5. Ojitos lindos

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Blanca


Por fin octubre. Menudo mes he tenido, principalmente. Este puente en vez de estar con mamá, estaremos con papá. Ya que nuestra madre estará fuera por una extraña razón que yo por lo menos desconozco.
Lo que no me gusta de mí familia es que se piensan que soy tonta e inocente y no me entero de nada. Pero al contrario, me enteraba de muchas cosas, demasiadas. En cambio, Jorge de entera de todo, porque siempre estaba allí en las pelas. Apuesto que mi hermano sabe la razón.

El otro día escuché a los chicos hablando de que quedaban en la casa de Diego, todo muy bien, pero, la casa de mi papá vive cerca de su zona, entonces, a lo mejor me los encuentro. Dios me dé suerte, para no encontrarlos. Tampoco será para tanto... ¿no?

Salí de mi casa a comprar muy feliz de la vida, con mi ropa de vagabunda, con mis cascos puestos.

Iba por los pasillos del Mercadona, buscando los lácteos .

Alguien me tocó el hombro por detrás, me puse en guardia para en cualquier momento pegarle una hostia y correr hacia mi casa.
Hice un ademán de girarme y era... Eduardo.
Creo que ya tengo muy confirmado de que están.

Me quité los cascos.

—Blanquita parece de Holanda, ¿qué tal?

Cabrón. ¿Se ponía así de payaso? Pues yo también.

—¿Qué haces por aquí?

—Siendo el asistente personal de mis amigos. Me mandaron aquí abajo, para comprar dulces. ¿Y tú?

—Me gusta ir sola al Mercadona —me encogí de hombros—. Me entretiene.

—Teniendo un día entero, para hacer lo que te dé la putísima gana y eliges ir al Mercadona.

—Mejor que dormir en la casa de un amigo, hallanarla y de paso drogarse —ataqué, divertida.

—No estamos invadiendo la casa de nadie, eh.

—La de un compañero llamado... ¿Diego?

—Nos invitó él.

—Lo que oí el otro día era otra cosa.

Él ladeó la cabeza, mirándome.

—Con que metiéndose en conversaciones ajenas...

Rodé los ojos. Me estaba pareciendo un buen momento.

—Mentiroso —murmuré.

Él se acercó hacia mí y me dijo:

—Repítelo.

—Men

—Sigue...

—Ti —dije entre risas.

—Vamos

—Ro

—Sa

—So —digo al instante.

Qué pena que seamos un clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora