5. El gigante misterioso

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«Maldita sea», se lamentó, mientras cerraban el círculo en torno a ella. «¿Por qué he tenido que venir sola?»

En ese instante, acorralada, la muchacha se arrepentía con todas sus fuerzas de haber rechazado volver con Erica. ¿Qué ocurriría si aquellos chicos le hacían daño? ¿Qué pensaría su hermano? La muchacha no se atrevía ni a pensar en todas las posibles consecuencias de un desenlace así, fuera por el motivo que fuese. Así y mientras los chicos se acercaban a ella paso a paso, igual que un círculo de leones a punto de abatirse sobre su presa, la mente de Elaine trataba de elucubrar un plan de escape a toda velocidad. Sus sienes se perlaron de sudor, su pulso se aceleró y comenzó a jadear cuando los tres asaltantes llegaron hasta apenas medio metro de ella.

Solo entonces, cuando uno de ellos le agarró la muñeca con fuerza, la joven consiguió hacer reaccionar por fin a sus cuerdas vocales y chilló con todas sus fuerzas. Sin embargo, un bofetón de otro de los chicos la hizo callar. Al tiempo, Elaine trastabilló y contuvo un gemido cuando sus rodillas golpearon la dura acera, a la vez que la muñeca sujeta por el primer individuo tiraba dolorosamente de ella hacia arriba. El tercero, sin dudarlo un instante, le arrebató el móvil. Y, cuando Elaine quiso volver a protestar, el segundo acosador le tapó la boca con la mano:

Schhh —le susurró, poniéndose en cuclillas para que sus rostros estuvieran a la misma altura—. No te preocupes, rubita... Si no vamos a hacerte nada malo. ¿Verdad, chicos?

Sus compañeros rieron por toda respuesta, lo que solo consiguió que la víctima se echase a temblar con más intensidad mientras maldecía su valentía por enésima vez. Los hombres a su alrededor parecieron encontrar aquello aún más divertido; porque el segundo se arrodilló junto a ella y, un segundo después comenzó a desabrocharse el botón del pantalón.

—Yo que tú soltaba a la señorita, amigo.

Los cuatro presentes se quedaron congelados en el sitio al escuchar aquella grave voz, procedente de unas sombras cercanas. Cierto que la calle tenía varias farolas encendidas, pero aún quedaban rincones en penumbra entre las mismas que permitían ocultar a una persona sin problema, como era el caso. Los dos acosadores que seguían de pie miraron a algún punto por detrás de la cabeza de su compañero y este se giró para imitarlos. Elaine apenas se atrevió a alzar la vista. Sin embargo, enseguida oyó cómo el que pretendía forzarla se levantaba, subiéndose de nuevo la cremallera y le espetaba al recién llegado:

—Métete en tus asuntos, imbécil. Este bombón es nuestro.

Ni el chico ni sus compañeros tuvieron tiempo de evitar lo que vino a continuación. Primero, el ambiente alrededor pareció espesarse hasta hacerse irrespirable. Un instante después, una sombra enorme salió de las sombras; y, visto y no visto, asestó un puñetazo en la cara al violador que lo tumbó en el asfalto cuan largo era. Sus dos compañeros, súbitamente aterrados, se quedaron quietos como estatuas mientras observaban a aquella alta figura enfrentándose a ellos. En cuanto esta dio un paso más hacia ellos, el rostro cubierto con una capucha color berenjena, los dos muchachos decidieron que aquel no era su día de suerte y pusieron pies en polvorosa, aterrados.

—Toda para ti, grandullón —le gritó el que justo antes estaba sujetando la muñeca de Elaine. El otro arrojó el móvil junto a ella sin miramientos, logrando que la pantalla se resquebrajase sin remedio ante el impacto con la acera—. ¡Que la disfrutes!

Pasaron varios segundos hasta que los chicos desaparecieron de la vista, tras la primera esquina que encontraron. Pero, incluso después de eso, una asustada Elaine continuaba arrodillada en el suelo, casi acurrucada sobre sí misma y sin atreverse a mirar a su supuesto salvador. O ¿se cumpliría lo que había gritado aquel chico?

Baila Para Mí: porque todos nos merecemos una oportunidad para brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora