Destino.

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Salió disparada de su cuarto mientras su madre terminaba de preparar el desayuno, y su padre daba de comer a las trillizas, que se dedicaban a ensuciarlo todo mientras reían y gritaban, llenando la casa de caos y ruido. Cogió una tostada que se metió en la boca mientras cogía su mochila del suelo y se ponía los zapatos sin abrochar los cordones:

- ¿No vas a desayunar en condiciones? -gritó Yolei desde la cocina.

- ¡Llego super tarde! -gritó saliendo de casa.

Ken sonrió desde la mesa, había vivido esa escena casi cada día del curso escolar, y pese a que se estaba terminando, no le entraba ninguna duda, de que su hija mayor llegaría tarde hasta el final.

Bajó las escaleras del edificio, casi empujando a la señora Nakamura, una anciana que vivía en el segundo, que, tras el atropello, escondió su aspecto de amable señora y empezó a gritarle improperios a la joven:

- ¡Lo siento! -gritó mientras se subía a su bicicleta, todavía tragando la tostada.

Iba a toda velocidad en bicicleta esquivando peatones, y saltándose semáforos en rojo. El cabello morado le ondeaba contra el viento. Si no fuera por sus reflejos entrenados por el deporte, habría atropellado también durante el trayecto ya a varias personas. Bajó de la misma casi sin terminar de frenarla y la estampó contra el resto de bicicletas aparcadas a la entrada del instituto, mientras escapaba del golpe de un salto. El sonido chirriante de los metales se escuchó por todo el instituto. Con la mochila al hombro, corrió todo lo que le dieron las piernas hasta su clase, subiendo las escaleras de dos en dos. Por suerte para ella, no había empezado aún y suspiró de alivio al entrar en clase:

-Por los pelos Ichijouji -dijo el profesor entrando detrás de ella. - Todo el mundo a su sitio.

Se colocó bien la falda del uniforme con las mejillas encendidas y la respiración jadeante corrió hasta su mesa. El profesor empezó la clase mientras ella de forma apresurada abría los libros sobre la mesa y sacaba un bolígrafo. Miró la mesa de su derecha, que estaba vacía y recorrió la vista por la clase, hasta la última fila, hasta dar con las gafas brillantes de un chico de pelo azul oscuro y mirada profunda azul marino:

- ¿Akiro? -preguntó sin emitir sonido para que le leyera los labios.

El chico simplemente se encogió los hombros, y se señaló el reloj, preguntándole a ella por qué había llegado tan tarde. Ella negó con la cabeza, y cerró los ojos, imitando quedarse dormida, explicando con gestos que simplemente no se había despertado a tiempo y consiguiendo que su amigo pusiera los ojos en blanco y sonriera. El profesor volvió a demandar atención y ambos chicos miraron al frente.

Apenas pasaron cinco minutos cuando la chica notó la vibración de su teléfono móvil. Encondido al fondo de su mochila. Notó detrás de ella observando por el rabillo del ojo, como su compañero se recolocaba las gafas, y cogía su propia mochila del suelo, indicándole con claridad que también le había llegado el mensaje. Al encontrarse sentado en las últimas filas, le dejo a él que fuera el que corriera el riesgo de sacar el móvil en mitad de la lección para leer lo que les había llegado. Ella ya había llamado suficiente la atención, y sabía perfectamente de quien era. Volvió a mirarle, intentando tener controlado al profesor en su retaguardia, y le vio sonreír mientras leía la pantalla. Quiso preguntarle qué había leído, pero entonces, el chico de las gafas sacó su dispositivo digital de otro de los bolsillos de su mochila mostrándoselo y guiñándole un ojo. Y Rin sonrió de nuevo mirando al frente, porque sabía perfectamente qué decía el mensaje. La siguiente hora de clase pasó entre el sueño y el aburrimiento. La voz monótona del profesor, en ocasiones, conseguía transportarla tan lejos de ahí que el resto de compañeros de la clase empezaba incluso a difuminarse. Cuando sonó el timbre, casi antes de que el profesor hubiera terminado de mandar los deberes para las vacaciones de verano, se acercó a la mesa de su amigo:

PODER.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora