Prólogo

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Sangre.

Los olores a muerte y a medicamento inundaban aquel pequeño cuarto de baño mientras la noche caía al otro lado del único ventanuco visible, situado sobre la bañera. En aquel espacio en penumbra, los fogonazos de un fluorescente a medio romper y cuyos pedazos colgaban del techo como una macabra telaraña, eran los únicos capaces de aportar ráfagas de claridad a lo sucedido. O, quizá, solo hacían que el único testigo presente de aquella debacle tuviera, de nuevo, ganas de vomitar.

No entendía qué había ocurrido. Aquello no tenía que haber terminado así. El que yacía en el suelo, inerte y con la nuca abierta, era apenas otro pobre desgraciado como él mismo; quizá con algo más de suerte en la vida y una familia que lo quería. Pero ¿qué más daba ahora? Reprimiendo una arcada, el joven testigo se arrodilló entonces junto al cadáver; sin importarle el hecho de mancharse las rodillas de sangre, oscura y viscosa y maldiciendo, por enésima vez, su mala suerte.

«Valiant...», se lamentó para sus adentros, tomándole la mano. «Perdóname».

No tuvo tiempo de pensar en nada más. De un momento a otro, un dolor agudo le atravesó todo el espinazo y el testigo cayó sobre el cuerpo cuan largo era.


Baila Para Mí: porque todos nos merecemos una oportunidad para brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora