IX

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El palacio siempre había estado lleno de espejos

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El palacio siempre había estado lleno de espejos. Grandes, opulentos, con marcos dorados que parecían atrapar la luz y refractarla en mil facetas. Siempre me habían parecido meros adornos, objetos de vanidad para los cortesanos que buscaban confirmar su belleza. Pero aquel día, esos mismos espejos, se transformarían en puertas a otro tiempo.

Apenas unos días después de haber forjado nuestro vínculo en el jardín, mi maestro me buscó con una propuesta intrigante.

—Hay un encantamiento—dijo—que te permite mirar no solo tu reflejo, sino los ecos de tu pasado. ¿Te gustaría intentarlo?

Con curiosidad y un toque de temor, asentí.

El proceso era sencillo en teoría, pero requería una concentración inmensa. De pie, frente a uno de los espejos más grandes del palacio, él comenzó a recitar palabras en el mismo lenguaje extraño que solía emplear para tal fin, mientras sus manos se movían en el aire trazando patrones intrincados.

"Speculum temporis, aperire viam,

Memoriae flumen, reviviscere tibi."

Mientras hablaba, el espejo comenzó a nublarse, su superficie tranquila se agitó y un viento frío barrió la habitación. Sentí un tirón en el estómago como una sensación de estar siendo arrastrado hacia un remolino y, cuando el mundo se estabilizó nuevamente, estábamos  todavía en el palacio, pero, en una versión más joven de este. Menos completa.

Los sirvientes, vestidos con ropas que no habían visto en años, se movían afanosamente. Y allí, jugando en el suelo del vestíbulo, estaba yo. Un pequeño Kartal de no más de cinco años con los mismos ojos curiosos que ahora me miraban desde el reflejo mas adulto. Mi maestro de ojos dorados estaba a mi lado, igualmente fascinado.

—Es un reflejo— susurró—un eco de tu pasado. No podemos interactuar, solo observar.

Vi a mi madre joven, sonriendo mientras me levantaba en sus brazos. A mi padre, el rey, dándome un suave beso en la frente. Las emociones me embargaron junto a un torbellino de nostalgia y amor por esos momentos tan sencillos y preciosos.

Después de lo que pareció una eternidad, pero que en realidad solo fueron unos minutos, mi maestro murmuró otro encantamiento y el espejo comenzó a nublarse nuevamente. Regresamos al presente, el espejo volviendo a ser simplemente un reflejo de la habitación y de nosotros mismos.

—Es un regalo.— dijo, mirándome con esos ojos profundos.

—Gracias.— susurré, y supe inmediatamente que esas simples palabras no podían capturar la verdadera gratitud que sentía.

Él sonrió con ese brillo travieso regresando a sus ojos.

—Hay mucho más que mostrarte, mi príncipe. Por ahora, lleva este encantamiento contigo.

MEDIO CORÁZON DE LUZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora