Amigos, familia

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Llevaban esperando más de una hora a que apareciera el monje que siempre les ayudaba con todo, y tras su clara ausencia en la reunión, decidieron empezar sin él. La primera y segunda generación de niños elegidos, se había reunido en el viejo salón de piedra, sentados en los sillones verdes de terciopelo, y una sensación de nostalgia y agobio invadía la estancia. Esta vez, los digimons no descansaban en huevos en el sótano, sino que estaban alrededor de ellos, revoloteando, dando una sensación más distendida a todo. Se podía escuchar la tormenta fuera, el sonido del viento colándose por las rendijas de piedra, los truenos cayendo a unos kilómetros de ahí, la lluvia aporreando las ventanas.

-Menudo temporal -susurró Sora de pie, mirando por el cristal al exterior.

-Vale, creo que no vamos a esperar más a Gennai, empecemos -dijo Tai.

Todos asintieron, y como era costumbre, Izzy sacó un ordenador portátil que conectó a su viejo proyector, para que todos vieran la misma pantalla que él. Proyectó una imagen congelada de la batalla, donde se veía a Akiro rodeado de aquellos lobos, e hizo zoom en uno de ellos para que se le viera bien la cara. Se podía intuir un pelaje negro, una boca llena de colmillos afilados, y unos ojos rojos brillantes. Cuando se acercó más a la imagen, un rayo cayó, consiguiendo que dieran un pequeño salto en sus asientos.

-He podido conseguir esto de las cámaras que tengo por el mundo digital, pero mis registros no lo identifican con ningún Digimon.

-Entonces vienen del mar oscuro -dijo Davis.

-Estoy casi seguro que sí.

Siguió pasando las imágenes, hasta que dio con una de Angemon, luchando solo contra una de esas bestias. Puso el video. Se podía ver claramente a Angemon, golpeando a uno de los perros, y este se desvanecía en el aire, convertido en humo. Todos abrieron fuerte los ojos, y reconocieron aquella escena enseguida dentro de sus cabezas. La tensión se hizo notable.

-Patamon dice que solo hicieron eso cuando se quedaron solos con ellos, al separarse. -siguió TK. – Su objetivo era Akiro -tragó saliva, entendiendo qué significaba lo que está diciendo.

Todos se miraron, con una idea en sus cabezas, pero sin atreverse a materializarla en forma de palabras. Ken se llevó las manos a los ojos, cansado de la misma guerra otra vez. Llegaron a pensar que se había terminado, que no tendrían que volver a enfrentarse a nada. La última batalla, fue tan cercana, tan personal, y tan sangrante, que se dieron cuenta en ese momento, que casi veinte años después, seguía pesando, seguía haciéndoles daño. Tk cogió la mano de Kari, y notó como esta, la apartaba ligeramente, arrugándola sobre sus rodillas mirando al suelo.

-Sabíamos que los emblemas de Tk y Kari eran los más poderosos -siguió Izzy, cortando el silencio-. Quizás, Akiro tenga algo que ver con ellos. O lo que yo creo, le busquen para haceros daño a vosotros otra vez.

-No tiene compañero Digimon, por ahora, no es un elegido siquiera -siguió Tai-. Igual no tiene nada que ver con los emblemas. -por algún motivo, esa frase hirió terriblemente el pecho de Kari.

-Sabes que eso no es verdad hermano -siguió ella defendiéndose-. Akiro está conectado con los Digimon, solo que de otra forma. Todos lo hemos visto desde que era pequeño -tragó saliva. - Pero nunca hemos intentando entenderlo... Nunca somos capaces de ver nada hasta que está delante de nuestras narices... Hasta que alguien sufre algún daño...-TK la abrazó entonces, y aunque no evitó el contacto, tampoco lo buscó.

La confianza, es un arma de doble filo. Porque todo el sufrimiento y preocupaciones previas que te has ahorrado, te golpea más fuerte una vez que ves que has caido. Y ahí, no puedes salir del agujero en el que te has metido. La culpa estaba invadiendo el corazón de Kari. Lo estaba invadiendo todo. El dolor, los recuerdos, la esperanza... Tk y Kari estaban sintiendo en el fondo de su pecho, la culpa por no haber hecho nada antes. Akiro había crecido en una familia feliz. Con unos padres que le querían, con una hermana pequeña que le adoraba... Y con ese mundo digital invadiendo sus entrañas desde pequeño. Lo sabían perfectamente. Siempre lo habían sabido.

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