Digievolución. 1ª parte

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Caminaba por la arena, descalzo. Podía sentir los pequeños granos grises colarse entre sus dedos, bailando bajo la planta de sus pies. El mar estaba en relativa calma, las olas rompían sobre la costa de forma suave, empapándole los tobillos, dibujando con la espuma pequeñas ondas que terminaban borrándose a los pocos minutos. El cielo gris, lo cubría todo, parecía que en cualquier momento iba a empezar a llover. Al fondo, pudo ver las ruinas de un viejo faro, medio destruido que reconoció enseguida. Ya no se veía la luz ondeante, y todo el acantilado parecía cubierto de vegetación moribunda que sobresalía entre el paisaje.

Oyó el grito, desgarrador y asustado, proveniente del mar:

-Lo sé...-susurró. - Yo también te oigo.

Despertó empapado en sudor, con los rayos del sol colándose por la ventana. Notó una gota fría recorrerle la espalda. Miró al despertador, apenas eran las seis y media de la mañana. Hacía calor para la hora, y sentía que llevaba toda la noche corriendo. Había sido uno de esos sueños, que generaba más tensión y palpitaciones el no entender, que si un asesino en serie te persiguiera por un pasillo interminable. Akiro se despertaba siempre de ellos con la angustia de que algo se le estaba escapando. Alargó la mano hasta el cajón de su mesilla de noche y sacó el dispositivo digital, que persistía apagado, inerte.

-Que cojones quieres decirme -susurró en la semioscuridad de su habitación.

Necesitaba dejar de pensar. Ese día, en su último día de instituto, tenía la final de su campeonato de baloncesto. Él era el capitán del equipo, como lo había sido su padre durante toda su adolescencia. Y a diferencia de él, a Akiro le gustaba la atención, se sentía cómodo con ella. Era una persona segura, fuerte y extremadamente competitiva. Y necesitaba ese partido, salir de sus preocupaciones unas horas, y concentrarse en machacar la canasta. Se levantó con dificultad, y se vistió entusiasmado con el uniforme de su equipo. Unas horas más, y llegaban las vacaciones de verano. No podía desanimarse ahora.

Pensó en el faro nuevamente mientras recogía sus cosas y en ese mar... Su padre, era un escritor mundialmente famoso, había escrito Mi historia digital, en dos grandes novelas. La primera, cuando Akiro apenas era un bebé.

El éxito del libro fue algo totalmente inesperado. Y su padre había reconocido en varias ocasiones, que le había absorbido por completo. De repente se vio envuelto en una vorágine de entrevistas, presentaciones y firmas de libros, y llegó a perder el control de cuanto decía y hacía. Mi historia digital, tenía una segunda intención, acercar ese mundo a todas las personas de a pie. Así que cada palabra que expresaba TK, estaba perfectamente medida y calculada, por el equipo de márquetin de D.corporation. De repente, la explicación de los pormenores de la historia, venia de la mano de Tai, Izzy y Mimi. Y aunque es cierto que aquello les dio muchos seguidores, y la unión de ambos mundos parecía más cercana que nunca, Tk no consiguió disfrutar del todo de su enorme éxito. No te podías salir del guion perfectamente pautado. Y Tk odiaba las palabras encerradas.

Todo estaba escrito en papel de fumar. Fue la novela más vendida en varios países. Además, el problema de sacar a la luz ciertas intimidades, es que terminan siendo de dominio público. Mi historia digital se convirtió en la búsqueda de medio planeta. En el enigma de una generación que ansiaba la adrenalina de la historia contada. Pero el dolor que plasmaba en aquellas páginas, que siempre fue el de los niños elegidos, al hacerse público, empezó a ser también de la opinión de todo el mundo.

Las relaciones personales del grupo fueron tema de conversación de programas y tertulias. Los digimon salieron en documentales no oficiales. Y controlar aquello fue mucho más difícil y más ajeno de lo que todos pretendían.

Finalmente, publicó dos novelas. Y tenía una tercera escrita, mucho más personal que las dos primeras, donde hablaba principalmente de Kari y de él, de su última batalla contra sus miedos en aquel lugar inhóspito... Pero nunca llegó a publicarla, y el manuscrito descansaba en el cajón de su mesilla.

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