de ella. La ira se había ido de su rostro y la reemplazó una fría contemplación. Estudiaba los ojos violetas de la chica tratando de buscar cualquier indicio de duda. Luego tomó uno de los mechones cortos del cabello de Aylín y lo acarició despacio entre sus dedos.

Ojos Amatista - Espíritus Nocturnos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora