9. Responsabilidades

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Botando en el asiento a causa del susto, Elaine encaró a su hermano en un instante, con la tensión pintada en el rostro. La mirada de él, por otra parte, si antes era severa ahora parecía esculpida en piedra. Elaine casi diría que iba a juego con su voz. Y la muchacha se estremeció con más violencia cuando el joven se incorporó y se inclinó, con una mano apoyada sobre la mesa, para acercar su rostro al de ella hasta que apenas los separaron unos centímetros.

—No voy a preguntártelo más veces —verbalizó despacio, como si ella fuera un poco estúpida—. ¿Qué pasó anoche?

Elaine lo observó, petrificada y casi como si no lo conociese.

—Ken ¿qué...? —balbuceó, insegura.

El joven, por su parte, pareció consciente en ese instante de que estaba intimidándola. Por ello, se irguió unos centímetros para dejarle espacio, pero mantuvo las yemas de los dedos apoyadas en la mesa. Tampoco dejó de mirarla con fijeza en todo momento.

—Bueno, y ¿bien? —insistió, sin alzar la voz, pero con el mismo tono gélido de las veces anteriores.

La joven tragó saliva al tiempo que intentaba, como por instinto, esconder la muñeca herida con el brazo contrario. La marca de su vergüenza. Algo sobre lo que, ahora de seguro, una parte de ella preferiría que Ken no se enterase jamás.

—Ya te lo he dicho —musitó entonces, sin apenas alzar la vista. Sintiendo, con angustia, cómo sus mejillas se caldeaban sin remedio y delataban que quizá no estaba siendo del todo sincera. Por algún motivo, era una pésima mentirosa desde siempre y más cuando era cara a cara. No obstante, algo en ella anticipaba una mayor ira de su hermano si reconocía que casi la habían violado. Por ello, la joven decidió seguir hasta el final con su pantomima y enfrentar, si se daba el caso, lo que tuviese que venir—. Me hice daño al golpearme con una barandilla en el casino. ¿Qué quieres que te diga?

—¡Silencio!

Sin quererlo, Elaine había llegado a alzar la voz más de lo conveniente en su nerviosismo, pero la orden de Ken la acalló de inmediato. Una tensa quietud se instauró entonces entre los dos hermanos, durante varios segundos que se hicieron eternos. Al menos, hasta que Ken liberó un hondo suspiro y le dio la espalda a medias; dando un par de pasos hacia su antiguo asiento y encarando, de nuevo, la ventana al otro lado de la sala.

—Elaine... —murmuró, en un tono extrañamente paternal que provocó a la aludida un vuelco en el estómago. Sin embargo, el joven tardó aún unos segundos en decidirse a continuar, girándose para encararla—. Escucha, sé que has cumplido dieciocho años —reconoció, dando ciertas esperanzas a la joven. No obstante, sus siguientes palabras las derrumbaron de golpe como si fueran un castillo de naipes—. Pero... quizá por eso deberíamos ser capaces de hablar como dos adultos. ¿No crees? No hace falta gritar.

Sin saber por qué, aquel matiz acerca de su edad y poder hablar entre ellos hizo que algo en Elaine saltara por los aires sin remedio.

—Ya te he dicho que no ha sido nada —rechinó; esta vez sin alzar la voz, pero levantando la vista para mirarlo a los ojos con cierto desafío mal velado—. Y, sí: soy adulta. Así que no entiendo por qué te importa tanto un simple accidente. ¡Sé cuidarme yo sola!

Tarde, la recién florecida rebeldía de Elaine ante el hecho de sentirse tratada como una niña le hizo ver que quizá había cometido un error. El rostro de Ken apenas cambió, pero sus puños se apretaron sobre los costados de su impoluto traje verde oscuro. Cuando volvió a hablar, su voz volvía a ser tan dura como al principio de su conversación.

—Esto no es un juego, Elaine —le espetó, con irritación rezumando en cada palabra—. Eres una Forest, te guste o no. —Un nuevo retortijón ante aquel recordatorio. La familia. El estatus. Conceptos que se confirmaron con la siguiente frase de su hermano mayor—. Eso significa que tienes un apellido y una reputación que mantener, tengas la edad que tengas. Ya está bien de jugar a las princesas de cuento ¿estamos? —Ken se acercó de nuevo y aproximó sus rostros, aunque esta vez no invadió su espacio personal como antes—. Si eres una adulta, demuéstramelo. Pero jamás vuelvas a desafiarme. —Inspiró con fuerza—. Ahora respondes ante mí como cabeza de familia. Así que muéstrame un poco de respeto.

Baila Para Mí: porque todos nos merecemos una oportunidad para brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora