13. Un buen acompañamiento

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Blanca

Menos mal que ya tengo un aliado. A uno que le gustan las ovejas, ya no soy la única.

Esperé a Eduardo para salir, cuando vino, él me tomó de la mano, su mano estaba sudorosa. Qué asco.

Y emprendimos camino.

—¿Ya te compraste los productos de Diego para la skincare? —preguntó de repente.

Yo le miré un poco extrañada.

—Es solo por tener conversación, Blanca.

Yo me volví y contesté:

—Todavía no.

—Si quieres, te acompaño esta tarde —me dijo besándome la mano.

—¿En serio? —dije muy emocionada.

—Sí, ¿a qué hora te recojo?

—A la que te venga bien —sonreí.

—Te llamaré, ¿vale?

Yo asentí.

—Oye, ¿qué tal el examen de Matemáticas? —preguntó de repente.

Uy. El examen. De logaritmos, una mierda de temario.

—Una puta mierda la verdad —me encogí de hombros—. ¿Y tú? —le miré.

Él aún tenía la vista fija al frente.
No me devolvió la mirada, vaya.

—También como la mierda, pero una pregunta.

—¿Sí?

—¿De qué hablabas tú con Álvaro después del examen?

—Ah, solo hablábamos del examen y ya.

—Ah, vale —dijo muy seco.

Él se iba por otro camino para el metro y yo me iba para el otro, así que nos despedimos, ninguno de los dos le dio la gana de besarnos allí en medio, así que optamos por darnos un abrazo.

Yo me fui al andén donde estaba mi hermano, que el desgraciado se fue sin esperarme. Bueno, normal, no quiere estar allí con Edu y yo.

—Hola —le dije.

Él me ignoró completamente.

—Vale, Jorge, yo también te quiero —crucé los brazos.

Yo le observé como estaba con el móvil.

—¿Se puede saber que estás haciendo?

Me acerqué a él y me puse un poco de puntillas para ver.

—¿Qué es eso?

—El FIFA.

—¿También se puede jugar en el móvil?

—Obvio.

Me pregunto cómo puede estar tan entretenido con ese juego.

Me giré y da la mayor casualidad que allí estaba la parejita, Álvaro y Diego.

Felizmente me acerqué hacia ellos, no tenía nada mejor que hacer.

—Hola chicos.

Ellos dos se asustaron.
Me reí en sus caras, pero paré de reírme al instante.

—Blanca, a la próxima avisas —me dijo Álvaro.

Diego se estaba riéndose más solo que la una.

—Dejemos a Diego, que el pobrecillo está un poco loco —me susurró Álvaro.

Qué pena que seamos un clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora