6

3.5K 177 19
                                    

Eran aproximadamente las 10 de la mañana cuando sentí el timbre. Pensé que sería Valeria o Santiago, así que, como estaba en ropa interior, me puse lo primero que encontré y bajé a abrir la puerta. Cuando la abrí, me sorprendí: era una chica un poco más alta que yo, con unas curvas increíbles. Me miró de arriba abajo y me dijo:

—Estoy buscando a Richard.

—¿Y tú eres?

—¿Qué te importa?

Me volvió a mirar, pero esta vez con desprecio. Al mirarme yo también, me di cuenta: estaba vestida con una camisa grande, un moño alto con el pelo vuelto nada y unas ojeras más grandes que mi edad.

—¡Te buscan! —grité.

Richard bajó las escaleras, y al principio me sonrió, pero al ver a la chica, su sonrisa se borró de inmediato.

—¿Qué haces aquí? —dijo, mirándola directo a los ojos con una mezcla de sorpresa y molestia.

—Tu madre me dijo que estabas aquí —respondió ella coqueta, y yo solo estaba en silencio, mirando.

Hasta que ella lo tomó del brazo y lo besó apasionadamente. Sentí una punzada en el corazón y me eché un poquito para atrás, corriendo hasta mi cuarto con los ojos llenos de lágrimas. Llamé a Santiago y Valeria y les conté todo.

—¿O sea que te besaste con él ayer y hoy se está besando con otra? —preguntó Valeria, incrédula.

—Sí —dije, cerrando mi puerta con seguro.

—Pero, ¿o sea que te gusta? —dijo Santiago con una sonrisa pícara.

—¡Qué malparido! —exclamó Valeria.

—Ese hombre no es gente ni familia de uno —dijo Santiago, amarrándose una moña  falsa en la cabeza y haciéndome reír un poco.

—Total —respondí, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza.

Richard tocó la puerta, así que colgué y me quedé en silencio, con el corazón latiendo rápido. Lo mismo pasó en la tarde y en la noche, pero yo solo lo ignoraba. Como a las 2 de la mañana, ya tenía hambre, así que me asomé por la puerta y me di cuenta de que no había nadie. Bajé silenciosamente hasta la cocina y empecé a hacerme huevo con tocino y puré de papa. Justo cuando estaba sirviéndome el jugo de naranja, sentí su voz.

—¿Podemos hablar?

—No tenemos nada que hablar. Sobre lo de ayer, me equivoqué, y sobre lo de hoy, es tu problema.

—Tal vez no te equivocaste —dijo él después de un suspiro, acercándose lentamente.

Me di la vuelta para subir las escaleras y él habló detrás de mí.

—Sí me gustó —confesó con voz baja pero firme.

—Pues te gustó más el otro —respondí, tratando de mantener la compostura.

—No es así, Daniela —dijo él, casi en un susurro—. Ella es del pasado, tú eres mi presente.

—No quiero escuchar más excusas, Richard. Hablaremos mañana —

mi niñero || richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora