10. El peso del deber

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«¿Por qué? ¿Por qué?»

Mientras pasaba las páginas y su voz narraba las aventuras de Sir Gawain, Elaine seguía rumiando para sus adentros. Aquella mañana, la rebeldía de no confesar por temor a un castigo severo había parecido la opción más adecuada, dadas las circunstancias. Sin embargo, con cada minuto que pasaba, la joven veía más claro que se encontraba casi en la misma situación que si hubiese reconocido lo ocurrido. O ¿quizá no? Elaine estaba hecha un lío; si no recordaba mal, era la primera vez que hacía algo semejante. Jamás en su vida había sido tan rebelde con algo, ni con lo más nimio de su cotidianidad. Ni a ella ni a Ken los habían enseñado a ser así. De hecho, a toro pasado, su parte lógica le gritaba que había sido una insensata. Y eso le hacía sentirse aún más culpable.

Suspiró aprovechando el cambio de página. Ella y su hermano siempre habían estado muy unidos, desde pequeños. Ken protegía a Elaine de todos los males y ella lo consolaba si sus padres lo regañaban; generalmente, por no ser lo bastante bueno en la escuela o no cumplir con lo que se esperaba de él siendo el primogénito. Pero la muerte del cabeza de familia había vuelto todo del revés.

De un mes para otro, Ken tuvo que convertirse en Adam y ponerse al mando de Forest Energies. Su madre había entrado en estado catatónico. Y ella, la pequeña Elaine, había quedado relegada a un segundo plano. Por un instante, mientras pasaba una nueva hoja del libro, la muchacha alzó la vista hacia su madre y dudó si contarle lo que había sucedido. Evelyn Forest no se había movido de su posición, quieta como una estatua. No obstante, sólo con ver su mirada perdida, Elaine desechó la idea con cierto dolor en el corazón.

«Quién sabe siquiera si puede escucharme», se lamentó en su mente.

Lo cierto era que, en ocasiones, como por las mañanas cuando la instaba a hacer las tareas cotidianas, la mujer parecía reaccionar. Pero su hija menor, cuando estaba más abatida por aquella situación, pensaba que sólo era una cuestión de instinto para sobrevivir; pero que, en el fondo, el interior de Evelyn Forest se había apagado para siempre.

«Mañana hablaré con Ken», decidió entonces, secándose una lágrima traicionera con la manga casi en un acto reflejo.

A pesar de todo, no quería llorar delante de su madre. Si tenía que comportarse como una adulta y lograr así que dejasen de tratarla como una cría, también debía ser fuerte por sus propios medios. Eso le habían dicho siempre.

«Ya he perdido a suficientes miembros de mi familia este año. No puedo permitirme perder otro más...».

Su hilo de reflexión se cortó en ese instante al oír abrirse la puerta de entrada del ático. Como un resorte, Elaine se giró y marcó con el dedo la página que estaba leyendo, todo en uno. Pero se relajó en cuanto vio quién era la recién llegada.

―¡Hola, Irina!

Irina Ivanova, la cuidadora de tarde de Evelyn, les dedicó una blanca y amplia sonrisa nada más girar la primera esquina del salón. Elaine siempre había pensado que tenía un rostro muy agradable, redondo e iluminado por un par de enormes ojos azules claros. A pesar de que de costumbre llevaba el pelo recogido en coleta o trenza, dos mechones rebeldes caían siempre a ambos lados de su frente; lo que, sumado a su pequeño tamaño y su cuerpo atlético, le daba un aspecto casi adolescente. A Elaine le caía muy bien Irina y, además, cuidaba a su madre con mimo desde el primer día. Aunque, si ya estaba allí...

La joven se irguió aún más en el asiento al tiempo que un escalofrío bajaba por su espalda. Como si lo hubiera percibido, su estómago protestó de hambre al mismo tiempo. Pero la joven apenas fue capaz de articular una palabra antes de que Irina, más rápida, abriese el frigorífico y descubriera lo ocurrido.

Baila Para Mí: porque todos nos merecemos una oportunidad para brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora