Nada más salir por la puerta trasera del escenario, Ban escuchó el inconfundible sonido de conversaciones y risas de sus compañeros en el casino. O, mejor dicho, los únicos amigos que tenía desde hacía cuatro años. Cierto era que pocos de los trabajadores del lugar sabían, en realidad, qué era lo que se escondía bajo los adornos luminosos del falso bosque. Sin embargo, ese pequeño grupo había conseguido crear un núcleo de confianza más sólido de lo que Ban jamás había imaginado. Y casi todo se lo tenían que agradecer a la tierna cabezonería de Malcolm, el mejor amigo y creador de cócteles que el bailarín había conocido.
Sin embargo, sí había algo que al pequeño rubio jamás se le había dado bien. De hecho, el bailarín estuvo a punto de echar a correr por el pasillo hacia la cocina en cuanto los primeros aromas a quemado llegaron a sus fosas nasales. En efecto, cuando sus zancadas por fin lo llevaron a la antesala de la cocina, apenas un pequeño comedor de servicio que sólo usaban ellos de forma regular, el olor a humo empezaba a mezclarse con algo más desagradable. Por ello, Ban no se sorprendió cuando vio a Isabelle aparecer desde el interior y tapándose la nariz con discreción.
—Pero ¡por todos los...! Capi ¿se puede saber qué haces? —increpó Ban al rubio camarero, apenas conteniendo el impulso de imitar a Isabelle.
—¡Ban! —lo saludó el otro joven con alegría. Como aquel sospechaba, Malcolm había intentado hacer la cena para todos por enésima vez en aquel mes—. ¡Qué bien que ya hayas llegado! ¿Me ayudas con este desastre?
Sin poder contenerla, media sonrisa sarcástica asomó a los labios carnosos del bailarín al oír aquello.
—Desde luego, no tienes remedio... Anda, trae —le pidió, casi arrancándole de las manos una sartén que ya tenía algo pegajoso e informe pegado al fondo—. Yo me ocupo.
Malcolm levantó un pulgar y sonrió, disculpándose.
—¡Perfecto! Si es que, como no terminabas de asomar la nariz después del ensayo, no podía dejar a la gente morirse de hambre... —alegó, con falsa inocencia.
El bailarín sacudió la cabeza, camuflando la risa como pudo. Incorregible y siempre jovial, así era su mejor amigo.
—Está bien —aceptó, cogiendo un delantal de un gancho cercano y poniéndoselo sobre la camiseta granate—. Vete a hacerle mimos a Isabelle, anda. Que ya me ocupo yo...
Malcolm mostró una amplia sonrisa que demostraba cuánto le agradaba aquella idea.
—¡Vale! ¡Gracias, Ban!
El hombretón se limitó a asentir con la cabeza mientras sus manos comenzaban, como por instinto, a manipular cacharros, especias y alimentos que encontró en la pequeña nevera de la que disponían. Si poca gente conocía su situación de vida, casi menos era la que sabía cuál era su segundo mayor placer en la vida después de bailar: la cocina.
Dado que casi siempre tenía que arreglárselas por su cuenta desde bien pequeño, Ban había descubierto con apenas diez años que tenía cierto talento culinario. Pero eran pocas las veces que sus padres estaban lo bastante lúcidos para apreciarlo. Durante sus años de calle, tras huir de casa, el enclenque muchacho consiguió algún favor menor a cambio de una comida decente. En un momento dado, Ban incluso logró entrar de pinche durante varios meses en un restaurante. Antes de que descubrieran su edad real, quince años por aquel entonces, y lo echasen a la calle sin miramientos. Pero el joven bailarín siempre había intentado mantener activo su talento, algo que sin duda sus compañeros del Fairy Kingdom apreciaban.
—¡Vaya, esto sí que va oliendo mejor! —comentó Isabelle asomando su cabellera casi blanca por la puerta. Ban se giró apenas para devolverle una mueca cómplice que ella imitó—. ¿Qué tenemos hoy?
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Baila Para Mí: porque todos nos merecemos una oportunidad para brillar
Romance📚MUESTRA - PARTE 1 - 20 CAPÍTULOS 📚 Daleth es una ciudad de contrastes. De lucha, de supervivencia y, también, de belleza. Si uno cruza el Puente Ávalon hacia el norte, en dirección a las relucientes torres de investigación, se ve la zona más eleg...