XXIII

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Aquel fue el peor de los meses

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Aquel fue el peor de los meses.

Los primeros días después de la partida de Varyn fueron más llevaderos gracias a los mensajes que recibíamos casi a diario traídos por Iris, el ave mecánica de Arwen. Cada mañana, a la llegada del alba, el hermoso autómata de plumas metálicas y multicolor, sobrevolaba la torre del concejo y dejaba caer los rollitos de pergamino en la sala. Nos reconfortaban sus informes, aunque fuesen meras descripciones de los vampíricos mosquitos y el calor sofocante de la selva. Sin embargo, con el pasar de los días los mensajes se hicieron menos frecuentes y ya no venían en pergamino, sino en cortezas u hojas parduscas y secas. Hasta que llegó el día en que Iris volvió sin nada entre sus garras. Sabíamos que esto ocurriría eventualmente, cuando el grupo se adentrara tanto en la selva que el autómata volador no pudiera seguirlos y les perdiera el rastro, pero no esperábamos que eso sucediera tan pronto ni que nos afectara tanto: la incertidumbre de no saber la suerte de Varyn nos invadía a cada momento, y me cuestioné si, haberla mandado sola a tan terrible misión, había sido lo correcto. Pero algo en mí sabía que ella era la indicada; todas sus habilidades así lo habían demostrado.

Para nuestra doble sorpresa, Varyn cruzó las puertas de la ciudad de Casamarilla en el día veintiuno después de su partida, once días menos de lo previsto. No obstante de la joven y astuta diplomática que habíamos enviado a la selva regreso algo distinto, y aquella joven que se había ido de Casamarilla orgullosa, montada en un corcel azul y seguida de una guardia de veinticinco soldados, ya no se parecía en nada a la que regresaba: llegó completamente sola y descalza, con los ojos bien abiertos, las túnicas sucias y el cabello enmarañado. Quizás por eso nadie la recibió ni la alabó como cuando se fue, dado que jamás hubieran reconocido en ella a la noble concejera del Castillo Amarillo. Ella, según contó después, tampoco pareció sorprendida de que no la supieran reconocer, de modo que se caminó media ciudad hasta las entradas del Castillo Amarillo y, tras mucho insistir, convenció a los incrédulos guardias que ella era Varyn, una de las concejeras más importantes del reino. Finalmente, la escoltaron hasta el interior del castillo.

El salón principal del Castillo Amarillo estaba en penumbra cuando Varyn fue llevada ante el concejo. Todos habíamos sido convocados de inmediato al saber de su regreso. La expectación y la ansiedad se mezclaban en el aire pesado del verano y corazón latía con fuerza al ver su estado, entonces, supe que algo terrible había sucedido.

—Volví —dijo Varyn, su voz quebrada, apenas un susurro que llenó el salón con su gravedad.

—¡¿Varyn?! ¿Eres...? ¿Eres tú?—le habló Elyria al verla.

—¿Qué sucedió en la selva? —pregunté poniendo mi capa sobre ella y tratando de mantener la calma.

Varyn cerró los ojos por un momento, como si, al hacerlo, pudiera contener los recuerdos que pugnaban por salir. Luego, empezó a relatar lo que había vivido:

—La selva... es el infierno. Nos adentramos más de lo previsto, guiados por un deseo insaciable de cumplir con nuestra misión. Los hijos del norte... ellos no son como nosotros. Viven entre las sombras, y la selva es su aliada. Al principio, todo iba bien. Encontramos a algunos de los pueblos esclavizados, y aunque estaban desconfiados, logramos establecer contacto. Pero entonces, las cosas cambiaron.

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⏰ Última actualización: Jul 13 ⏰

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