La fiesta. AKIRO.

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Amanecí con los rayos de sol de medio día arañándome los ojos. Estaba solo en la enorme cama, la ventana estaba entreabierta y movía las cortinas de seda del dosel con delicadeza. Observé que había flores frescas silvestres sobre el escritorio y el aroma que desprendían en aquella habitación enseguida me embriagó. Ryo era así. Delicada, y fuerte, como una flor creciendo en el asfalto. Reconozco que yo también estaba sorprendido por nuestra reciente afinidad. No sé si fue el destino, o fue la casualidad de haberla encontrado en el momento adecuado.

Tras la conversación con Gennai y haber renunciado a mi dispositivo digital, me sentí un juguete roto. Los pedazos inacabados de mi corazón caían sobre mí con peso plomizo. No le conté nada a nadie, y desconozco si Gennai lo hizo. Una parte de mí, quería creer que yo era capaz de renunciar a todo. Que tendría la fuerza suficiente de retirarme a un lado, y evitar aquella horrible visión. Quería creer a Gennai, quería creer de verdad que podríamos evitar el desastre. Pero dijo una cosa aquel día, que resonó en mi cabeza creando un enorme remolino de oscuridad, como el tic tac de un reloj viejo anunciándome el final del tiempo. Y no era capaz de ignorarlo.

Le habían matado.

¿Cómo?, ¿Quién?, ¿Por qué?

¿Tan horrible era nuestra existencia que habían preferido no dejarnos elegir? ¿Por qué le mataron a él, y no a mí?

Gennai no respondió a ninguna de mis preguntas, y yo en aquel momento no tenia fuerzas suficientes para seguir preguntando.

Pero todas esas dudas, me estaban consumiendo poco a poco, y me estaban arrastrando inevitablemente al desastre. Si quería evitar la oscuridad que me estaba consumiendo, necesitaba luchar.

Aquella noche, me dirigí a los muelles a pensar, a intentar entender qué estaba sintiendo. Y ahí, me encontré con Ryota.

Flashback

La oscuridad de la noche cubría la ciudad. Se podían ver las luces de las ventanas de los edificios en la costa de enfrente alzarse como pequeñas luciérnagas adornando el paisaje. Yo no dejaba de llorar. Tenía que soltar todo el peso que tenía dentro antes de pararme a pensar qué necesitaba hacer.

-Hola -escuché de forma tímida detrás de mí.

Di un pequeño salto del susto que me dio entender que no estaba solo. Me giré y la vi. Tenía unos enormes ojos verdes y una cabellera rubia ceniza. Vestía un traje deportivo, y llevaba unos cascos alrededor del cuello. Parecía que estaba entrenando, y que, en medio de su carrera nocturna, había tropezado sin querer conmigo.

Ryo y yo no habíamos cruzado ni tres palabras en total a lo largo de nuestra vida, pese a que creo que la conocía desde los tres años. Siempre me había parecido una chica amable y divertida, y no podía negar su evidente belleza, pero reconozco que había sentido siempre que huía de mí. Todo el equipo de animadoras parecía empeñado en seguirme como mosquitos a la luz, menos ella. Creo que nunca me sostenía la mirada mas de dos minutos, menos aquella noche. Aquella noche sentí que nos estábamos viendo por primera vez.

-Ho... Hola Ryo -dije secándome las mejillas, avergonzado.

- ¿Estás bien? -preguntó ante mi evidente berrinche.

-Si claro -mentí-, es solo un mal día.

Se sentó a mi lado, extremadamente cerca para lo poco que nos conociamos, y noté un picor y un calor recorrerme el pecho.

-Mientes fatal -respondió-. No pensaba que algo se te pudiera dar mal.

Perdió su mirada esmeralda en el mismo horizonte que me había tenido embelesado en mi tristeza. Pero yo ya no era capaz de ver los edificios. Había algo en ella. No supe saber el qué, que me envolvió casi al instante. Noté como algo dentro de mi se abría, como un polluelo saliendo de forma tímida de un cascaron.

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