XIV

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Con el amanecer vino una resolución renovada

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Con el amanecer vino una resolución renovada. Los rayos del sol traían consigo una especie de esperanza terca de la que me aferré mientras me preparaba para el día, y por la ventana de mi habitación busqué en el cielo aquella estrella que, según el relato de mi madre, se ocultaba junto al tiempo que nacía del alba. Sin embargo, no la encontré.

El desafío que enfrentábamos aquel día no iba a ser una simple prueba de fuerza o astucia, sino una de diplomacia y entendimiento. Me vestí con el atuendo formal de la corte, bordado con los emblemas de mi reino—el caballo azul y el lobo amarillo— y el de toda la nación de Alayaiba—una estrella roja de seis puntas, una por cada reino del país, y por cada rey o reina que gobernara sobre ellos—, un recordatorio silencioso de todo lo que estaba en juego.

Si con padre como nuestro comandante era para los alayaibos una fortaleza de firme roca costera que desafiara tormentas, yo era entonces, para el reino del Sur, el bastión en sus esquinas. De modo que, mi deber, era negociar como su general y heredero y soportar la tormenta que venía al tratar de acordar la paz con una nación que no estaba dispuesta a aceptarla.

Antes de partir hacia la sala de reuniones, me detuve en mi estudio privado. La habitación estaba bañada en la suave luz del amanecer que se filtraba a través de las altas ventanas y mi mesa de trabajo se encontraba, como era usual, repleta de pergaminos y tomos. Más, sin embargo, mi atención se centró en un objeto: el mazo de tarot que el joven de ojos dorados me había regalado.

Con manos reverentes barajé las cartas dejando que mis dedos se deslizaran sobre los bordes lisos.

—Muéstrame lo que necesito saber— murmuré, una petición silenciosa a las fuerzas que guiaban estos instrumentos místicos.

La carta que extraje me dejó sin aliento: El Sol. Un niño montado en un caballo blanco bajo el astro brillante, ambos rodeados de girasoles en plena floración. Simbolizaba el éxito, la claridad, y la verdad revelada. Aun así, para mí, significaba algo más profundo. Era él, su esencia y apoyo, prometiéndome luz en la oscuridad.

Guardando la carta en la parte interna de mi camisa, cerca del corazón, me dirigí a la sala de reuniones. Cada paso era un eco de determinación fortalecido no solo por mi propósito, sino también por la presencia invisible que sentía a mi lado.

El salón era un hervidero de actividad, voces elevadas y gestos agitados que llenaban el aire. Al entrar, todo se calmó, la multitud se partió en dos para dejarme pasar, y ya en la mesa central, representantes del reino de Stellamaris nos esperaban con sus expresiones delineadas en una mezcla de falsa diplomacia y tensión subyacente.

La reina Kshipa Mara, como mi madre había predicho, no había asistido.

—Se les da la bienvenida a Alayaiba y al reino del Sur. — Comencé, mi voz, proyectándose clara y firme a través del silencio—. Hoy estamos aquí no como enemigos, sino como vecinos que buscan entenderse y encontrar un terreno común.

MEDIO CORÁZON DE LUZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora