Hogar sin tí - Paul

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Le colgué, en parte le había mentido, porque claro que quería seguir hablando con él, pero no en ese momento. Me dolía lo que me había hecho y me daba rabia que nos peleásemos por una tontería así a distancia. No nos volveríamos a ver en tres meses, y ahora sí que iban a cambiar las cosas. No pude evitar que una lágrima cayera por mi rostro. Me sentía fatal, tanto por lo que me había hecho Álvaro como por la pelea. No quería pelearme con él, pero necesitaba aclarar mis pensamientos en este momento.

Después de varias horas de viaje, por fín llegué a Barcelona, estaba solo y no había pisado esta ciudad nunca, por lo que me costaría un poco adaptarme. Decidí pedir un taxi hasta el colegio mayor donde iba a estar estos meses, ya que con el metro igual me perdía. El taxi me dejó justo en frente del edificio, el cual era bastante grande y también nuevo. Cuando entré, cargado con un par de maletas y una pequeña mochila, lo primero que vi fue la recepción. El mostrador era de mármol pulido. Detrás de él había varias estanterías llenas de carpetas y libros de registro. Una recepcionista, vestida con un uniforme impecable, atendía con una sonrisa cálida y profesional a los estudiantes que llegaban. A la izquierda se veían unos cómodos sofás de cuero, formando un rincón de descanso. El ambiente olía a una mezcla de nuevo y un ligero toque de café recién hecho, que se escapaba de una pequeña cafetería situada al fondo del vestíbulo. Cuándo vi que la recepción ya estaba libre, me acerqué a pedir mi llave.

- Hola buenas-. Saludé a la chica con una amable sonrisa.
- Buenos días ¿que necesita?.
- Soy Pablo Suárez Delgado, vengo por una beca de tres meses-. Le comenté.
- Perfecto espera que busco tus papeles y te doy la llave de tu habitación-. Se fue a una de las estanterías traseras y volvió con un papel y llave-. Necesito que firmes aquí Pablo, es la fianza, en caso de perder la llave solo hay una copia más, en caso de perderla dos o más veces serían 10€ por cada caso.
- Por suerte suelo ser ordenado-. Solté una carcajada tímida y le devolví el papel, ya firmado, y el bolígrafo que me había prestado.
- Cualquier cosa que necesites estoy aquí de 8 de la mañana a 11 de la noche, me llamo Clara por cierto.
- Gracias-. Me despedí con una sonrisa-. Pasa buen día.
- Igualmente, adiós.

Después de esto fui directo al ascensor para ir a habitación, estaba en el primer piso, por lo que de normal subiría andando, pero hoy iba cargado. Cuando llegué al piso, lo primero que hice fue mirar el llavero de la llave para saber cuál era el número de habitación, “013”. La encontré rápido, ya que era de las primeras, y entré. La habitación no era muy grande, pero al menos se veía espaciosa, A la izquierda estaba la cama individual pegada contra la pared, cubierta con un edredón de tonos cálidos. Junto a la cabecera, una pequeña mesilla de noche con una lámpara de lectura con un suave brillo amarillo. Frente a la cama, una sencilla estantería de madera clara. Al lado, un escritorio con su correspondiente silla. A la derecha había un pequeño pasillo, en el que se encontraba el armario empotrado, que llevaba al baño. Estaba bastante conforme, la verdad. Pero se me hacía extraño pensar que esa iba a ser mi casa durante tantas semanas. Me faltaban cosas, mi piano, mis libretas, todo lo que convierte mi casa de Madrid en un hogar. Pero sobre todo me faltaba alguien, admito que le echaba muchísimo de menos, pero ahora mismo no podía hablar con él. Esa tarde me dediqué a deshacer las maletas mientras escuchaba música, cuando terminé, ya era la hora de bajar a cenar, pero no me apetecía, con los nervios no tenía nada de hambre, además que estaba solo, y eso me ponía peor. Decidí irme a dormir y así dejar de escuchar mis pensamientos, o al menos intentarlo, porque no paraba de pensar en Álvaro. Estuve a punto de escribirle, pero me contuve.

Me despertó el sonido de la alarma a las 7 de la mañana, en una hora ya empezaban las clases por lo que me levanté para darme una ducha. Por un momento todo se veía negro, ya que no había comido apenas en los dos últimos días. Cuando ya por fin volví a ver, fui directo al baño, el agua bajaría mi mareo. Media hora después ya estaba preparado, me puse los cascos, guardé las llaves y cogí la bolsa de tela en la que tenía las cosas que necesitaba. Estaba bajando las escaleras cuando de repente, el miedo de anoche volvió a mí, pero necesitaba tomar algo o me iba a poner peor. Al final, solo tomé un café rápido y me fui directo al edificio de al lado, donde eran las clases. Al pasar por la entrada, la chica de ayer, la recepcionista, me saludó.

La melodía de las amapolasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora